río de janeiro - Shang Chunsong (Zhangjiajie, 1996) lloraba ante las cámaras del canal nacional chino CCTV tras el cuarto puesto conseguido en el concurso individual completo de gimnasia femenina ante el empuje de Simone Biles, Alexandra Raisman y Aliya Mustafina. La china se quedó a apenas 116 milésimas de la rusa, quejándose muchos de los compatriotas de la asiática por la baja puntuación obtenida en un ejercicio de suelo en el que deslumbró.
Pues bien, Chunsong lloró tras el cuarto puesto. Confesó que “no esperaba lograr nada antes de los Juegos, pero tras la cuarta rotación, cuando vi que el resultado de Mustafina estaba cerca del mío, me sentí muy mal, pensé que podría haber ganado una medalla”. Lo dijo sin saber contenerse y con la certeza de que a sus veinte años se le va apagando la llama olímpica. Quizás no le llegue el fuelle hasta Tokio 2020.
Shang Chunsong no ha tenido una vida fácil. Proviene de la remota aldea de Zhangjiajie, situada en las montañas de Hunan. La familia de la gimnasta estaba formada por campesinos pobres, a los que les costaba dar de comer a sus dos hijos: ella y su hermano, con una ceguera parcial.
Tanto Shang Chunsong como su pariente protagonizan una historia de superación, puesto que recorrían al día varios kilómetros a través de las montañas para ir a la escuela. Además, el invidente tenía que cargar con ella a hombros durante gran parte del recorrido. Además, cuando la gimnasta china comenzó a entrenar, su hermano invidente se dedicó a actuar como masajista para pagar los ensayos.
Fue de niña cuando se quiso fajar al máximo Chunsong con una sola idea en la cabeza: conseguir con el deporte el dinero suficiente para pagar una operación de vista para su hermano. - I. G. Vico