El pasado 21 de junio, la atleta Érika Olivera (4-I-1976, Quinta Normal) fue elegida, por votación popular, abanderada de la delegación de Chile para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro por encima de la tiradora Francisca Crovetto y la lanzadora de peso Natalia Ducó. Era el premio a más de 20 años de dedicación para una corredora de maratón que, pese a ser prácticamente una desconocida fuera de los límites del atletismo sudamericano, ha sabido labrarse un interesante palmarés y el cariño de todo un país desde que comenzara a representarlo en los Panamericanos de 1994. La presidenta, Michelle Bachelet, entregó a Olivera la bandera que portará esta próxima madrugada, orgullosa, en sus quintos Juegos Olímpicos, que supondrán, como la atleta ha reconocido, su último gran desafío internacional después de haber sido 37ª en Atlanta’96, 27ª en Sydney’00, 58ª en Atenas’04 y 64ª en Londres’12 (solo ha disputado un Mundial, el de 2013, y tuvo que retirarse). Poco, prácticamente nada, había trascendido hasta junio fuera de Chile sobre su vida extradeportiva. Algunos apuntes sobre su opinión crítica acerca de las ayudas que su país daba a los deportistas para financiarse y unas declaraciones de 2015 sobre su interés en opositar a un lugar en la Cámara de Diputados de Chile, pero escasos diez días después de su reconocimiento como abanderada Érika iba a hablar, por fin, alto y claro y su historia, durísima, iba a ser mundialmente conocida.

El dos de julio, la corredora de maratón chilena desveló en la revista Sábado un secreto que llevaba escondiendo durante 35 años: los abusos sexuales a los que fue sometida entre los 5 y los 17 años por parte de su padrastro, un pastor evangélico. Su relato sorprende por la crudeza de la narración. “Debo haber tenido cinco años la primera vez que me abusó. El dormitorio estaba empapelado con un papel mural rojo. Empezó mostrándomelo como un juego, con caricias, y después fue avanzando. Esa primera vez no entendí lo que pasó, era una niña”, arrancaba la atleta, que a día de hoy es madre de cinco hijos. Por lo que se desprende de sus palabras, las violaciones casi siempre tenían lugar el lunes, cuando ella volvía del colegio y su madre salía de casa para ayudar en las actividades de la parroquia: “Era el día más horrible. Me recuerdo caminando hacia la puerta. Estaba sonada (perdida), nada más tenía que llegar y aceptar. Mientras yo no me pude defender él hacía lo que quería conmigo”.

En un momento de la entrevista, tomaba la palabra uno de sus hermanos, Felipe, que respaldaba sus palabras y entonaba el mea culpa al reconocer que su padre “se encerraba con Érika y sabíamos lo que pasaba ahí, lo vimos. Éramos chicos, pero debimos hacer algo. Mi mamá fue siempre muy sumisa a él”. A los 12 años, Olivera empezaba a tener una carrera prometedora en el atletismo y decidió contarle su pesadilla a su madre, pero su padrastro se enteró y, bajo amenazas, le obligó a retractarse. “Mi madre solo me dijo que esperaba que fuese mentira, porque si era verdad jamás iba a poder tener hijos o familia. Por esa época, yo ya no podía ser sometida tan fácilmente y empezó el chantaje. Para ir a una carrera o salir a un entrenamiento, tenía que aceptar lo que él me decía. Si alguna vez oponía resistencia, no había plata para nada en la casa, no le pasaba plata a mi mamá”, recuerda.

Con 17 años, por fin pudo ponerle fin a su sufrimiento, aunque “se lo tuve que preguntar cuatro veces para que reconociera frente a sus hijos que me había violado”. Una vez que su padrastro reconoció lo que le había hecho, Érika se marchó de casa y en la entrevista asegura que desde ese día no ha vuelto a tener contacto ni con él ni con su madre. También afirma que dos días después de conocer su condición de abanderada chilena en Río’16 presentó una denuncia contra su padrastro por abusos sexuales, aunque no cree que sirva para demasiado: “No puedo hacer justicia con mis manos, tampoco judicialmente. La única manera que me queda de hacer justicia es contar la verdad”.

APOYOS Y CRÍTICAS Desde el momento de la publicación de la entrevista, el caso de Olivera no ha hecho más que llenar horas de programación en la televisión chilena y acaparar titulares de revistas. Varios medios han publicado que su padre huyó del país tras la denuncia y que ahora se encuentra en Argentina, muchos vecinos respaldaron ante las cámaras la versión de la atleta? pero también ha habido críticas. Y muy duras. Desde diversos sectores de la sociedad chilena han acusado a Érika de buscar un aprovechamiento político con su revelación, de querer impulsar sus aspiraciones de ser elegida diputada en 2017. Como respuesta, ha hecho pública su decisión de no entrar en política, criticando que “después de haber revelado algo tan complicado como fue mi violación digan que lanzaba mi campaña cuando yo venía hablando hace muchos años de mis intenciones políticas. Dentro de mi proyecto estaba poder aportar, lograr cambios, jugármela para lograr algo bueno, pero que esto se vea como un aprovechamiento... Venía replanteándome este tema hace meses a raíz de todo lo malo que he visto dentro de la política”. Al menos, esta madrugada cumplirá un sueño al ser la abanderada olímpica de su país antes de bajar el telón de su carrera deportiva.