Corebo era un humilde panadero de la ciudad griega Élide cuya vida cambió en los Juegos Olímpicos del año 776 antes de Cristo cuando, completamente desnudo, fue el primero en cruzar la meta de la carrera de velocidad disputada sobre una distancia de 192,27 metros. Su gesta provocó que los sacerdotes de su ciudad comenzasen a registrar todos los vencedores que le precedieron, por lo que Corebo de Élide pasó a la historia como el primer campeón olímpico de todos los tiempos, pese a que anteriormente ya existieron otros Juegos Olímpicos que no se organizaban con regularidad. Corebo no recibió ninguna medalla. Su único premio fue el honor, materializado en una rama de olivo.
Más de dos mil años después comenzaron a organizarse los Juegos Olímpicos modernos. En ellos, miles de deportistas se esfuerzan por seguir los pasos de Corebo de Élide y saborear los honores del triunfo. Ya no reciben una rama de olivo, sino vil metal. Oro, plata y bronce. El primer campeón de la nueva era fue el estadounidense James Connolly, que terminó primero en la prueba de triple salto en los Juegos de Atenas de 1896.
Los dioses del tartán
Si existe un recinto sagrado en los Juegos es el estadio olímpico. En él miles de espectadores observan las pugnas de los atletas. Sobre el tartán se ganan un rincón en la historia los hombres y mujeres más veloces, tanto en las distancias cortas como en las largas.
Emil Zatopek ha sido el único atleta capaz de ganar el oro, con sendos récords mundiales, en las carreras de 5.000 metros, 10.000 metros y el maratón. La gesta, firmada en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952, venía a completar la colección de medallas olímpicas que antes había iniciado en Londres con el oro en los 10.000 metros y la plata de los 5.000.
Entre los velocistas, quizás la primera leyenda fue Jesse Owens. El norteamericano asombró al mundo en los Juegos de Berlín celebrados en 1936. En pleno régimen nazi, Owens conquistó cuatro medallas de oro: en 100 metros, salto de longitud, los 200 metros y el relevo 4x100. Mucho se escribió sobre el supuesto desprecio que le mostró el Adolf Hitler, pero a su regreso a Estados Unidos Jesse Owens siguió sufriendo las consecuencias de la segregación racial.
El etíope Abebe Bikila protagonizó una gesta sin precedentes en los Juegos de 1960 en Roma. El africano participó en el maratón descalzo y, no solo ganó, sino que estableció un nuevo récord mundial. Cuatro años después, se presentó en los Juegos de Tokio debilitado por una operación de apendicitis. A pesar de ello, volvió a ganar el oro y estableció otro récord mundial. Esta vez con zapatillas.
Los Juegos Olímpicos de 1968 en México dejaron dos nombres propios relevantes. Por un lado irrumpió Dick Fosbury, un saltador de altura nacido en Oregón. Fosbury revolucionó su disciplina al cambiar la técnica de salto. Hasta entonces los saltadores atacaban el listón entrando de cara, mientras que Dick desarrolló una técnica saltando de espaldas. Su revolución le valió para ganar la medalla olímpica y registrar la mejor marca mundial del año. A partir de entonces todos los saltadores utilizaron la técnica Fosbury.
En los Juegos de México también triunfó otro saltador, pero de longitud: Robert Beamon. Él mismo no se podía creer que fuera capaz de realizar el conocido como salto del siglo. Beamon, que hasta entonces tenía como marca personal un salto de 8,33 metros, se sacó de la chistera un brinco de 8,90 metros, lo que mejoraba en 55 centímetros el récord del mundo del momento. Los jueces no tenían utensilios adecuados para medir el salto. Su récord estuvo vigente durante 22 años, 10 meses y 22 días, cuando lo superó Mike Powell (8,95 metros).
Entre las gestas de superación más asombrosas en un tartán está sin duda la protagonizada por Lasse Virén en los Juegos de Munich de 1972. Tras ganar el oro en los 5.000 metros, fue capaz de escalar a lo más alto del podio de los 10.000 metros y marcar un nuevo récord mundial a pesar de haber sufrido una caída que le obligó a firmar una remontada épica. En los Juegos de Montreal volvió a conseguir las dos medallas de oro (es el único en la historia que ha conseguido repetir el doblete en dos Juegos).
En la media distancia el británico Sebastian Coe se convirtió en leyenda al repetir en los Juegos Olímpicos de Moscú y Los Ángeles, en 1980 y 1984, tanto el oro en los 1.500 metros como la plata en los 800 metros.
En los Juegos de 1984 nació la leyenda de Carl Lewis, que emuló gesta de Jesse Owens al ganar los oros en 100 metros, 200 metros, salto de longitud y relevos 4x100. Su trayectoria de éxitos olímpicos se extendería también en los Juegos de Seúl, Barcelona y Atlanta, en los que coleccionaría otros cinco oros y una plata.
En Seúl coincidió con Florence Griffith, la mujer más rápida de la historia. La estadounidense ya tenía una presea de plata conseguida en los Juegos de Los Ángeles, pero ganó los oros en 100 metros, 200 metros y el relevo 4x100. Además, se llevó la plata en el 4x400. Todavía están vigentes sus récords olímpicos y mundiales.
El último gran héroe sobre el tartán es Usain Bolt, actual recordman mundial en los 100 y 200 metros lisos. En sus dos apariciones olímpicas, en Pekín 2008 y Londres 2012 consiguió un triple oro: 100 metros, 200 metros y relevo 4x100.
De Weissmüller a Phelps
En las piscinas el primer gran triunfador en unos Juegos Olímpicos fue Johnny Weissmüller. El norteamericano debutó en los Juegos de París en 1924 y cosechó tres oros en 100 metros libres, 400 metros libres y en la prueba de relevos 4x200 libres. Además, también formó parte del equipo de waterpolo, con el que ganó el bronce. Participó también en los Juegos de Amsterdam y repitió los oros en 100 metros libres y 4x200 libres. A partir de entonces el nadador se dedicó a su carrera cinematográfica. Rodó 12 películas interpretando a Tarzán y otras 13 en el papel de Jim de la Selva.
Mark Andrew Spitz es para muchos el mejor nadador de todos los tiempos. El californiano irrumpió en sus primeros Juegos con solo 18 años. Fue en 1968, en México y consiguió dos oros enrolado en los equipos de relevos de las pruebas de 4x100 y 4x200, además de una medalla de plata en 100 metros mariposa y otra de bronce en 100 metros libres. Pero Spitz se sentó en el trono del Olimpo en los siguientes Juegos. En Munich 1972 se impuso en siete pruebas diferentes marcando, en todas ellas, un nuevo récord del mundo. La gesta la firmó en las pruebas de 200 metros mariposa, el relevo de 4x100 libres, los 200 metros libres, los 100 metros mariposa, el relevo 4x200 libres, los 100 metros libres y, por último, el relevo 4x100 estilos. Siete pruebas, siete victorias y siete récords mundiales. Siendo toda una estrella, Spitz decidió retirarse tras los Juegos de Munich. Solo tenía 22 años.
Pero la gesta de Spitz se quedó pequeña con la irrupción de Michael Phelps. El nadador de Baltimore ostenta el récord de ser el deportista con más medallas olímpicas de la historia. En Atenas consiguió seis oros y dos bronces. En Pekín cosechó ocho oros y en Londres cuatro oros y dos platas. La colección de Phelps alcanza las 22 preseas.
Las otras perfecciones
Otros deportistas han tocado el cielo olímpico compitiendo en otras disciplinas. Charlotte Cooper fue la primera mujer en proclamarse campeona olímpica en los Juegos modernos. Esta tenista británica consiguió el triunfo en los Juegos de París de 1900. No se llevó la medalla de oro, ya que estos trofeos no empezaron a repartirse hasta los Juegos de 1904.
Más rápido, más alto, más fuerte. Pero en ocasiones la perfección en el deporte es una cota a la que se llega presumiendo de otras cualidades diferentes a la altura, la velocidad y la fuerza. Birgit Fischer, por ejemplo, es una piragüista alemana que entró en la historia por su regularidad. Fischer consiguió ganar el oro en seis Juegos diferentes: Moscú 1980, Seúl 1988, Barcelona 1992, Atlanta 1996, Sydney 2000 y Atenas 2004. Además, consiguió otras cuatro preseas de plata. La hoja olímpica de Fischer podía haber sido aún más impresionante si la República Democrática Alemana no hubiese boicoteado los Juegos Olímpicos de 1984 de Los Ángeles.
Si hay un equipo que ha dejado huella es la selección estadounidense de baloncesto de los Juegos de Barcelona en 1992. El conocido como Dream Team contaba con jugadores como Michael Jordan, Larry Bird, Patrick Ewing, Magic Johnson, Karl Malone o Charles Barkley. Cada uno de sus partidos hasta el oro fue, simplemente, una exhibición.
Pero la perfección como tal, en unos Juegos Olímpicos, solo la ha conseguido Nadia Comaneci. La gimnasta rumana fue la primera en ser calificada con un 10 por los jueces de gimnasia artística. Fue justo hace cuatro décadas, en los Juegos de 1976 en Montreal. Pocos valoran que sumase nueve preseas en los dos Juegos Olímpicos que tuvo la oportunidad de competir. La historia la recuerda por su hito sin precedentes: por convertir su deporte en una aproximación a su actuación.