vitoria - El número 23 es uno de los que más relación y recuerdos guarda con el baloncesto, por motivos que podrían catalogarse de divinos. Sin embargo, esta vez está asociado con la tristeza. Un 7 de junio de 1993, -ayer se cumplieron 23 años- Drazen Petrovic sufría un fatal accidente automovilístico que acababa repentinamente con su vida a la corta edad de 28 años. Un camión resultó ser el único obstáculo que el croata no pudo sortear en una trayectoria impoluta, pero no siempre reconocida. Desde el primero de sus cuatro años en el Cibona de Zagreb (1984-1988), el conocido como Mago de Sibenik no paró de cosechar títulos tanto colectivos como individuales, entre los que destacan las tres Euroligas conseguidas en sus filas y los primeros duelos antológicos contra otro titán europeo como Arvydas Sabonis. Una vez en España, donde jugó con el Real Madrid durante una única temporada (1988-1989), Petrovic se alzó con la Copa del Rey y mantuvo fuertes enfrentamientos contra el F.C. Barcelona. Santi Abad, exjugador del Baskonia y por entonces militante en la entidad blaugrana, recuerda para este diario al croata como un pícaro, un competidor incansable: “Nos enfrentamos en seis ocasiones. Se pasaba todo el día entrenando y compitiendo contra sí mismo. Tenía muchas picardías y siempre conseguía poner a su par de los nervios”. Incluso se atreve a compararlo con el actual icono de la NBA, Stephen Curry: “Podríamos decir que Drazen era un jugador muy parecido al que hoy es Curry”, sostiene el catalán.

Pero si solo se pudiera utilizar un único término para definir a Petrovic, algo que a juicio de la comunidad baloncestística internacional resultaría tremendamente injusto, esa sería el trabajo. Sesiones interminables de varias horas en la cancha desde que era un crío realizando, y encestando, cientos de lanzamientos antes de ir al colegio. Siempre a solas. Porque en la mente de Petrovic, para bien o para mal, solo existía Petrovic. Esta obsesión por superarse a sí mismo, como si quisiera reivindicarse constantemente, ya empezó a ocasionarle problemas en el conjunto blanco con otro adelantado a su época como era Fernando Martín, que detestaba la individualidad del extranjero. Esto también le acarreó problemas en la NBA. Su primera etapa al otro lado del charco no fue como él esperaba. En los Portland Trail Blazers tuvo un rol marginal durante temporada y media (1989-1991). Debido a su descontento, Petrovic recaló en los New Jersey Nets como resultado de un traspaso a tres bandas, y Chuck Daly, director del Dream Team del 92 y por entonces entrenador principal de la franquicia, quedó rápidamente enamorado del balcánico por su ética de trabajo. Sin embargo, la NBA de principios de los 90 aún era un entorno hostil para los europeos, con honrosas excepciones como Detlef Schrempf, un alero alemán que jugó, entre otros, en los Indiana Pacers y que llegó incluso al All Star. Buena parte de culpa era de los jugadores nativos, recelosos por la llegada de un extranjero que trabajaba más y en muchos casos era mejor. Química de equipo aparte, la irrupción del Mago en los Nets fue satisfactoria en su primera temporada, rondando los 20 minutos y los 12 puntos por partido. Pero su gran momento estaba por llegar. En las siguientes dos temporadas (1992-1994) el escolta se convirtió en el jugador franquicia de los Nets promediando más de 20 puntos por partido con unos porcentajes superiores al 50% en tiros de campo, algo casi extraterrestre para un jugador de sus características en aquella NBA de los 90.

Sin embargo, esta vez el croata tampoco recibió el reconocimiento que a su juicio merecía ya que se quedó fuera del All Star de 1993, que había sido su principal meta. De no haber sucumbido al cruel destino de aquella carretera alemana, podría asegurarse conociendo la determinación del balcánico que hubiera hecho lo imposible en cancha para lograr dicho reconocimiento la próxima temporada. En este sentido, a juicio del exentrenador Txema Capetillo, Petrovic “acabó siendo reconocido como una estrella en la propia NBA. Para mí fue el mejor jugador que hubo en Europa, por delante incluso de Sabonis”, aseguraba ayer el vitoriano a este diario. Nunca se sabrá el máximo alcance que podría haber tenido la carrera del escolta, pero si algo se conoce con certeza es que, de no ser por su muerte, Petrovic no habría alcanzado la dimensión ni el reconocimiento del que hoy dispone. Su entrada en el Hall of Fame y su elástica retirada en los Nets así lo determinan. A veces, la única manera de obtener el reconocimiento a una vida entera dedicada al trabajo es el sacrificio.