Según apuntan todas las informaciones, el Alavés, que en este caso es un eufemismo para decir Josean Querejeta, está valorando muy seriamente si cortar la cabeza del entrenador que ha llevado al equipo a Primera División, que ha ganado la Liga y que tiene el respaldo generalizado de unos jugadores y afición que han significado los éxitos del plantel con el carácter y la mano del volcánico jefe. Desde el prisma del populismo no hay por dónde pillar la simple duda en torno a Bordalás. Ni si quiera desde un aproach deportivo se puede entender. La situación es idéntica a la que ocurrió con Natxo González hace tres años, cuando el Glorioso consiguió el ascenso a Segunda. También el entrenador vitoriano contaba con un fuerte beneplácito social y también había conseguido el objetivo para el que se le había contratado unos meses antes. Pero a Querejeta, por lo que fuera, parece ser que tampoco le convencía. Entonces prefirió tomar la decisión políticamente correcta y popular antes que guiarse por su instinto. Lo que vino después fue lo que siempre suele ocurrir en estos casos: el presidente aprovechó la primera opción que le dio la competición para cargarse de argumentos y ejecutar un despido que su cuerpo le había pedido en verano, cuando la púrpura, los confetis y el hecho de escuchar demasiado al pueblo le apartaron de tomar la decisión que él creía mejor para el funcionamiento del club. Aquella temporada el Alavés tuvo tres entrenadores. Lo que debería haber aprendido Querejeta entonces es que, si quiere echar a un entrenador, el fútbol siempre le va a dar la posibilidad más pronto que tarde. Que no te puedes quedar con esa espinita dentro de volver a claudicar ante el populismo porque los inicios en una categoría siempre son complicados como para vivir con el runrún de que no has sido tu quien ha vuelto a tomar una decisión trascendente. Por eso, si lo vas a echar, échalo ya. Porque vas a tener con él, tu nueva apuesta para comandar la nave en Primera, toda la paciencia que me parece no tendrías con un Bordalás al que no aguantas, o no ves el indicado para esta empresa, o no te llena, y eso no hay caída de ojos que lo arregle. Porque sería mejor que el entrenador en el que estás pensando tome ya las riendas, tenga voz a la hora de confeccionar su plantilla y no herede lámparas y muebles que igual no le gustan. Porque un presidente no está para escuchar a su afición ni a sus jugadores a la hora de tomar una decisión así, que si no el fútbol se va a acabar convirtiendo también en una cuestión pablista-garzonista. Porque siempre vas a encontrar la justificación que ahora puede que no haya. Al margen de este intento de convertirme en la conciencia de Querejeta, es complicado emitir una opinión contraria a Bordalás. Su hoja de servicios esta temporada ha sido prácticamente intachable, ha conseguido un bloque comprometido desde el primer día hasta el último y además ha sabido conectar con la afición. El que sea habitual de esta tribuna sabe que no es mi perfil de técnico favorito. Puesto todo en una balanza, probablemente me gustaría ver a otro al mando del Alavés de Primera. Alguien con un libretto más depurado en cuanto al fútbol moderno de posición y ataque. En cualquier caso, hay ejemplos también de equipos exitosos en la máxima categoría cortados por un patrón similar al de Bordalás, que no tiene experiencia en Primera. Pero bueno, tampoco la tenía Guardiola en su momento. Ni ninguno alguna vez. Lo que sí que tengo claro es que Querejeta no puede volver a sentir que no está haciendo lo que él cree que debe. Hace tres años sentía que lo mejor era echar a Natxo González. Pero no lo hizo a tiempo y el Alavés vivió todo el curso a contrapié. Hace un año tuvo que escuchar el clamor popular contra el corte de Ibon Navarro. Del club, con valores y buen entrenador. Lo hizo y Baskonia tuvo después su mejor temporada en cinco años. Ahora es Bordalás quien está en el confesionario. La audiencia ha votado que debe seguir en la casa, pero aquí manda el Súper. El presidente está en la encrucijada de la que hablaba Saviano es Gomorra: “Decidir una cosa u otra y saber que te estás equivocando”.