andalo - Programa corto, temperatura alta y centrifugado. Entró el Giro en el tambor de una lavadora después de colgar las piernas en el tendal del día de descanso y el frenesí, la agitación y la excitación vertebraron un día tan fugaz como memorable hacia Andalo. Fue una carrera de meteoros. El big-bang. Chocaron estrellas, giraron planetas y hubo eclipses. El Giro, a toda mecha, lanzando fuego por todos los costados. Un dragón que achicharró a Vincenzo Nibali, desollado del podio. El Tiburón sin presa, sin aliento, boqueante. En formol. Una escultura de Damien Hirst. Otro día a oscuras, encerrado en la mazmorra de la impotencia. Rezaba el italiano por un día de luto para Kruijswijk y fue él quien escuchó el réquiem, música celestial para Alejandro Valverde, desvirgado en el Giro, triunfador.
El murciano, un mapamundi de victorias, también encontró el laurel en la carrera que descubre. Clavó su chincheta rosa. ¿Doctor Livingstone, supongo? Ya tenía sus cataratas Victoria. “Es una sensación fantástica ganar por primera vez en el Giro. Lo veo todo color de rosa”, dijo Valverde. De ese color lo ve Kruijswijk que llegó sentado en el sidecar de Valverde, en paralelo. El holandés lanzó confeti y serpentinas a su paso en Andalo. “Es una situación ideal para la maglia rosa ya que ahora tengo tres minuto sobre Esteban Chaves y los demás”, sentenció el líder que retrasó al colombiano 48 segundos y descompuso con 1:53 a Nibali, disecado. Fuera del podio, donde se coló Valverde y su puñetazo al viento. “Salíamos mentalizados de ir a por todas y queríamos reventar la carrera en todo momento y al final ha s do así”, expuso Valverde, uno de los sepultureros del italiano.
El interior del ataúd de Nibali lo forraron entre Zakarin, Kruijswijk y Valverde, hábiles tapiceros en Fai della Paganella, un puerto bravo, donde la carrera se iluminaba en un frontispicio pirotécnico. El incendio, paradójicamente, lo provocó Nibali, su antorcha de rabia y ambición, que prendió la carrera en el Passo della Mendola, la primera chepa del día. El siciliano, incontenible, se propulsó con la pértiga de la valentía para desajustar al minimalista Kruijswijk. El líder, sereno, convincente, las piernas fluidas, confirmó su jerarquía. Esposó al italiano, que en el arrastre congregó a Zakarin, Valverde, Jungels, Kangert, Ulissi, David López y otro puñado de notables. El hostigamiento de Nibali borró la sonrisa a Chaves, rezagado a partir de entonces, ensillado sobre la persecución, al igual que Majka y Urán. La dinamita del italiano produjo el caos, una maravillosa panorámica, una carrera de frenopático. Kangert, uno de sus fieles, era una locomotora que sostenía el medio minuto de renta sobre la jauría de Chaves, que hacia equilibrios para mantenerse en pie. El colombiano estaba grogui, pero la lona la besó Nibali.
nibali no puede La dormidina se la aplicó Valverde. Su alzamiento evidenció el cartón piedra de Nibali, tieso en la desembocadura de Fai della Paganella. Kruijswijk y Zakarin rastrearon al español de inmediato. El líder, que antes dejó un amago de bastón de mando, encoló los intereses de los tres. Decidieron enterrar a Nibali, un corredor con varias vidas, un Lázaro. Jungels dio una bocanada de oxígeno al siciliano, pero Nibali necesitaba un tanque de aire. Chaves, peleón, no bajó los brazos. El colombiano y Nibali corrían para salvarse. Kruijswijk, Valverde y Zakarin por un botín. Superado el velcro de Fai della Paganella, el triunvirato continuó con su entente. Juntos accedieron al balcón de Andalo a través de una empalizada que mostró la capacidad intimidatoria de Steven Kruijswijk, un tiro. Valverde y Zakarin se apresuraron. Se graparon al rosa. Por detrás, Chaves también había burlado a Nibali, aplomado el ritmo, apesadumbrado el rostro, amigado al enjuto Pozzovivo, el hombro en el que llorar la derrota.
Volaban Valverde, ilusionado, pensando en el ramo de flores; Zakarin, el más entregado a la causa, conmovedor su sacrificio, y Kruijswijk, el líder concentrado, gobernando sin voces, con el joystick de la carrera bien apretado. Para Nibali, explotada su burbuja, fuera de plano, desenfocado, el último tramo hacia Andalo fue una bajada a los infiernos, una visita guiada al centro del sufrimiento. Entre dos aguas, Chaves, perseverante, insistía en su combate, en evitar el desahucio. Valverde, Kruijswijk y Zakarin rompieron entonces el lema de los mosqueteros. El ruso, más famélico que ingenuo, perdió tracción cuando Kruijswijk y Valverde iniciaron el cortejo por la victoria. El holandés se ajustó las zapatillas para hacer palanca.
un triunfo incontestable Dijo Arquímedes aquello de “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Nunca se había medido con Valverde. El murciano, que es una vitrina de trofeos andante, giró el cuello un par de veces, situó al líder y le enseñó el dorsal con esa propulsión tan suya, tan Valverdiana. Treinta pedaladas sobre una turbina. Con esa potencia lanzó un directo al cielo. Después se subió al podio de la emoción tras atravesar su última frontera. Kruijswijk le saludó el triunfo. “Correré todas las etapas como si fueran la carrera de mi vida”. El líder, que solo se quitó la maglia para colocarse una nueva, también era un festejo después de un día perfecto. Kruijswijk repelió a Chaves, -su sombra queda a 3 minutos en la general-, y hundió a Nibali, fuera del podio, a casi cinco minutos del holandés. Valverde, su colega ayer, brincó a la tercera plaza de la general, a 3:23 de Kruijswijk. Ambos hicieron buenas migas en un día de coctelera que acabó con un magnífico brindis.