Un maestro en toda regla, pero de los de sin regla, lo que sin duda habrán agradecido los cientos de chavales que han pasado por las aulas donde ha impartido clase a lo largo de tantos años. Jubilado hoy, de su profesión y de su pasión, de las clases y del frontón donde dejó su impronta a lo largo de su vida como practicante, directivo y juez. Nuestro protagonista es de esos que dejan huella y serán recordados no por sus hazañas deportivas sino por la oscura labor de los imprescindibles que no se hacen notar. Los intangibles. Los necesarios y hasta imprescindibles. Allí donde estuvo ejerciendo la profesión dejó también su poso: el amor y el gusto por la docencia y por la pelota. En Armañanzas primero, en Santa Cruz de Campezo después y en el colegio San Martín de Vitoria hasta la jubilación en 2002. Un año antes había colgado la chaqueta azul y la chapa de juez, función que vino desempeñando desde la temporada 84/85. A los seis y siete años enredaba con la pelota en la cocina y pasillo de casa, en Azuelo (Navarra), donde nació en 1942, con el consiguiente “quita de en medio, hijo” de la madre, y en el taller de carpintería que tenía el padre, lleno de cosas, donde no parecía sencillo jugar a nada. Por aquellos años, un señor mayor de Elorrio, donde tenía unos tíos, le incitó a retarse con un chaval de la localidad. Luis se creía bueno pero el otro era mucho mejor y le metió tal paliza que aún hoy recuerda con cierto dolor de orgullo. Con 15 años, de estudiante en Logroño, donde entonces no había frontones al uso pero algo parecido en “la campa”, disputó unos torneos escolares donde participaban los Escolapios, los Maristas, la Escuela de Comercio, el Instituto y la Escuela de Magisterio, donde él era alumno. Se proclamó campeón individual -sin protecciones resalta- y renunció a jugar por parejas en contra de la opinión del profesor de gimnasia. En la capital riojana, sin embargo, apenas jugaba. Lo hacía en el pueblo, en un frontón de pared única, cada vez que volvía a casa. Tras su breve estancia en Armañanzas, siete años, que no es poco, se trasladó a Santa Cruz. Allí no había frontón, sólo río, y se dedicó a pescar. En su día hubo un frontón, que después se cayó, provocando un grave accidente con dramáticas consecuencias. Se levantó uno particular -ya estaba cuando llegó Luis-, pero casi nadie jugaba hasta que alguien abrió un pequeño boquete que se fue haciendo cada vez más grande por el que entraron todos los demás. Ahí fue colándose, tímido primero y a pecho descubierto después para jugar los primeros puches. Después de unos años parado aquello le devolvió la vida. Era la década de los 70, cuando Aristimuño se escapaba a los Arcos junto a Boni, Miguel Acilu, Txasko, Urrea y Luis, el más tarde famoso recuperador de tobillos y mal de codos en Bernedo.

en el interpueblos de segunda Tras la misa, todos a los Arcos. Cada domingo, hasta que se levantó el frontón del pueblo. Enseguida se fundó el club de pelota de Santa Cruz de Campezo del que fue su primer presidente. Se organizaron los primeros torneos entre los pueblos de la zona: Bernedo, Antoñana, Santa Cruz y Valle de Arana. De la época recuerda a un tal Galarreta de San Vicente de Arana, un fuera de serie. En un San Prudencio de la época, Santa Cruz y Amurrio jugaron las finales. Isidoro Berrueta y Galarreta ganaron en alevines pero los infantiles de Amurrio eran imbatibles; eran el dúo legendario Murga-Furundarena.

Aristimuño llegó a jugar un par de años el Interpueblos en Segunda, años 76/78, con Acilu y José Andrés y, ya en Gasteiz y en Adurtza, casi de manera simbólica disputó algún que otro, e inconcluso, campeonato de Segunda categoría. Diez años antes, aún en Armañanzas, con los 26 a cuestas, le llamaron de Los Arcos para jugar por delante del estelar en el que los delanteros eran, recuerda Luis, Esparza y Oreja II. Querían un mano a mano entre un pelotari de la montaña y otro de Los Arcos. El “zurdillo”, Felipe, prefirió que fuera uno por parejas y ahí que le metió para vérselas con Lerín, un taxista leonés, y Labayen. Los niños del pueblo se pasaron la mañana del día siguiente cantando la victoria de su maestro: “Don Luis ha ganado”. A Marisa aquello no le gustó demasiado. Se en

aquel “zurdazo” de mikel goñi... En 1984 inició una nueva actividad. Tenía 43 años y el entonces presidente del Colegio Alavés de Jueces, Antonio Aramendía, le convenció. El maestro pasó el examen del maestro y echó a andar con los más pequeños. Coincidió con Ochoa de Eguileor, con Eugenio Rafael, Agustín, Domezain, Ortiz, Dominguez, Isidoro, Resti, Oliva, Asurmendi y Txasko, entre otros. A bote pronto recuerda un partido del federaciones en el que Álava pudo con Vizcaya. No era lo habitual, pero Asurmendi y Crespo eran mucha pareja. En otra ocasión, Vicuña y Alonso pudieron con los navarros, con Olaizola I y Okiñena nada menos. Los navarros lo hicieron muy mal, sentencia. Con los profesionales, rememora, dirigió un partido junto a Ernesto Ochoa en El ciego, donde Retegui II tiró la pelota al techo, por encima del público, por un mosqueo. Y nunca olvidará un zurdazo de volea de Mikel Goñi desde el cuatro, que fue a botar al siete; un partidazo con Titín delante y con Elkoro y Lasa de zagueros. Aquel día en La Blanca el genio hizo de todo. Mil virguerías. Destaca el partido de “su vida” que jugó Berna en cierta ocasión, en Gasteiz, por detrás de Alustiza. Para Luis, Lajos fue un pelotari excepcional. Una mala bestia. Puntúa con sobresaliente la zurda de Soroa. Hoy le gusta Olaizola, la pegada de Iribarria y la picardía y descaro de Altuna. Y de los nuestros reconoce el mérito de Rafael y la electricidad de Larrañaga en la volea y el gancho. El juez Aristimuño es un maestro.