SESTOLA - Y en la décima etapa del Giro, Mikel Landa lloró. Lloró de dolor e impotencia. Porque él quería seguir, pero su cuerpo no le respondía. El murgiarra había salido bien posicionado de su lucha individual con la temida contrarreloj, una modalidad que otrora le castigaba con minutos, y había conseguido entrar en la terna de favoritos de la corsa rosa. Era octavo y estaba ante su momento. Porque se lo había trabajado y porque por fin llegaba la montaña. Su terreno, su hábitat. Pero cuando la rueda encaró al primer puerto, retándole, sus piernas dejaron de funcionar. Fue entonces cuando el líder del Sky perdió la confianza con la que había comenzado la segunda semana de la competición italiana, aquella en la que se concentra el terreno predilecto de Landa, la alta montaña. Al alavés se le borró la sonrisa y pensó en la gastroenteritis que le tuvo en vela casi toda la noche anterior, en la jornada de descanso. Y supo que esas eran las consecuencias. Así, bien colocado en la general, con los gallos a tiro y la montaña a sus pies; el corredor murgiarra fue consciente de que esa era su oportunidad de lucirse, de preparar su asalto al Giro. Por eso lo intentó, por eso se levantó de la cama. Pero no pudo. Así que Landa lloró. Su compañero de equipo Ian Boswell supo que algo iba mal cuando vio a su líder subirse al autobús: “No dijo nada antes de la etapa, pero cuando le vi no tenía buen aspecto. Tenía frío y estaba muy caliente”. Sin embargo, el estadounidense reconoció que todos esperaban que Landa se recuperara sobre la bicicleta: “A veces no te sientes bien pero mejoras cuando empieza la etapa, sin embargo, era evidente desde el comienzo que no era él mismo”. Así que el ciclista vasco se puso el uniforme y comenzó su trabajo. Hasta el kilómetros 66, cuando decidió acabar definitivamente con el sueño rosa. No fue un cruce de cables. Ni fue repentino, ni a la ligera. Landa lo llevaba pensando mucho antes, cuando el Passo della Colina, un puerto de tercera que aparecía nada más comenzar, le hirió apenas iniciar su ascensión. Y era el primero de cuatro, el más compasivo. Acababa de comenzar lo duro y el líder del Sky se fue dejando, desapareció del pelotón y pasó por la pancarta de la Colina a seis minutos de Nibali y Valverde, rivales a los que ha dejado solos en la lucha por el Giro. Y nadie lo entendía. Nadie sabía por qué Landa, una bestia de la montaña, sucumbía a los insidiosos Apeninos que bien conocía, antes casi de la primera batalla. En la primera pedalada. Fue entonces, a los pies de la Tosacana, cuando al murgiarra le asomó el runrún del abandono. Débiles susurros que fueron acallados por la ayuda de sus gregarios Mikel Nieve y David López. Compañeros de equipo y de fatigas, que no le daban por perdido. Recuperó minutos y quienes desconocían su enfermedad hablaron de remontada. Sin embargo, aunque el reloj de Landa recobrará la salud, su cuerpo la perdía. Y, al paso del kilómetro 66 volvieron las voces que le hablaban de retirada. Landa por fin entendió que lo que no había hecho la contrarreloj, lo había conseguido la enfermedad. Así que se bajó de la bicicleta y se despidió del Giro.

Explicaciones del Sky Tras conocer el abandono de Landa, el médico del Sky, Iñigo Sarriegi, se apresuró a dar explicaciones: “Mikel despertó con sensación de malestar y con dolores abdominales. Creemos que tiene una gastroenteritis viral”. Asimismo, el gerente del equipo británico, Dave Brailsford, explicó que a pesar de su enfermedad, el corredor alavés comenzó la etapa “con la esperanza de poder sacarla adelante”, pero que con el paso de los kilómetros “la gastroenteritis le afectó y no pudo continuar”.