En ese vuelo viajaban todas las decepciones pasadas y todas las esperanzas por venir. Fue un instante de esos que marcan la historia. Para Adams era la justificación a todos los sinsabores de su carrera. A su éxodo a Venezuela, a su llegada de refilón a Europa, a su errático inicio en Vitoria. Todos esos momentos habían valido la pena y ahora todo cobraba sentido. Para Baskonia, en el triple volaban las lágrimas de Scola, la canasta de Herreros, la ilusión de una afición y toda una ciudad. Fue interminable porque como se vio después, lo que volaba era todo. Un tiro rutinario de Adams que no quiso entrar. Luego la nada. Una prórroga convertida en un ejercicio de autodestrucción. Sería injusto matar al base pese a su colapso final, que va más allá del tiro que todos queremos olvidar pero recordaremos siempre. La mejor definición de Adams la hizo Homer Simpson hablando de la cerveza: “Es causa y a la vez solución de todos nuestros problemas”. Sería injusto matarlo ahora. Por todas las que han salido cara. Porque sin su eclosión sería imposible haber llegado aquí. Porque fue, junto al omnipotente Bourousis, el mejor de un Baskonia que, como el Alavés en su última visita a Alemania, se permitió dar a su rival una vida de ventaja. Hubo una semifinal antes y después del ingreso de Bou en pista. Salió el griego, bregó el equipo en las cloacas con Blazik por no irse del partido, se hizo progresivamente con él y, lo más jodido, se lo dejó escapar cuando lo tenía en la mano. Antes del no-triple había puesto a Fenerbahce contra las cuerdas gracias a una mezcla de pasión, armonía y talento. Hubo un rato en el que las señales eran inequívocas. Entraban triples a tabla y los turcos se miraban los unos a los otros como diciendo, ‘tira tú, que a mi me da la risa’. Pero al final no fue el día. Volveremos mucho a ese no-triple de Adams. Volveremos aunque tengamos la certeza de que no va a entrar.
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