Arnhem - Ojiplático como los chiquillos que se cuelgan de los escaparates de las jugueterías, con el paladar dulce de las chucherías, se adentró Julen Amezqueta en el Giro. “Esto es una pasada, estoy sin palabras. Estoy contento por toda la etapa y por ser en un escenario como el Giro”, acertó a concretar Amezqueta, que incluso fue líder virtual de la prueba. Un chapuzón de alegría para el joven navarro, que fue aprendiz en Italia antes de ser profesional. Monta Amezqueta sobre un Wilier, un legendaria marca italiana con más de un siglo de historia. La de Pietro Dal Moli, que comenzó a hacer bicicletas en 1906. Sus herederos continúan con su pasión, que también es oficio, en Triestre. Wilier apareció en el Giro para dar cobijo a Amezqueta, un proyecto de 22 años. El pasado, el presente y el futuro correteando por las piernas de Amezqueta. “Nunca está de más intentarlo, no ha podido ser pero tampoco hemos estado tan lejos. Hay que seguir en esta línea. Seguro que vendrán más oportunidades. Estamos aquí para dar la cara”.

La de Julen es barbilampiña. Apenas gatea en la azotea del ciclismo, pero aferrado al descaro de la juventud se subió al tobogán de la ilusión por Holanda, que desenrolló la alfombra entre Nijmegen y Arnhem, en dirección contraria al sábado. Déjà vu. El pelotón dio media vuelta. Tanto se parecieron los días que hasta el vencedor fue el mismo: Marcel Kittel. El alemán, un misil vestido de rojo, no dejó nada tras su estela de velocista. Estrategia de tierra quemada. Trituró el sprint con el colmillo de un tiburón y la mandíbula de un cocodrilo. Nadie pudo interponerse a su cañonazo. Hombre bala. El laurel, una fotocopia de la víspera, desvistió a Dumoulin y sonrosó a Kittel.

Antes de que el germano mostrara el catálogo, Amezqueta se cuadró para incorporarse a la huida promovida desde el deshielo de la etapa. Con las persianas entreabiertas, Van Zyl (Dimension Data) y Amezqueta (Wilier) formaron grupeta con Tjallingii (LottoNL) y Berlato (Nippo), expertos en el arte de las fugas. El sábado también anudaron las sábanas para dejar la vigilancia del pelotón, menos calmado porque el viento, de costado, tenía filo. La tensión se entreveraba en una postal festiva. En Holanda las bicicletas disponen de un altar y los ciclistas son santificados. Religión pagana. En la primavera holandesa, Tjallingii y Berlato trazaron las líneas maestras. Conocían cada palmo del terreno. Topógrafos. La peregrinación del día anterior impulsó a Amezqueta y Van Zyl. El cuarteto se entendió de inmediato. Bastó con la mirada febril de los buscadores de oro.

Se afiliaron al sindicato del tajo y pronto disiparon la renta. Espuma de champán. La cháchara del pelotón, en la mecedora, dio carrete a Amezqueta, Van Zyl, Berlato y Tjallingii, abriendo la cremallera de un paisaje rosa, repleto de gente, atestado de efusividad. El cuarteto no admitió escaqueos. En el pelotón se pasaba el día en la oficina con el aire acondicionando atemperando el ritmo hasta que el aire que se colaba provenía desde la cuneta. Hubo entonces algo de aleteo en el enjambre. Se imponía la prudencia, custodiar las perlas. El Sky puso un cordón de seguridad alrededor de Landa. Movistar abrazó a Valverde y el Astana amagó con revolver el trastero. Nibali, que tiene alma de bandolero, nunca descansa. Trató de alimentar un alzamiento. El viento, le negó. De cuando en cuando se escuchaba el chasquido corto y lacerante del látigo de los acelerones, algunos provocados por el ulular de Eolo; otros, por las rotondas.

la ley de kittel En una de ellas se dislocó el Ag2r, que manejaba la diligencia para evitar riesgos. Sucedió que la liebre tropezó y Péraud, el rostro contra el asfalto, ensangrentado, tuvo que dejar el Giro. Lejos, por delante, un grano que ofertaba el maglia azurra, el reino de la montaña. Omar Fraile, monarca el sábado, tuvo que claudicar. Una muda rápida. Tjallingii, que le disputó la gloria el día anterior, sumó en la corona de Posbank a pesar de que Amezqueta intentó hombrear con él. No logró tomarle el rebufo y el holandés se tiñó de azul a la hora del té. Despertó entonces la fiera del Etixx. No hubo indulto para el cuarteto a pesar del alumbramiento de Van Zyl, que se resistió a ser esposado en el desagüe de la etapa. Ordenada la carrera, la muchachada del tren del Etixx dispuso la vías para que Kittel, algo así como un bisonte en estampida, descarrilara al resto con una tremenda sacudida que le lanzó de un respingo al liderato del Giro. Julen Amezqueta lo había sido durante un instante. Un descubrimiento.