SILLIA - Uri Geller, que se hizo famoso doblando cucharas en los años 70 en Directísimo frente al frondoso bigote y las anchas solapas de José María Íñigo, se decía mentalista. Un tipo, Uri Geller, con más telegenia que telequinesia, ese supuesto poder mental para mandar sobre los objetos. No existen pruebas que sostengan esa capacidad. Puro ilusionismo. Existen, sin embargo, evidencias de que ciertas personas son capaces de doblegar voluntades ajenas con la mente, con la mirada, con un simple gesto o con una aparición en escena. Basta con su presencia. No es necesario un discurso. Mikel Landa posee esa jerarquía, esa capacidad de intimidación para plegar espinazos y encorvar deseos en las cumbres.
Demostró ese poder el día que estrenaba el maillot de líder el Giro del Trentino y la carrera latía en Fai della Paganella, un puerto donde Mikel Landa, un Gary Cooper -el Sky se había evaporado para entonces-, encapsuló a todos los soñadores y rebeldes, que fueron numerosos, en una cárcel de máxima seguridad. No habría llamada del gobernador para ellos. Ni un indulto. El murgiarra, sobrio, desencadenado, guardó el orden con severidad para consolidar su liderato cuando a la carrera le queda un día de vida por el que suspira el Astana, el exequipo de Landa, que, seguro, cargará con la caballería de Fuglsang o Kangert, -derrotado Nibali-, vencedor ayer con una ataque a un par de brazadas de meta.
A Mikel Landa el traje de luces le cuadra sin que le tire la sisa. Tampoco le molesta la etiqueta de la maglia. Se siente cómodo en la piel de capo el murgiarra. Sastrería a medida. Landa es un genial frontman que mezcla descaro, saber estar y el carisma que barniza a los campeones. En Fai della Paganella extendió el catálogo de un corredor que se elevó varios cuerpos por encima del resto. Landa pedaleaba sobre zancos. Un gigante en una cota que comprimió la convivencia, apenas una reunión de vecinos una vez la fuga perdió miga. Vincenzo Nibali no pudo estar en el cónclave, otra vez sepultado por las montañas. Al siciliano se le abrieron las costuras, se le arrugaron las piernas y se le acartonó el rostro en un grupo donde los martillos del Astana y del AG2R ponían la música cruda y doliente. Mientras Bardet y Pirazzi revoltosos, aguijoneaban, Nibali, atormentado, penaba cada pulgada. Ni los riñones tiraban de él. Descatalogado. Pálido. A 2:27 en meta; a 2:45 en el global.
dominio absoluto En el vértice opuesto, a un viaje lunar, Landa y su desparpajo; su incontestable rango. Piernas doradas, mentalidad arrolladora. Pura pirotecnia en la pendiente. Pozzovivo y Fugslang trataron de descoserle. Landa les arrancó la idea de la cabeza con la mirada y un par de pedaladas. Bardet, Kangert, Bernal y Firsanov también entraron en la partida. Enredaron. El resultado; el mismo. La banca gana. Mikel Landa vestido de croupier. Cuando alguien asomaba le anulaba. Respuesta inmediata. Nada de intérpretes. El lenguaje de la mímica era suficiente para el alavés, que se puso en la proa para amedrentar con el lenguaje corporal.
El resto entendió que Mikel Landa, sin necesidad de camaradas, era inaccesible en la subida, que su dominio del tiempo y del espacio le hacían inmune a los ataques. Bardet, Peraud, Pozzovivo, Fugslang, Kangert, Bernal, Firsanov, Buchmann y Konrad encajonaron los aires de revuelta. En Fai della Paganella se había acabado la función. Se inició el descenso. Otro telón abierto para la etapa. Alma de clásica. Landa no perdió el paso. Atento. Rastreando cada detalle. Siempre conectado. Manejó el tráfico desde el bastón de mando. Salió al paso ante cada reto hasta que Kangert se coló por una rendija para ganar la etapa y situarse a 8 segundos del murgiarra gracias a las bonificaciones. Él y su compañero Fuglsang, a diez segundos, amenazan al líder ante el cierre del Giro del Trentino, la carrera que doma Landa.