Arrate - En Arrate cabe un santuario y decenas de historias. Tal vez, cientos. Ayer, el templo del ciclismo hizo un hueco para otro capítulo de su canosa y azarosa vida. Un tomo para la exquisita victoria de Diego Rosa, que escarbó el túnel más largo en años, 145 kilómetros. Así rascó el cielo. Ofrenda para el santuario. Sergio Henao, nuevo líder de la carrera tras el derrumbe de Kelderman, se regaló un maillot amarillo en la coronilla de Eibar. El que quiere Alberto Contador. Ambos compartieron habitación en la cima. Llegaron de la mano. Las que se estrecharon al caer la telón. Purito y Pinot duermen pared con pared. Los cuatro respiran en un callejón estrechísimo. Claustrofóbico. Apenas doce segundos les separan. Crono en la cabeza de un alfiler. Sentencia en los juzgados de Eibar. Henoa parte con ventaja. Seis segundos con Contador, diez con Pinot y doce con Purito. De esa cuadrícula se cayó Kelderman, el líder que es un tallo, quebrado en Arrate, sin raíces que le nutrieran después de apurarse en Matsaria. Tampoco resistió Mikel Landa, desprendido por el mal de altura. Landa quiso coger la Luna y la ley de la gravedad le escupió a la tierra.

El murgiarra fue tan valiente como conmovedor, respetuoso con el ciclismo de corazonada y epidermis. Bravo Landa. Hurra por él, que corre para la memoria. A Landa, que gasta aire de genio, se le recordará más el cómo que el qué. En el ciclismo de las hojas de Excel, la inspiración de Landa es un lifting, un tratamiento de rejuvenecimiento para un relato acartonado, con la mirada corta. Se destapó Mikel agarrado a la capa de Super López en el descenso hacia Etxebarria. David, maravilloso, actuó de zapador para abrillantar la vitrina del Sky, exacto en la mesa de diseño. El equipo británico dibujó un ajedrez estupendo para el tablero de Arrate. Juegan negras y ganan. Alfil, López, reina Landa y Sergio Henao, rey. Monarquía parlamentaria para sentar al colombiano en el trono. Henao compartió la llegada a palacio con Contador, otro ciclista de otro tiempo. “Un ciclista viejo”, que definiría Giuseppe Martinelli.

Otro Martinelli, Silvio, gobernaba el volante del Astana, donde se cobija Diego Rosa. Entró Rosa en el túnel del tiempo, en los arcanos, en ese ciclismo que imanta la cuneta. Matsaria camufló un estampa del Giro, una subida cicatrizado por tramos de hormigón. El italiano, hijo de la gran escapada, la que contó con 25 colegas en el despertar de Orio, se despidió de ellos en el andén de Karabieta, un puerto de fogueo para un día con mucho plomo. Rosa se puso morado de alegría en Arrate. Allí puso pie a tierra tras orbitar varias veces. Alunizó en Arrate y levantó la bici. Halterofilia ante el templo. Celebración de biker. La bicicleta como para el santuario de Arrate, que dejó la carrera para una cena. Dos parejas. Sergio Henao, líder, y Alberto Contador. Purito y Pinot.

ataque de landa Rosa alcanzó esa utopía llamada Zihuatanejo, símbolo de libertad. Rosa rosae. El negro fue para Fabio Aru, el líder de su equipo, descabalgado en la zona de avituallamiento. Tachado de la Vuelta al País Vasco. Un dorsal sin identidad. No llego Aru a Matsaria, donde se arremolinaron los nombres con más heráldica. Una cuesta sin pasado pero que determinaría el futuro. Contador, Quintana, Purito, Landa, Pinot, Henao, Kelderman pedaleaban en su regazo. David López se instaló con ellos. Había pertenecido a la aventura del alba, pero esperaba la hora del té, la bebida del Sky. Una llave inglesa apretaba la carrera que por delante escribía la hazaña de Diego Rosa. El puerto dejó en tanga a Kelderman, que se quedó sin números de la lotería holandesa para la rifa del santuario. Allí la suerte no juega. La cábala tampoco afectaba al italiano Rosa, un Quijote, que se ganó cada dedo de gloria. Fue la suya la gran evasión.

A lo grande maniobró el Sky, tácticamente irreprochable. David López se despegó unas puntadas en el descenso de San Miguel. Las bajadas sirven para subir. El vizcaíno lanzó la escala y Mikel Landa, el escalador con ventosas, se sumó al motín. Corneado o por la puerta grande, pero pisando arena. Contador, al que solo le quedaba Petrov, y Quintana, que únicamente contaba con el abrazo de Visconti, enviaron a sus subalternos a lidiar con Landa, que siente desapego por el ciclismo de salón. David López defendió del aire a Landa. Mikel como el Lute. Camina o revienta. Cara o cruz.

Durante un buen trecho, ya en los pololos del santuario, el perfil de Landa acuñaba la moneda con más valor. El Landismo como estilo de vida. Oro puro hasta que el cansancio bajó su cotización. La mecha del murgiarra, se debilitó en la zonas erógenas de la ascensión con el repunte de Contador. El madrileño, un activista de las cumbres, se miró al espejo y lo atravesó hombreando sobre la bicicleta. El baile de siempre, su swing, sus perdigonazos. Sergio Henao reconoció la mirada del madrileño y se abrazó a él. Landa se había difuminado. “Hasta donde he podido”, dijo. Contador y Henao compartían cordada. A Nairo Quintana le cortaron la cuerda. No había punto de unión. Se quedó sin réplica el colombino, descatalogado. El mismo virus que afectó a Samuel en las tripas de Arrate. De Kelderman no hubo huella.

Contador y Sergio Henao viajaban en sidecar. Armisticio. El madrileño miraba al colombiano y este le devolvía la cortesía. Diplomacia. Juego de miradas en una cuesta que se abría la cremallera para que el ánimo de la afición les envolviera en el cara a cara. Entretenidos en ese vis a vis, reaccionaron Purito Rodríguez y Thibaut Pinot, que les faltó apenas un remache para encontrarse en el santuario con Henao y Contador. Quintana y Samuel se quedaron en suspenso. Demasiado lejos para el boca a boca de una carrera que se discutirá en petit comité entre Henao, líder, Contador, Pinot y Purito, todos apretujados en 12 segundos y 16,5 kilómetros. Los cuatro en el reloj. En hora.