Lemoa - Solamente el dedo gordo del pie izquierdo le supone alguna molestia a Alex Txikon tras poner su nombre en la historia, tumbar al invierno y asomarse al penúltimo hito del himalayismo. El Nanga Parbat (8,126 metros) junto a Ali Sadpara y Simone Moro le colocan en la enciclopedia.
¿Qué supone para usted esta cima del Nanga Parbat en invierno?
-Este ochomil tiene más valor para mí que las otras once cumbres en las que he estado, porque he escalado dos veces el Shisha Pangma. En el plano personal supone un antes y un después. En 2003 hicimos la primera montaña de 8.000 metros, fuimos a Al Filo de lo Imposible y en 2010 acabamos el proyecto de Edurne Pasaban y creo que estoy a las puertas de una nueva etapa. Esta vez va a ser más complicado salirse un poco de la línea a seguir. Más que nada por los aspectos económicos. La gente me pregunta por el K2 o el Everest, que va a hacer Simone Moro, pero es que nunca vamos a jugar en esa Liga.
Continúe.
-Nunca se puede decir nunca, pero se transforma en algo cansino. Te coges el dossier y te pones a recorrer los distintos sitios para encontrar financiación. Tienes que hacer de todo: organizar, sacar dinero, entrenar? Tienes que hilar fino. En este deporte es complicado hacer un calendario.
¿Esta cima podría servir para impulsar su carrera?
-Lo veo difícil. Mire cómo está la cosa. Nos dicen que la situación levanta, pero no es así. Hay cosas más importantes que darle vueltas a lo que hace un montañero. Pero, aun así, creo que también es importante. La gente nos sigue.
¿Cómo valora ese seguimiento de los aficionados?
-Comparando con anteriores expediciones, el fin de semana pasado fui a Donostia en tren y la gente me paraba por la calle para felicitarme. Eso no me hace sentirme más, pero sí que me demuestra que la gente ha valorado lo que hemos hecho y ha disfrutado. Eso es bonito. Eso lo que más me gusta. Creo que han disfrutado mucho.
¿Le había ocurrido algo similar en anteriores expediciones?
-Igual recién llegado sí, pero no tanto como en esta. Al salir más en medios, le llega a más gente y tiene más difusión. Mucha gente me ha recordado el día de cumbre, porque estuvieron pegados al Race Track desde las cuatro de la mañana. Eso te hace disfrutar y tienes ganas de continuar. Eso sí, dijimos antes de salir que al Nanga era la última vez que íbamos, no sé qué pasará después. Todo este cariño te da ánimo para continuar, te hace replantearte seguir y querer competir en Champions, aunque es muy complicado.
Viajan a Argentina para aclimatar allí, lo que consideran uno de los aciertos de la expedición; posteriormente se desplazan a Pakistán, pueden trabajar mucho y bien las primeras semanas, pero después tienen que estar cerca de un mes parados en el Campo Base, ¿cómo se procesa?
-En primera instancia, tal y como dice, lo de Argentina fue un acierto, pero fue también costoso y complicado. Nos dio ese repunte para no pasarlo mal en el Nanga Parbat. Según llegamos, empezamos a currar. Tuvimos una racha que nos dejó trabajar, porque el invierno allí es así. Ese mes, en lo deportivo fue menos duro, porque nos hizo la vida sencilla en el Campo Base. En lo personal se hace complicado. La convivencia con el que fue nuestro compañero, Daniele Nardi, se hizo dura, más al final. Quizás fue en parte mi culpa, por aguantar una y otra vez. He dudado muchas veces. Si hacemos una comparativa de lo que hemos trabajado, no hay color, el 95% lo hicimos entre Ali Sadpara y yo. Entrar en ello sería dar aire a un asunto al que, para nosotros allí, le quitábamos hierro. Nos lo tomamos con tranquilidad.
¿Sí?
-Ves que recibes críticas duras, pero las aceptas. Los que han seguido la expedición nos han felicitado. Yo me di cuenta de que no se desvelaban las cartas y esa sensación me quedó confirmada. Esto quiere decir que estamos en un mundo competitivo.
¿Lo considera juego sucio?
-No diría que es juego sucio. Tú vas ahí y quiere decir que hay una competición. Nosotros desvelábamos nuestros movimientos y tratábamos de ayudar al que lo necesitara. Luego notaba esa sensación. ¿Que no es juego limpio? Pues no. Lo dicho, que hay competitividad de querer ser los primeros. Nosotros, en nuestro caso, no, porque llevábamos planeada la ruta Kinshofer y cuando estábamos pensando en el C2, ya los había que pensaban en hacer cumbre. Eso por un lado. Lo feo es que se ha visto todo. El juego sucio, quizás, ha venido después. Lo del CB es positivo, porque cada uno puede decidir qué hacer y si tiene confianza para contar las cosas. Lo veo normal. En este caso, han sido tres personas. Cada una tiene un por qué, creo que a esas tres personas (Daniele Nardi, Tomek Mackiewicz y Cleo Weidlich) les interesa saltar a los medios. Hay gente que les da igual que se hable bien o mal de ellos, pero que se hable. Ahora que estoy aquí, lo veo de forma más natural. De todos modos, hay que quedarse con lo positivo de esta aventura. Puede ser positivo para mí de cara a tomar de forma distinta el liderazgo y crecer. Le di mucha importancia a la logística, pero no a la composición del grupo. Falta mucho camino por recorrer y mucho aprendizaje.
¿A qué se refiere?
-A que desde 2003 hasta 2010 me hacían las expediciones. Yo iba a la montaña con un sueldo. Realmente, llevo haciendo expediciones desde 2011, no como antes, que trabajaba para Edurne, dentro de un equipo, todo más organizado.
¿La mayor virtud del equipo fue la paciencia?
-Una de las claves del éxito, al 80%, es que estuvimos el año pasado ya allí. Después, eso, la paciencia. No a lo largo de un mes, sino en el día a día. Tú te despertabas, veías el Nanga soleado y te dices que parece día de cumbre. Pero no. Ali pronto decía que era día para ascender y había que pararle. Tampoco podíamos precipitarnos en el ataque. La paciencia de cada segundo de convivencia ha sido una de nuestras virtudes, sí.
En enero une su equipo al de Simone Moro y Tamara Lundger.
-Lo cierto es que hubo muchos movimientos. En principio, estábamos Daniele, Ali y yo. Adam Bielecki y Jacek Czech, los dos polacos, como no les quedaba otra opción se arrejuntaron. Pero tuvieron al día siguiente una caída y marcharon para casa. Después, cuando el resto de los equipos decidieron marcharse, quedamos cinco escaladores en el Campo Base: Nardi, Sadpara, Moro, Lundger y yo. Decidimos integrar un equipo. Cuando Daniele se marchó, nos quedamos los cuatro. Los italianos sí que nos habían pedido permiso para descender por nuestra ruta, porque iban a ascender por la suya, que les dijimos que sí. Y surge de forma natural nuestra colaboración.
¿Qué peso tienen en la expedición?
-No voy a decir que es clave, porque estaba todo el trabajo hecho; pero el hecho de que venga gente abierta, trabajadora, que lo ha hecho lo mejor que ha podido, ha dado su vidilla. Su papel ha sido muy bueno. En Simone me veía reflejado, porque teníamos que ser pacientes y aguantar a Tamara y Ali. Lundger estaba más centrada en los partes de meteorología. Por otro lado, llevar a una mujer, que ha estado a la altura e, incluso, por encima de nosotros, demostrando unos valores altísimos como persona, es importante. En lo personal, ha sido fundamental. La incorporación ha sido positiva.
Explíquese.
-Estábamos un italiano de la zona norte, otra italiana del Subtirol, un vasco y un paquistaní, un baltí, en este caso. Cada uno ha aportado cosas diferentes. Hemos sacado la mejor de nuestras versiones.
Tenían pagados los servicios de Campo Base durante 45 días y el tiempo iba pasando y era imposible hacer cumbre. ¿Cómo convivió con esa presión?
-Te da impresión, porque piensas en la factura que te va a llegar después. Todavía nos tiene que llegar, de hecho. Se hace complicado. Piensas, una vez que estás allí, en llegar hasta el final con todas las de la ley. Hubiéramos estado hasta el inicio de la primavera. Jugamos una partida para ver qué tiempo podíamos estar, porque los gastos son un problema. Ahora, también lo están siendo, puesto que hay que terminar de sufragarlos. Le he dado muchas vueltas. Estás presionado. Acabas apurando todos los recursos. Hay momentos en los que tienes que decidir comer y cenar una sopita de cabra y un poco de arroz. Es triste decirlo, si te comparas con otros deportistas. No obstante, estoy muy agradecido a todos mis patrocinadores. Es lo que hay, son los tiempos que corren y ellos dan lo que pueden, muchas veces dan más incluso. Casi hasta lo prefiero así.
¿Por qué?
-Porque cuando andas por la montaña te das cuenta de que los que más recursos tienen, valoran menos y no aprenden las cosas. Nosotros teníamos que llevar todo en la cabeza, bien medido, el arroz, la leche en polvo, el combustible? Qué hace falta y qué no hace falta.
¿Le ha hecho daño a su bolsillo esta expedición?
-Sí. Montamos que iba a ser X y luego se dispara. La expedición se ha encarecido un 30%, más luego hay que decir que Ali ha sido fundamental y, no me había pasado nunca, pero he sentido la necesidad de darles de vuelta. En lo personal, hemos conseguido un objetivo importante, pero vamos a seguir siendo los mismos, echando capotes donde haga falta. Es verdad que sentí la necesidad de repartir lo que tenía ahorrado entre Ali y la gente que estuvo con nosotros en el Campo Base: cocineros, guías? Dieron lo mejor de sí mismos.
¿Cómo analizaría a Ali Sadpara?
-Es un purasangre. Es un caballo esperando a salir en el hipódromo. Tiene fuerza, energía y, sobre todo, pasión. Ama la montaña a diferencia de otros escaladores paquistaníes. Eso dice mucho de él.
¿Qué destaca de Simone Moro?
-Esa tranquilidad y ese saber estar. Pone a cada uno en su sitio con buenas palabras. Transmite serenidad. Su olfato iba bien encaminado cuando nos decía que este año sí.
¿Y Tamara Lundger?
-Es una chica de 30 años con mucha experiencia, más de la que creía, con mucha fuerza. Ha hecho cosas muy bonitas. Me ha sorprendido porque técnicamente se desenvuelve muy bien. Asimismo, en la decisión que tomó de retirarse de la cima a pesar de tenerla tan cerca, estuvo acertada. Con 30 años hay que tener mucha madurez. He visto en mis propias carnes, en la expedición de 2012 en la que fuimos seis y volvimos tres, que se obsesionaron con la cima y no supieron tomar esa decisión.
¿Les dio pena que no coronara?
-Mucha. Cuando estás en la cumbre no, porque solo piensas en descender, pero abajo, piensas en qué decirle. Cuando estuvimos en el C4 durmiendo no lo celebramos, porque sería desprestigiar a la montaña. Tuvimos que pedir permiso al Nanga Parbat y nos dejó ascender, pero la cima está en el Campo Base. Celebrarlo allí sería una falta de respeto a la montaña. Eso sí, abajo intentamos hacer que no pasaba nada. Ella se lo ganó y se lo mereció igual que nosotros. Me dio pena, porque hubiera sido la primera mujer. Ver que en esta sociedad, en la que aún hay mucho machismo, está por encima de los hombres hubiera sido bueno.
¿Salvó el pellejo?
-No se puede saber. Pero de unas buenas congelaciones sí que se salvó. Se cayó, tuvo un pequeño susto y, si no hubiera parado, no hubiera habido un futuro. Después, hubo que calentarla. Mostró una madurez muy buena. Estas decisiones hacen grandes a los escaladores.
Se acaba un ciclo y comienza otro, tal y como dice. ¿Qué viene ahora?
-En principio, me toca escuchar al cuerpo y arreglarme el dedo gordo del pie izquierdo. También tenemos que valorar y ver cómo están los números, si están más cerca o más lejos del cero, porque sabemos que estamos en números rojos. Veremos qué pide el cuerpo. Prevaleceremos lo colectivo a lo individual. No voy a negar que me gustaría seguir en las invernales. Siento esa seducción y creo que hay cosas importantes. Me gustaría un gran proyecto, que el Nanga lo ha sido pero más a nuestro alcance, pero apuntar a un punto más.
¿Nos estamos cegando con el K2?
-Es otra cosa. Entran en liza más factores.
¿Presión?
-La que se pone uno mismo. Los patrocinadores no me piden nada, porque tienen plena confianza.
Siempre ha hablado de hacer cosas distintas.
-Me podrían decir que no subo nada, pero las invernales son cosas totalmente diferentes. Los detalles que marcan las distancias son como jugar a fútbol o baloncesto.
Ya tiene su huequito en la historia.
-Ya me han comentado que pones la Wikipedia y aparece mi nombre. Como anécdota, en un pueblo de Polonia, cerca de Zakopane, en los Tatras polacos, hay un museo en el que hay partes dedicadas a cada ochomil y también dirigidas a las invernales. El año pasado Bartek y Magda, que son los responsables, me decían que querían ver mi nombre. Eso te enorgullece. Que esté la ikurriña ahí, aunque hay más por Edurne o Juanito, es una aportación para nuestro pequeño gran país. Valoro que Markel Irizar corre con la ikurriña y eso marca a los deportistas, eso genera país, genera unión, cohesión. Es bonito. Cada uno, lo nuestro.
Edurne Pasaban comentaba que quizá ha ganado en paciencia. Ha evolucionado.
-Edurne y Asier Izagirre me llamaban al principio Cocinillas porque iba de un lado a otro preguntando. Con los años maduras y sé cuando hay cosas de cachondeo o no. Antes, era un simple escalador, Edurne asumía todo. Era más difícil ser Pasaban que Txikon. Hay cosas que gustan más y cosas que gustan menos. Las cosas que menos te gustan, son las que te pueden enseñar y aportar más.