apasionado enamorado hasta el tuétano, un loco maravilloso del ciclismo, a Markel Irizar le brilla el timbre de voz cuando rastrea los entresijos de la Strade Bianche, una carrera anacrónica, de tierra blanca, un trozo de romanticismo, hija del ciclismo primitivo, de la L’eroica. La Strade Bianche es una paradoja. Es nueva, apenas gatea vida, pero su enganche moderno es que late vieja, de antaño, espolvoreada entre caminos vecinales, grava y huellas de tractores que dibujan la Toscana, ese paisaje tan bello y onírico, la bodega de Italia. “Es como las carreras antiguas y por eso me encanta. Tiene un encanto muy especial”, dice Markel Irizar antes de colgarse el dorsal en una clásica con un estupendo palmarés que encolará los deseos de Cancellara, Valverde, Sagan, Nibali, Kwiatkwoski, Van Avermaet o Stybar -el último ganador-, especialistas en una carrera “muy particular”, advierte Markel Irizar. “La Strade Bianche además de dura por el recorrido, es peligroso por dónde se corre. Rodar sobre tierra exige cambiar la forma de correr, pero para mí, correr sobre gravilla es gozada. Es un poco juguetona”. Alude el guipuzcoano, que en ese terrario, las distancias de seguridad resultan distintas. “Sobre asfalto apenas ves la rueda trasera de quien te precede. Con eso basta. Aquí la mirada hay que tenerla más larga para poder reaccionar porque con grava es mucho más complicado maniobrar. Digamos que hay que correr como se hace con una mountain bike”.
Tal vez una bicicleta de montaña maridase mejor con la clásica de la tierra (9 sectores que totalizan 53 kilómetros) de los 176 kilómetros que suma el trazado. A diferencia del pavés, donde ciclistas como Kristoff o Degenkolb pueden manejarse bien por su poderosa carrocería y potencia, sobre el sterrato, la ecuación resulta más compleja. “Existen tramos duros con subida en los que no te puedes poner de pie porque de lo contrario no traccionas. Esa particularidad elimina a algunos corredores que funcionarían bien sobre el pavés”, diserta Markel Irizar, que deberá cuidar de Fabian Cancellara, dos veces ganador de la clásica italiana. “Es una carrera para gozar, pero nosotros salimos con presión porque trabajaremos para que Fabian gane”, subraya Markel Irizar.
muy peligrosa Además del sterrato, hilo argumental de la clásica, la Strade-Bianche acoge el viento de costado como otro de los participantes. “Eso complica aún más el recorrido que es peligroso. Las frenadas se complican mucho con la grava, al igual que las trazadas en las curvas, donde apenas si tienes un metro para meter la bicicleta por el lugar adecuado y no irte al suelo al formarse muchos montículos de tierra alrededor de las huellas de los vehículos que ruedan por esos caminos”. El piso, una alfombra de piedrecillas y tierra, carreteras blancas, albinas, obliga a montar tubulares más anchos, y a disparar la atención en todos los detalles. “Se rueda con mucha tensión”. Una termómetro que salta con las distintos repechos, -obligatorio enroscarse al sillín para no claudicar- y los descensos “muy peligrosos”. “La carrera es dura, se hace pelota”, añade Markel Irizar, un militante de la Strade Bianche y su simbología. “Mira, yo pagaría por correr esta carrera. Es una pasada, algo único”. Al aroma añejo del ciclismo que era un vademécum de épica, agonía y héroes se abraza la clásica, que se desempolva hasta anidar en Siena, una de las ciudades más bellas de Italia e Italia es un canto a la belleza. “Al llegar a Siena entre las calles estrechas... todo eso es una maravilla, te sientes un gladiador”. Guerreros de terracota. Hombres de arena. Gladiadores de tierra. O de barro. Se espera lluvia.
Los sectores de tierra: 53 kilómetros del total de 176.
1. Vidritta. 2,1 kms Passo del Rospatoio (5 km / 5,5%)
2. Strada du Murlo. 5,5 km Montalcino (4 km / 5%)
3. Lucignano d’Asso. 11,9 km
4. Pieve a Salti. 8 km
5. S. Martino in Grania. 9,5 km
6. Monte Sante Marie. 11,5
7. Monteaperti. 0,8 km
8. Colle Pinzuto. 2,4 km
9. Le Tolfe. 1,1 km