Battle Royale es una película descarnada. En ella, un puñado de adolescentes japoneses son soltados en una isla para protagonizar un macabro juego de supervivencia. Los chicos, compañeros de escuela, básicamente tienen que matarse los unos a los otros hasta que solo queda uno en pie. La particularidad de la prueba es que no todos cuentan con las mismas armas. Mientras que algunos tienen fusiles de asalto, otros se tienen que apañar con un boomerang o artilugios como un GPS. Llevado al Baskonia, y con el pequeño matiz de que los jugadores no han tenido que matarse entre ellos, Darius Adams podría decirse que ha ganado Battle Royale. De alguna manera ha conseguido imponerse sin contar con las mejores armas y siendo un jugador muy parecido al que llegó hace menos de un año. La del base estadounidense es una de esas historias en la que un deportista triunfa gracias en gran parte a que el entrenador sabe perfectamente el material con el que está trabajando y no juega a ser dios e intentar cambiarlo. Perasovic ha asumido que Adams va a jugar cada día el mismo partido. Para bien o para mal sabes lo que esperar de él. Sabes que va a tirar entre seis y ocho triples. Sabes que varios de ellos van a ser en transiciones demenciales o sin pasar a ningún compañero, y que al menos uno va a ser a distancia NBA... Cosas de la morriña. Sabes además que va a aportar energía en el rebote defensivo. Sabes que va a repartir unas cuatro asistencias y que también va a perder otros tantos balones. Sabes que te puede ganar un partido. Y sabes que te lo puede perder. Puesto todo en una balanza, conociendo su historial, abrazando su momento y soñando con su futuro, le compensa. No sé si a ustedes también les pasará, pero hay veces que cuando la está botando en el perímetro tengo la certeza de que llega uno de sus triples. Más allá del acierto, creo que es el mismo jugador y seguramente por eso disfruta de esto tan parecido al éxito. Quizás sí que es cierto que Perasovic ha conseguido diluir un poco la volatilidad del base. El técnico ha conseguido que ya no esté interno en Shutter Island, pueda ir a dormir a casa e incluso utilizar cuchillos para cortar su comida. Los últimos cinco minutos del tiempo reglamentario contra el Barcelona del pasado domingo dejaron ver el cable fuera de la cabeza, pero no a los niveles del año pasado. Un servidor nunca ha creído en esta pareja de bases tan proclives al caos, pero es una realidad que Perasovic ha conseguido que Adams aporte mucho más de lo que resta. Creo que es de gran ayuda para el entrenador saber con lo que cuenta, algo de lo que no puede presumir en el caso de Mike James, incapaz todavía de repetir un patrón y de subrayar su rol en el equipo. La labor de Perasovic empieza a ser digna de mención. Quitando el decepcionante partido en Croacia, Baskonia es un equipo que casi siempre ha tenido un mejor plan de juego que su rival y que además sabe sufrir y agarrarse a los partidos. Aunque es lícito celebrar el retorno de la demagogia del carácter Baskonia, creo que es más una consecuencia que una causa. Los jugadores tienen raza y espíritu de equipo porque tienen un sistema en el que creen, que minimiza sus defectos y amplifica sus virtudes individuales y colectivas. Con Hanga ocurre un poco lo de Adams. Tienes que asumir sus imperfecciones para disfrutar de sus virtudes. Suele ser la única fórmula que funciona cuando compites con tan manifiesta desventaja presupuestaria y baloncestística respecto a los transatlánticos. Que la suma de todo sea mucho mayor que la suma de talentos. Y lo de la intensidad y la agresividad lo voy a explicar así: si es mi equipo, es intensidad; si es el rival, es agresividad. Tampoco voy a darle muchas vueltas a las palabras del gran Expreso de la Coruña porque no deja de ser un juego en el que siempre vamos a juzgar en función de nuestros colores. Y como no pude ver al Alavés porque de escribir solo una columna semanal puedes vivir únicamente si eres Esperanza Aguirre, tampoco voy a engañarme a mí, ni a ustedes...
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