Un móvil envuelto en papel higiénico y escondido en el baño. Esa es, en la actualidad, la trampa más perseguida en el mundo del ajedrez. Todo empezó el pasado abril cuando, en el torneo Abierto de Dubai, el armenio Tigran Petrosian comenzó a sospechar que las constantes idas al baño de su rival, el georgiano Gaioz Nigalidze, dos veces campeón de su país, nada tenían que ver con su vejiga. Cansado de tanta espera, Petrosian se quejó y los árbitros del duelo esperaron a que Nigalidze saliera del lavabo para registrarle. En su cuerpo no encontraron nada, sin embargo, dentro del baño apareció un teléfono en cuya pantalla parpadeaba una aplicación de ajedrez. Y, en ella, se encontraba la posición exacta de la partida entre ambos ajedrecistas. Pillado con las manos en la masa, el georgiano negó que ese móvil fuera suyo, incluso cuando los árbitros encontraron en él su perfil de Facebook abierto.
Este altercado provocó que se volviera a poner sobre la mesa la verdadera preocupación del doping en el ajedrez: las trampas tecnológicas. Y es que el propio Magnus Carlsen, actual campeón el mundo, aceptó someterse a un proyecto piloto para impedir las ayudas medicinales; sin embargo, el noruego reconocía que “estos controles no tienen demasiado sentido” porque, según Carlsen, no existe ninguna droga capaz de mejorar las condiciones de los jugadores ante el tablero: “No creo que nadie se drogue pero, si alguno lo hace, creo que también podría ganarle”, reconoció el número 1.
A pesar de todo, lo cierto es que el Consejo Superior de Deportes ya se puso manos a la obra para luchar contra el doping en el ajedrez y publicó una serie de sustancias prohibidas: el cannabis y sus derivados, el alcohol, los bloqueantes y beta-adrenérgicos -que ralentizan la frecuencia cardiaca y disminuyen la tensión arterial-, algunos estimulantes, narcóticos, anestésicos, esteroides, anabolizantes, hormonas y corticosteroides. Sin embargo, Carlsen sigue en sus trece y piensa que el doping tecnológico supone para el ajedrez un problema mucho mayor que las drogas, sobre todo cuando se trata de enfrentamientos entre Grandes Maestros en torneos de alto nivel.
En la actualidad, el entrenamiento ajedrecístico está basado en softwares que guardan millones de partidas y movimientos cuya totalidad es imposible recordar por la mente humana. Extraño es el caso del jugador que no tenga una aplicación de este deporte a mano y, por ello, desde hace varios años se han incluido los detectores de metales en algunos eventos así como los bloqueadores de señales inalámbricas. Asimismo, el año pasado, la Federación Internacional de Ajedrez creó la Comisión Anti Trampas, cuyo reglamento establece que cualquier ajedrecista declarado culpable tendría un castigo de hasta tres años fuera de los torneos oficiales -15 si fuera reincidente-.