Muchas veces en el análisis futbolístico que se produce después de un partido, utilizamos erróneamente el concepto merecer. Es algo etéreo y completamente subjetivo. Los cementerios están llenos de equipos que se merecieron mucho más. El sábado el Madrid empató a cero contra el Málaga en un encuentro en el que disparó 31 veces a Kameni, 13 de Cristiano Ronaldo. Alguien que quizás hasta ahora no se ha parado a pensar en la relación del fútbol con la manoseada palabra podría asegurar, sin miedo a equivocarse, que, efectivamente, el Madrid mereció ganar. Nada más lejos de la realidad, pues en un juego de precisión, el hecho de fallar tanto invalida cualquier tipo de visión condescendiente. Supongo que también habría gente que salió de Mendizorroza pensando que el Alavés (o el Leganés) debió correr mejor suerte. Si compran mi opinión de que ni el Madrid ni el Alavés merecieron ganar, vamos a pasar al siguiente punto. ¿Si se repite el mismo partido contra rivales similares, cuál de los dos estará en posición más ventajosa de ganar de manera más o menos consistente? Es plausible pensar que un conjunto que hace 31 disparos y genera tantas llegadas, será muy raro que se vuelva a quedar sin marcar. O que un gol fantasma otro día sí te lo van a dar. O que el linier, en vez de ver un fuera de juego que no existía, no verá uno que sí sea. Pero cuesta mucho más imaginar que el Alavés va a ganar muchos partidos haciendo tan poco como hizo hasta que se quedó en ventaja numérica en Almería o en el infame encuentro ante el Leganés. Hay un perfil de entrenador que piensa firmemente que “una va a tener” a lo largo de noventa minutos. Y es verdad. De hecho estoy casi seguro de que Garitano preparó a su equipo con la misma idea. Que mientras el equipo no conceda, sea solidario en el trabajo y no cometa errores absurdos, su opción de victoria va a llegar sin apelar siquiera a resortes futbolísticos. Sin responder a ningún patrón de juego, sin ambición ofensiva ni continuidad ni dinamismo en ataque es posible ganar partidos de fútbol de manera puntual. Es así. Hay días que Raúl García marca un gol digno de Messi que sale de un pelotazo a Toquero que termina en falta y te pone un partido cuesta abajo ante un rival de altura. Sin apenas pisar el área ni trenzar una jugada decente. Contra el mismo Leganés hubo un lanzamiento al palo con el pinturero Serantes batido que probablemente hubiera supuesto los tres puntos. Pero porque un entrenador se llame Bordalás o Mourinho, sus equipos no van a necesitar menos para ganar que otros entrenados por tipos llamados Guardiola o Low. Después de Almería tuiteé lo siguiente: “Hay que pensar que otros días el Alavés necesitará más en ataque para ganar”. Otro día ha resultado ser la semana siguiente. No hubo genialidad, aparición mariana o expulsión en el otro equipo, así que toca seguir yendo a trabajar el lunes que no te ha tocado el Euromillón.

Se ha escrito aquí mucho cómo algunos técnicos se han apropiado del concepto de pragmatismo. Que el remate al palo hubiera ido unos centímetros más al centro no hubiera convertido un encuentro lamentable en un ejercicio de pragmatismo. Lo que fue, más bien, fue jugar a la ruleta rusa y dejar la mayoría de tus opciones de ganar en el azar. Por cada día como Almería habrá tres de los otros y con esas cuentas solo Artur Mas estaría en condición de subir. El Alavés no hizo nada por demostrar que es superior al Leganés. Abdicó de su condición de equipo versátil en ataque y se vio la peor versión de la temporada de hombres como Femenía o Toquero. Barreiro se limitó a ir segando piernas y fue más protagonista por la trifulca que por su presencia en ataque. Que varias actuaciones individuales tan pobres coincidan el mismo día responde sin duda a un déficit colectivo que el Alavés tiene a la hora del ataque organizado. Tiene muchas cosas buenas el equipo como la buena disposición para recuperar la pelota, la solvencia a balón parado, un gran portero bien relacionado con su defensa y un grupo de jugadores que siempre parecen dispuestos para la batalla. Pero también le observo con cierta preocupación que le cuesta entrar en los partidos y generar situaciones de peligro de una manera regular y como consecuencia de un juego armónico.