BILBAO - Se sinceraba Omar Fraile, extasiado, con la sonrisa que siempre le acompaña. “Parecía que no iba a llegar”. Palabras de alivio, una sensación indescriptible. “Llegó, ¡y tanto que lo hizo!”, debió pensar instantes después; pero también antes, cuando ya nada ni nadie se entrometía entre él y la línea de meta en el Giro de los Apeninos. Se refería a una victoria, tan anhelada, tan esperada, que sentía dolor solo con pensar en ella. “Es impresionante, un sueño, algo muy grande”. Omar ya tiene la primera, la más complicada. Ha abierto el cajón. Un impulso con el que subirse a los altares. En una carrera que otrora ganaron mitos del ciclismo como Fausto Coppi, Francesco Moser o Claudio Chiappucci, y también Marino Lejarreta, en 1983, el corredor santurtziarra estrenó su palmarés en la élite. Un recuerdo imborrable que perdurará en su memoria.
Tan buenas fueron sus sensaciones, tan fácil le iban las piernas, que rodó siempre con los favoritos. Incluso no titubeó para responder al primer ataque de Cunego cuando restaban aún un buen puñado de kilómetros para la meta. Poco después contó con la inestimable ayuda de Txurruka, siempre presto para echar un cable. La selección fue natural, aguantaron los más fuertes y, entre ellos, los dos corredores del Caja Rural.
La locura reinó en los últimos 15 kms. Se abrieron las hostilidades y los ataques fueron constantes. Nadie logró abrir hueco hasta que a 500 metros del final Pirazzi se lanzó a por la victoria. El italiano solo encontró la respuesta de Omar Fraile, que cambió de ritmo a 300 de meta y se quedó solo. Pudo hasta saborear el triunfo. Soltó toda la rabia acumulada. Un grito de liberación. “Por fin”, pensó mientras se subía a los altares. Ahora es tiempo de disfrutar, de saborear la victoria, su primera como corredor profesional. - Aitor Martínez