HUY - En el retablo de Huy, el altar de la agonía, donde la rebeldía de Tim Wellens (Lotto), quien quiso enredar, fue crucificada, nadie como Valverde, sumo sacerdote de la Flecha Valona, una clásica que podría disputar a oscuras, en zapatillas de casa y batín, de tan acostumbrado que está a ese muro, que para él no es una pared, ni un bordillo, más bien el pasillo alfombrado de su casa, donde corretea para abrir la puerta a la felicidad. Valverde (Movistar) giró ayer el pomo de la dicha por tercera vez. Huy es de Valverde como antes lo fue de Eddy Merckx, la leyenda, El Caníbal. El belga de las fauces afiladas, se fotografió tres veces con la sonrisa del ganador años antes (1967, 1970 y 1972). Valverde, que también pertenece a la estirpe de los campeones, igualó ayer esa pose en un muro que le susurra: “¿Qué hay de nuevo, viejo?”. “Ya sabes, lo de siempre”. Una conversación de amigos. Lo de siempre es la rutina de Valverde en Huy, el de los enamorados que se aman con pasión y festejan su rutinarios idilios. “Huy es una subida que se me da realmente bien”, dijo Valverde. Tres veces bien: 2006, 2014 y 2015.

En el muro, Valverde, que sintió esa “chispa”, esa electricidad que le da voltaje a sus piernas, gobernó el asalto final con seguridad. No dudó. Descontado Wellens, que llegó a las faldas de Huy con una decena de segundos que fueron ceniza en menos de 500 metros con el Lampre apretando para Rui Costa, Valverde, imperial, tomó el joystick de la carrera repantingado. “Con la subida a Cherave la gente ha llegado más cansada a pie de Huy y eso se ha notado en el final”. Luego está la chispa de Valverde, que es un lanzallamas. “En la subida he entrado súper bien colocado y he decidido marcar el ritmo para no verme cerrado, mantener los ataques controlados y poder tener ese cambio al final”. Sabía Valverde, que cuando ese cosquilleo le recorre las fibras, el siguiente movimiento, un acto reflejo, instintivo, es el de abrir los brazos.

200 metros sublimes Sus últimos doscientos metros fueron un pésimo mensaje para el resto, alejados aunque estuvieran agrupados. “A 200 metros ya veía claro que podía ser el vencedor porque mantenía esa posición y sabía que tenía esa chispa para apretar y darlo todo hasta la meta”. Elevó el ritmo Valverde y descuadró a quienes pretendían desenfocarle, el imberbe Alaphilippe (Etixx) y el veterano Albasini (Orica), principalmente, que le acompañaron en el podio, pero nunca le discutieron realmente la victoria. El resto, agobiado por el alto voltaje de Valverde, no dejó huella ni un anuncio por palabras. A medida que el español pedaleaba al encuentro de Eddy Merckx, a ese palmares único, a sus opositores se les atravesaba Huy. La miel de Valverde era hiel para los demás, a varias cuadras de distancia.

Vincenzo Nibali (Astana) que se mostró, nunca se esconde el siciliano, se arrugó de inmediato. No era su día. Kwiatkwoski, el triunfador de la Amstel Gold Race, que había ordenado enfilar a Etixx el pelotón para domar a Visconti (Movistar), -el italiano actuó de lija y vaso comunicante con Valverde durante varios kilómetros-, y Luis León Sánchez (Astana), antes de la aparición de Wellens, también claudicó en cuanto Huy exigió lo máximo. Al danzante Joaquim Rodríguez (Katusha), ganador de la carrera en 2012, y a su compañero Dani Moreno les faltó impulso para rastrear a Valverde, desencadenado en Huy, su casa en Bélgica. Allí, Bala es tres veces Flecha.