- Desde hace casi cuarenta años, el Rally Dakar se ha convertido en una cita ineludible del calendario deportivo a nivel mundial. Pero, mucho más allá todavía de su vertiente competitiva, es un emblema para los amantes de la aventura que ha despertado los sueños de muchos aficionados. Dentro de este grupo podrían inscribirse perfectamente Armando Ugarte, Mikel Garay y Ramón Castillo, tres alaveses que acaban de protagonizar su particular cuento de las mil y una noches en moto. Entre el 14 y el 21 del pasado mes de marzo, han disfrutado de su particular Dakar completando casi 1.800 kilómetros por los rincones más inhóspitos del vecino Marruecos.

Todo ello, además, formando parte de una expedición liderada por un guía de excepción. Y es que nada menos que el siete veces campeón del mundo de trial Jordi Tarrés es el alma mater de este proyecto que lleva desarrollando ya casi una década. En esta oportunidad, junto a los tres alaveses participaron en la aventura otros seis pilotos y un camión de apoyo que les esperaba a la conclusión de cada una de las siete etapas en las que se dividió.

“Todos llevamos muchos años en el mundo de la moto y nos conocemos desde hace tiempo. Armando ya había estado tres veces antes en esta historia porque tiene relación con Tarrés y le comentamos que nos gustaría participar. Así que este año nos animamos los tres y la verdad es que ha sido una auténtica pasada”, explica Garay.

Uno de los grandes atractivos del recorrido que han completado es que, en apenas siete días, han tenido que moverse por todo tipo de escenarios extremos que, habitualmente, resultan inalcanzables en el entorno normal. “Hemos tenido que movernos por el desierto y aprender a subir y bajar las dunas, nos hemos encontrado con una buena ración de nieve en las montañas, hemos tenido que cruzar ríos que asustaba el agua que traían, ir dando gas a tope por pistas llenas de piedras enormes o asumir diferencias de temperatura de unos cuarenta grados. Todo eso aquí es imposible encontrarlo y como además íbamos con gente que conocía muy bien el terreno y controlaba todo mucho ha sido una gozada”, insiste Mikel.

Claro que ni mucho menos ha sido un viaje de relax. Más bien al contrario, se trata de una experiencia “dura” que les ha exigido dar lo mejor de sí mismos con jornadas de “ocho horas de media” sobre la moto. “Desde el principio íbamos a tope y como te descuidaras un poco te quedabas atrás. No me dejaban parar ni para echar un cigarro”, bromea Ramón Castillo. Y es que precisamente la buena organización era una de las claves para que la aventura se desarrollase con éxito. “En esas zonas cualquier pequeño contratiempo puede suponer un problema muy grande y por eso era fundamental por ejemplo llegar a la meta antes de que anocheciera. Por suerte, no tuvimos ninguna incidencia importante”, explica Armando.

Claro que, de las no importantes, la lista es casi interminable. “Nos quedamos sin gasolina un montón de veces en medio de la nada y, de repente, aparecía alguien que te decía que en el pueblo de al lado tenían y ahí había que regatear para conseguir unos litros. Otro día cuando llegamos al río que teníamos que cruzar pensamos que era imposible porque traía mucho caudal y habríamos tenido que retroceder cien kilómetros pero vino un chico de allí y nos indicó una zona por la que pudimos pasar las motos de una en una y entre varios”, recuerdan a modo de ejemplo.

Y precisamente el contacto con la gente es otro de los grandes atractivos que han descubierto en este viaje. “Todo el mundo, especialmente en las zonas más despobladas, se esfuerza por ayudarte en lo que puede y vives situaciones muy bonitas”.

Por último, como buenos alaveses, contribuyeron al éxito de la aventura con productos de la tierra. “Cuando llegábamos al destino podíamos descansar bien en los hoteles pero, por si acaso, en el camión de apoyo habíamos metido una buena reserva de Rioja Alavesa e Idiazabal que nos dejaban como nuevos para la etapa del día siguiente”.