Bilbao - El día soleado, de relumbrón, primavera floreciente, la temperatura amable, invitaba a un picnic, a esas salidas mitad excursión, mitad cumbre gastronómica, a un merendero al aire libre donde se impone la contemplación y la cháchara más que la comilona. En jornadas así, de lunes que es domingo, hamacadas, solo manda el hambre del que está a dieta. No es un asunto baladí. Bien lo sabe Matthews, australiano del Orica, de profesión esprinter, que se reservó en la Vuelta a La Rioja -allí evitó el bocado-, para darse la panzada en la Vuelta al País Vasco. Afiló Matthews el colmillo más que ninguno en la Gran Vía para conquistar Bilbao bajo la mirada del Sagrado Corazón en una etapa con dientes de leche entre los favoritos. Venció Matthews a pesar del empeño de Kwiatkowski (Etixx), que siempre se asoma, -en la pasada edición fue tercero en cinco de las seis etapas-, y Zakarin (Katusha). A ambos, su velocidad, únicamente les alcanzó para aplaudir la celebración del australiano, un depredador. Matthews, el velocista más reputado de la carrera, mostró los incisivos y se llevó la victoria con el turbo a medio gas. Le bastó una simple dentellada para engullir un glorioso banquete a la hora de la merienda.

Lo que para Matthews fue gloria, para Sergio Pardilla (Caja Rural), Peter Stetina (BMC), Nicolas Edet (Cofidis), Adam Yates (Orica), Mikel Landa (Astana), José Herrada (Movistar) y Darwin Atapuma (BMC) fue un infierno. “Los corredores que estaban por delante de mí golpearon una señal de tráfico y me caí. Viéndoles a ellos puedo decir que tuve suerte”, expuso Mikel Landa. No le faltaba razón al alavés. Sergio Pardilla sufrió “un traumatismo craneoencefálico, un hemoneumotorax, fracturas costales y fracturas en el hombro y muñeca izquierda”, según el parte médico. Deberá permanecer 48 horas en observación. A Stetina se le diagnosticó “una fractura de la rótula izquierda y la meseta tibial”, además de “varias fracturas costales”. Yates y Edet, por su parte, fueron trasladados al hospital de Basurto para la realización de estudios complementarios después de detectárseles “una fractura en el dedo mayor de la mano derecha”, en el caso de Yates, y “una fractura en el extremo distal de la clavícula izquierda y una fractura costal”, en el de Edet. Todo sucedió a menos de 500 metros de meta. Edet, Pardilla, Stetina y Yates sufrieron un impacto brutal contra unos postes que delimitan en la carretera los contenedores de basura, ayer sobre la acera. Las estacas de metal, atornilladas en la brea, se encontraban señaladas únicamente con un cono a modo de sombrero. Lanzadísima la carrera, cimbreando el pelotón, el francés Edet no pudo esquivar el poste. El resto de la escena se describe en el citado parte de guerra.

Con la caída se quebró el pelotón y se acumularon las noticias confusas, las dudas y un hilo de nerviosismo. Próximo a ese escenario se encontraba Nairo Quintana, que llegó con un retardo de veinte segundos, como tantos otros. El retraso de Quintana lo generó el accidente, que desmembró el grupo dentro del último kilómetro. A esa distancia de meta la pérdida de tiempo no trasciende a efectos contables. Respiró Nairo y sonrió Matthews, que el pasado año venció en Gasteiz en esta misma carrera. El australiano tuvo tiempo de saludar su triunfo, un selfi de autohomenaje, el dedo al cielo confirmando su victoria, la mímica de la felicidad, la aseveración de ser el primero, un gesto que no encontró respuestas entre el grupo que alcanzó atropellado la capital vizcaína. A su espalda, otros gritaban de dolor.

El sueño de Omar En la salida, los sonidos eran otros, de entusiasmo y de curiosidad. El Guggenheim dio palique a la etapa. De la pinacoteca bilbaína salieron disparados Omar Fraile (Caja Rural-RGA), Brian Bulgac (LottoNL-Jumbo) y Anthony Turgis (Cofidis) cuyo objetivo era saltar la banca en un día en el que Movistar, guardián de la carrera, cuidaba el Fort Knox de Nairo Quintana, su estandarte. El de Caja Rural era izar su bandera. “Quería dejarme ver en casa”, le tintineaba la idea a Omar. La pasada semana, antes de recorrer el relieve de El Vivero, lanzó el pensamiento que le alimentó durante más 140 kilómetros. “Imagínate ganar en Bilbao”. Era el sueño que perseguía Omar, esfumado a 17 kilómetros del final, en el mismo lugar en el que lo deseó: El Vivero. El despertador le sonó pronto al santurtziarra, recluido al mediodía en el autobús del equipo, donde Caja Rural trazó su revuelta mientras Kwiatkowski, discreto en su maillot arcoíris, se colaba entre la gente para agarrarse al comienzo de la etapa a última hora, como si el asunto no fuera con él. Para entonces Omar Fraile, Brian Bulgac y Anthony Turgis se impulsaron en la cama elástica de la ilusión. El motor de las aventuras.

Desde la lejanía, con prismáticos, el Movistar ejercía de centinela. Le dio sedal al trío, cuya mayor renta escaló hasta los siete minutos, pero la guardia pretoriana de Quintana poseía el joystick de la carrera. Una escapada así no molestaba en exceso al acorazado Movistar. Fraile, Bulgac y Turgis hablaban el mismo idioma y sostenían el mismo discurso, ese que lleva a los valientes hasta donde se puede. El Vivero, en su primera aparición, despejó la ecuación a Bulgac y sacudió a Turgis poco después. El horizonte era para Omar Fraile, al que el pelotón, donde se alternaban Etixx, Movistar y BMC, le limaba la esperanza a cada kilómetro. En la segunda subida a El Vivero, pereció el viaje a la Luna de Omar Fraile, en órbita todo el día.

Ajedrez en el vivero En las rampas del alto que cose Galdakao y Bilbao se agitó la coctelera, aunque al maridaje le faltaba picante. Demasiado fogueo. El ajedrez gobernaba una ascensión sin apenas electricidad. Las sacudidas fueron de escasa energía. Decía Kwiatkowski que movió bien un buen número de vatios durante la subida, pero el resto también pedaleaba con firmeza. Vuillermoz (Ag2r), Arredondo (Trek), Wellens (Lotto), Taaramae (Astana) y Henao (Sky) brotaron en un serial pero la poda fue inmediata. La Vuelta al País Vasco es el día a día que dice Intxausti y Quintana y el resto de favoritos no gastaron ni un gramo de fuerza de más. Enfilados en la azotea de El Vivero, la carrera se precipitó hacia la villa, en busca de don Diego López de Haro. El pelotón, que descontó a más de uno, transitó veloz hacia la bocana de meta, donde se levantó un hospital de campaña mientras Matthews se daba un festín. Hambriento, no estaba para un simple picnic.