indianápolis - El baloncesto de la NCAA va de amores inquebrantables, de pasión incondicional, de leyendas, y quizás no hay una más grande en activo que Mike Krzyzewski, el técnico que quedó prendado de la hospitalidad de Bilbao durante su estancia al frente de la selección de Estados Unidos para la Copa del Mundo de 2014. Coach K, que se merece cada uno de los muchos dólares que cobra, dejó su impronta de respeto al resto del mundo, de exquisita educación y de conocimientos, los mismos que le han llevado a situar a la Universidad de Duke en su decimosexta Final Four, la primera desde 2010.
Doce las ha conseguido Krzyzewski, que es el entrenador vivo con más presencias en el último baile del primer fin de semana de abril. Las mismas logró John Wooden y una por detrás quedó ya Dean Smith, nombres ya fallecidos que obligan a ponerse en pie al pronunciarlos. Solo cinco universidades cuentan con más presencias en la Final Four que el técnico de Chicago, lo cual da una idea de su dimensión en un baloncesto de extrema competitividad.
Coach K, que corona un curso en el que ganó la medalla de oro mundialista y se convirtió en el primer entrenador universitario en alcanzar las 1.000 victorias, ha llevado a unos jóvenes Blue Devils, con tres jugadores de primer año como titulares, a la cita del Lucas Oil Stadium de Indianápolis donde ganó su último título. Jahlil Okafor, candidato a ser el número 1 del próximo draft, Justise Winslow, apellido conocido en la ACB, y Tyus Jones tendrán muchos ojos puestos sobre ellos, no en vano representan a un equipo clásico y ganador.
Duelo de amigos Duke se midió en las semifinales de esta madrugada a Michigan State, dirigida por otro entrenador al que habría que añadir a esta lista de luminarias de los banquillos. Tom Izzo dirige a los Spartans en su séptima Final Four desde 1999, una cifra que nadie puede igualar en estos años. La presencia de la universidad que alumbró a Magic Johnson ha sido una sorpresa ya que partió en el torneo final como número 25 del ranking y número 7 de su región. “Supongo que la palabra que mejor le define es consistencia. Es difícil hacerlo tan bien durante tantos años, lo que significa que él lo hace de la forma correcta y con los chicos correctos”, alaba Izzo a Krzyzewski ante el que ha perdido ocho de las nueve veces que se han enfrentado. Los halagos son mutuos. “Michigan State no es un equipo, es un programa de excelencia y los jugadores mejoran”, ha afirmado Coack K sobre la labor de Tom Izzo, de quien se considera “un buen amigo” por encima del baloncesto.
Los Blue Devils y los Spartans fueron números 1 de sus respectivas regiones y han cumplido el pronóstico. No obstante, el favorito en las apuestas es Kentucky, que juega su cuarta Final Four en cinco años, todas de la mano de otro entrenador empeñado en pasar a la historia, aunque de una manera diferente. John Calipari, cuyas dos primeras presencias entre los cuatro mejores con Massachussets y Memphis han sido borradas de su historial, ha explotado el agresivo reclutamiento de su programa para hacer de los Wildcats una apisonadora y una fábrica de jugadores para la NBA. Haciendo uso hasta el extremo del polémico one and done, que exprime el único año universitario de muchos jugadores, Kentucky se presenta en Indianápolis invicta después de 38 partidos. Doce equipos lo consiguieron antes en la historia y el último que se llevó el título fue, precisamente, la Universidad de Indiana hace 39 años.
Los soldados de Calipari luchan por ellos mismos, por buscarse un futuro en la NBA, pero también deberían hacerlo por la memoria de Adolph Rupp, la gran leyenda del campus de Lexington que dio cuatro títulos a Kentucky y a quien Mike Krzyzewski superará si Duke se impone en la Final Four. El novato dominicano Karl-Anthony Towns se presenta con toda su fiereza, pero en busca de la gloria los Wildcats tendrán que superar primero a los Badgers de Wisconsin, en una repetición de la semifinal del año pasado, que ganó Kentucky por solo una canasta. La más modesta de las tres universidades presentes en el Lucas Oil Stadium, y la que ofrece un juego más atractivo de la mano de Bob Ryan, confía en su pareja blanca, -Frank Kaminsky, pívot pluridisciplinar de 2,13 metros, y Sam Dekker, fino tirador- para lograr, 74 años después, su segundo título en su cuarta Final Four.
un filón económico Como todos los años, la Final Four llega rodeada de números exagerados como los 70.000 espectadores que la seguirán en directo o los casi 10 millones de espectadores que han tenido de audiencia media en televisión los partidos del March Madness, pese a que también haya voces que cuestionan la menguante calidad del juego. Es indudable el tirón del baloncesto universitario, el sentido de pertenencia que genera, pero también es cierto que cada vez se están poniendo en solfa alguna de sus normas. La principal, que la ingente cantidad de dinero que mueve no vaya, en teoría, a los bolsillos de los jugadores.
En el baloncesto universitario, mandan los entrenadores. Solo hace falta ver que Calipari, Krzyzewski, Izzo y Ryan son el primero, el segundo, el quinto y el décimo técnico mejor pagados en la NCAA, con unas ganancias de unos 20 millones de dólares entre los cuatro. Reclutar para formar con paciencia o reclutar para buscar el impacto inmediato es el dilema en el que está instalado un modelo con grietas en su funcionamiento. Quizás por ello los jugadores sienten la necesidad de dar un pronto salto al profesionalismo, que la NBA quiere retrasar y en la NCAA aceptan con resignación. Ya no es solo Kentucky, también Duke va a perder probablemente a sus tres novatos estrella.
En el año en que han fallecido mitos de la competición como Dean Smith o Jerry Tarkanian, en la Final Four de Indianápolis las estrellas son los entrenadores. Por encima de todos, está Mike Krzyzewski, el más respetado de todos, el hombre al que muchos en Bilbao tuvieron durante una semana a unos pocos metros de distancia. Coach K ha demostrado de sobra que sabe cómo enseñar y cómo ganar, con jóvenes sin moldear o con profesionales curtidos.