vitoria - Como afluentes de un mismo río, fluyen hacia la primavera la París-Niza y la Tirreno-Adriático. La carrera del sol y la de los dos mares discurren en paralelo. No hace tanto tiempo, Iker Camaño (Santurtzi, 14 de marzo de 1979), 13 campañas como profesional, y Koldo Fernández de Larrea (Gasteiz, 13 de septiembre de 1981), 11 cursos, charlaban en el pelotón, en medio de la cháchara que se entremezcla por los vericuetos del racaneo de las cadenas y los coloristas maillots. “Aquellos maravillosos años”, certifican ambos. Eso fue ayer o anteayer. “El tiempo pasa muy rápido. En el día a día ni te das cuenta”, dice Iker, mientras se acomoda a la ergonomía de su nueva vida, convertido en padre. A Koldo, que también tiene una hija, le anuda la misma sensación; el de la extrema fugacidad del tiempo, tal vez porque su vida ciclista la vivió a máxima velocidad, al sprint: “Esto pasa visto y no visto. No te das cuenta de lo que tienes hasta que dejas de tenerlo”. Y Koldo tuvo aquella fenomenal victoria en la Tirreno-Adriático, la mejor de todas, de las once que se embolsó jugándose el pellejo al sprint. La victoria de Iker, escudero fiel, versa sobre el triunfo de un compañero, sobre la felicidad compartida, sobre el significado del equipo. “Mi mejor recuerdo es el de la Dauphiné Libéré que ganamos con Iban Mayo”. Descolgados del dorsal, del imperdible que pellizca al ciclista, que le recuerda a diario lo que es, Iker y Koldo, amigos, que disfrutaron al máximo de una época dorada en el equipo más singular, Euskaltel era la selección de Euskal Herria, -“correr entre amigos lo hacía mucho más fácil”- matiza Iker, se adentran en otro pelotón: el de los ciudadanos tras más de una década dedicada al profesionalismo y hasta donde les alcanza la memoria les perfila encima de una bicicleta. “Aún pienso como un ciclista”, se sincera Iker que ayer cumplió 35 años. Pero no lo son, no al menos todo el tiempo. “Ahora te puedes dar un capricho que otro con la comida que antes no podías permitirte por el tema del peso”, apunta Koldo. Algún que otro pintxo, alguna que otra caña. Pequeños placeres de la vida cotidiana. Y olvidarse de la maquinilla de afeitar para las piernas, de la depilación. Lo atestiguan sus nuevas piernas, todavía perfiladas por los miles de kilómetros que las alimentaron durante sus vidas ciclistas, cuando asoman por el frontón de San Fuentes, después de compartir mesa, mantel y charla, para “echar unas palas”, una de sus grandes aficiones. Relajados, pero competitivos, Iker y Koldo están finos. “No salgo a andar en bici todo lo que me gustaría, pero ahora tengo otras prioridades y bueno cuando llueve, quedarse en la cama está muy bien”, bromea Iker que no se quiere perder ni un segundo del crecimiento de su hija. “Estás pendiente de si le sale un milímetro de diente. Es pequeña y se lleva toda la atención”. Lo mismo le sucede a Koldo, también padre de una niña. “Es lo más grande que hay. Es una experiencia única”.
Metidos en la treintena, padres, incluso en un decorado ajeno, de paredes verdes, en el frontón, con la pala en la mano, la vestimenta les distingue, les cose con su anterior profesión. También la musculatura de sus cuádriceps, que les dibuja su reciente pasado. Iker con sus calcetines largos, una de sus señas de identidad en el pelotón, y una camiseta térmica de su ultimo equipo, el Endura, que le borró del ciclismo de malas maneras a mitad de temporada. “En cuanto supieron que me iban a dar de baja no me dejaron competir”, subraya. Iker ya sabía lo que era quedarse en suspenso porque en 2010 estuvo sin equipo hasta que dio con el Endura, su última escuadra. Los momentos más ingratos de Koldo, camiseta y calcetines del Garmin, pantalón corto de su etapa en Euskaltel, están impresos en su piel, en las múltiples caídas que sufrió porque para igualarse con los mejores velocistas tenía que tomar más riesgos que otros al no disponer de un treno que le impulsara en la volata. Koldo era un rara avis. Un esprinter en un equipo de escaladores. “Para ser esprinter necesitas algo más que piernas, hay que echarle mucho valor y cuando vas al límite... todo se complica”. Iker, al igual que Koldo Fernández de Larrea, nunca fue un ciclista al uso, no tanto por su forma de correr sino por su modo de entender la profesión. “Fui un corredor atípico, no me gustaba dejar de hacer cosas por tanto sacrificio. Que se entienda bien, era profesional, pero también sabía disfrutar”.
los buenos tiempos El gozo se impone en sus retrovisores y en sus voces, que suenan alegres cuando piensan en su pasión. Lo bueno supera con mucho a los sinsabores en la balanza del santurtziarra y gasteiztarra: “Vivimos muy buenos tiempos”. Tiempos teñidos de color naranja, cuando golpeaba la marea, aquella ola que arrasaba en las cunetas, testigos de la explosión de una idea única en los hombros de los Pirineos, en la canícula del Tour. “La gente no era de un corredor, era del equipo. Eso lo hacía diferente y también la identificación de los aficionados con el equipo, lo sentían como suyo”, determina Koldo Fernández de Larrea. “Todo aquello es imposible de olvidar. Éramos un gran equipo, un equipo grande en el momento álgido. Correr el Tour con el apoyo que teníamos de la gente era algo increíble, aunque creo que desde dentro no nos dábamos cuenta de todo lo que significaba, de todo lo que movíamos”, desgrana Iker Camaño, que desde la perspectiva que ofrece el paso del calendario sostiene que “fuimos unos privilegiados”. Y eso a pesar de la errante vida del ciclista, de los hoteles anodinos, de los viajes interminables, de las ciudades, que se concentran en la hoja de ruta. “Creo que es lo único que veías de los sitios”, apuntan los dos. “Eso y la rueda del que iba delante”, bromea Iker. La trashumancia está pegada al ciclismo con pegamento, como los titiriteros que ofrecen sus funciones de pueblo en pueblo. “Hay veces que no sabes ni dónde estás. Recuerdo que un día me llamó mi madre, preguntándome por dónde andaba. Me quedé pensando y no supe qué decirle... porque no lo sabía. Je, je”.
Con las patas de gallo que garabatea la experiencia, con la maleta repleta de lugares, de gentes, -“en el ciclismo he hecho muchos amigos y eso es impagable”, indica Iker- de esfuerzo, de sufrimiento, de sonrisas, lágrimas y carcajadas, Koldo e Iker sí saben que le dirían a los ciclistas que ahora son, a los que respiran el día a día de algo extraordinario, que envuelto en la burbuja de rutina parece algo normal. “Lo más importante es aprovechar al máximo algo que solo unos pocos pueden disfrutar, que no se queden con la sensación de no haberlo dado todo desde el principio. Les diría que los saboreen”, aconseja Koldo Fernández de Larrea. Iker Camaño suscribe el mismo mensaje y añade: “Hacer lo que te gusta es lo mejor que te puede pasar”. No son los mejores tiempos para el ciclismo vasco, desaparecido el enganche de Euskaltel-Euskadi, “el equipo que nos sirvió a tantos”, apunta Koldo, pero otras realidades como Murias Taldea, con su intención de crecer, se construyen como el Lego, poco a poco, con piezas pequeñas y toneladas de ilusión. Eso llevará varios años. Pero el tiempo pasa rápido. “Es un visto y no visto”, dice Iker. “Esto pasa echando virutas”, agrega Koldo Fernández de Larrea.
Enraizados en sus respectivos hogares, lejos de la vorágine ciclista aunque sin perder detalle de la actualidad, se les presenta otra etapa vital: de descubrimiento, de reencuentro con la cuadrilla, con amigos, con el ritmo de lo cotidiano. Se abre la puerta de otra estilo de vida. Es tiempo de masticar el pasado, saboreándolo, digerir el presente y mirar hacia el futuro. “Me gustaría seguir con algo vinculado al ciclismo, al deporte, pero todavía me estoy adaptando a mi nueva vida y ya se verá”, lanza el santurtziarra. Koldo Fernández de Larrea también reflexiona sobre el porvenir, que es lo que queda tras una biografía ciclista. “Le estoy dando vueltas al tema pero aún no lo tengo decidido del todo”.