Si siete días atrás los Seattle Seahawks se hubiesen impuesto en la Super Bowl, Estados Unidos habría elevado a los altares de la gloria a Chris Matthews, el anónimo receptor de 25 años de la franquicia de Washington que hace un año trabajaba como empleado de un Foot Locker y como guarda de seguridad y que en el evento más televisado de la historia del país, ante la mirada de más de 114 millones de personas únicamente en suelo estadounidense, no solo firmó el primer touchdown de su carrera... sino que capturó su primer pase como jugador de la NFL. El país de las barras y las estrellas adora las historias de Cenicientas deportivas, de aquellos que partiendo de la nada y sin que nadie se lo espere acceden a lo más alto. Va en su ADN lo de ser el país de las oportunidades. Fue por eso por lo que en el amanecer de 2012 todo el país aplaudió a rabiar la eclosión de Jeremy Lin, base de origen taiwanés y licenciado en Harvard que pasó de ser pieza residual de Golden State y de dormir en el sofá de su hermano a protagonizar una explosión de magnitudes muy pocas veces vista justo en el epicentro del planeta basket, en los New York Knicks, ocasionando el nacimiento de la Linsanity. Es por eso por lo que ahora todo el mundo asiste ojiplático al boom de Hassan Whiteside.

Whiteside, pívot de 25 años y 2,13 -siete piés-, fue elegido en 2010 en la segunda ronda del draft por los Sacramento Kings, con los que apenas tuvo minutos ni protagonismo durante dos temporadas, dando paso a un largo peregrinaje por la Liga de Desarrollo. La pasada campaña la pasó a caballo entre la liga de Líbano y la segunda división de China y hace escasos cinco meses entrenaba en solitario en un gimnasio de Charlotte esperando que cualquier franquicia de la NBA le llamara para ofrecerle una oportunidad. Memphis le fichó el 25 de septiembre pero le cortó antes de que arrancara el curso; Miami Heat le dio otra oportunidad el 24 de noviembre antes de asignar fugazmente sus servicios a los Sioux Falls Skyforce de la D-League y volver a recuperarle. Su caso parecía el de tantos y tantos jugadores cuyo papel se limita a ocupar la zona más profunda del banquillo, pero desde la llegada de 2015 su rendimiento se ha disparado hasta cotas inesperadas. Empezó con un partido de 14 puntos y 6 rebotes ante Houston, siguió con un doble-doble (11+10) ante Brooklyn y la explosión definitiva se produjo en la victoria ante los Clippers, cuando firmó 23 puntos y 16 rebotes. Desde entonces, ha tenido tiempo de convertirse en el primer jugador en la historia de la NBA en firmar un triple-doble con tapones (14 puntos, 13 rebotes, 12 tiros repelidos) permaneciendo menos de 25 minutos en cancha y ha firmado partidazos como el de hace menos de una semana ante Minnesota, con 24 puntos y 20 rebotes. En los 14 choques que ha jugado en 2015 promedia 14,1 puntos, 11,1 rebotes y 3,3 tapones con 66,1% en tiros de campo.

Y no es que Whiteside no fuera en su día un jugador prometedor, más bien parecía otro caso perdido víctima de su carácter. Al acabar su periplo de instituto en 2009 y pese a tener ofertas de Kentucky o Auburn, se decantó por la modesta universidad de Marshall, donde en su única campaña en la NCAA promedió 13,1 puntos y 8,9 rebotes, firmó tres triples-dobles y fue máximo taponador de la competición. Decidió presentarse al draft de 2010 pese a la patente inmadurez de su juego, a lo que se unió un importante punto de arrogancia que hizo que muchas franquicias decidieran no seleccionarle. Hace semanas, Amin Elhassan, analista de ESPN y exejecutivo de Phoenix, destacaba en el Miami Herald que en las entrevistas previas al draft Whiteside llegó a decir a un técnico de la NBA que su juego no necesitaba ninguna mejora, al tiempo que apuntaba que la expresión que mejor definía por aquel entonces al jugador era “tonto del culo”. Pese a todo, los Kings le seleccionaron en el puesto 33 y le firmaron cuatro años de contrato, los dos primeros garantizados a cambio de 1,76 millones de dólares. En esos dos cursos apenas jugó antes de empezar su peregrinaje por la D-League, Líbano y China para ver la parte más oscura del baloncesto, recuperar la humildad y coger al vuelo la oportunidad que le ha dado Miami de convertirse en una Cenicienta de siete piés.