Duración: 42:26 minutos de juego.

Saques: 7 de Olaizola II (tantos 1, 5, 9, 11, 15, 16 y 17) y 2 de Saralegi (tantos 3 y 7).

Faltas de saque: 1 de Olaizola II y 3 de Saralegi.

Pelotazos: 155 pelotazos a buena.

Tantos en juego: 7 de Olaizola II y 4 de Saralegi.

Errores: 2 de Olaizola II y 5 de Saralegi.

Marcador: 1-1, 2-1, 6-2, 7-4, 11-5, 12-5, 12-6, 13-9 y 22-9.

Botilleros: Ejercieron de botilleros Asier Olaizola (con su hermano Aimar) y Aratz Mendizabal (con Ekaitz Saralegi).

Apuestas: De salida se cantaron posturas de 100 a 40 a favor de Aimar Olaizola.

Incidencias: Semifinal del Cuatro y Medio de Primera de la LEP.M disputado en el frontón Labrit de Iruñea. Lleno. 1.000 espectadores.

pamplona - Es negro el resumen de la semifinal del Cuatro y Medio, porque el brillo llegó de la luz de las hogueras, de refilón, de la inestabilidad de un encuentro poco peloteado (155 pelotazos a buena) y descabalgado desde el primer disparo, para bien o para mal. Negro también fue el despliegue de Ekaitz Saralegi, porque su zurda, su exquisita zurda, no era la de siempre. Seguía tocada por los rigores de la fractura que arrastra desde hace casi un mes en el dedo corazón de su mano más brillante, de su punta de lanza, de su ariete. De ella no surgieron cartas bajo manga y tampoco chisteras. No hubo izquierda mágica en el remate. Pero sus regalos llegaron con el primer disparo: encajó siete saques, varios de ellos restables, y cometió tres faltas en momentos clave. La última, con el 12-9, marcó tremendamente la contienda: Ekaitz encontraba su mejor versión con un saque-remate que ponía el broche a una tacada que restañaba las heridas desde el 12-5. Sacó. Demasiado larga. Fue el yerro que puso el último clavo.

Porque cuando regalas a un pelotari de la talla de Aimar Olaizola solamente tienes que esperar cuanto tiempo tarda en enterrarte. Aun así, la semifinal no terminó de disipar las incertidumbres que recorren la geografía del Cuatro y Medio del pelotari navarro. Si Saralegi amaneció apagado o fuera de cobertura por las preguntas de su izquierda, la versión del goizuetarra fue contemplativa y con un mapa de la contienda marcado a fuego en la mente. El encuentro pasaba por cruzar y buscar la izquierda de Ekaitz a bote. Lo hizo y ganó. La película tenía el guion preestablecido en esa suerte. Superó en esas lides al amezketarra y le bastó con eso, porque los saques -a los que dio velocidad y dirección, eso sí- le regalaron casi medio partido y el billete a la final del Cuatro y Medio, en la que espera Juan Martínez de Irujo. Por ahora, las sensaciones acumuladas desvelan quizás al Olaizola II más romo de las últimas ediciones, pero solvencia le sobra.

El menor de la saga de Goizueta aterrizó de cara en la batalla por el siguiente paso. El primer tanto fue el preludio de lo que iba a pasar. Un saque. Acción, reacción. Pelota al colchón, cartón. Punto y final. Así fue. El primer disparo, impreso de velocidad, pulsó los problemas de Saralegi con la izquierda. Quizás las dudas estaban más en la cabeza que en su estado físico, pero ahí estaban. Una pena, puesto que el pelotari de Amezketa revela batalla en plenas facultades. Y es que, rematador como pocos, cruza a la perfección el gancho. Ayer tenía teñida de sombra la izquierda. Una pena que arrancara fuera de órbita uno de los reyes del trapecio, un apóstol del espectáculo. Pero, así, se impuso a mordiscos certeros Aimar Olaizola. Tras el primer saque colorado, regaló una falta Ekaitz. Dudas. Era su impulso. 6-1. Y el remate de Saralegi, desaparecido. Ni martillo ni puñal.

Recuperó el disparo inicial con una dejada con efecto que buscó que Olaizola agachara el lomo. 6-2. El oxígeno llegó con un saque y un yerro de Aimar con el gancho. 6-4. Llueve menos. Pero el chaparrón fue otra falta. 7-4. Y Aimar no perdonó. Se fue hasta el 11-4 a base de castigar el flanco izquierdo de Saralegi. Le encontró en la pared, a bote, agresivo en la búsqueda del dominio porque el reloj del partido lo mandaba. Sin incidencia ni oportunidad, la bomba amezketarra lucía desactivada: su mejor gancho lo recuperó en las tablas Aimar con el 10-4 en el tanto más duro del partido.

Aun así, del 12-5 al 12-9 proclamaba su rabia Ekaitz. Se derramaba. Sumó gracias a una falta de Aimar, un saque propio, un error de zurda de Olaizola II y un saque-remate. Sonaba su grito a un ya era hora. Y se paró el reloj. Falta y tacada mortal. Rejonazo, sangría y final. Se contaban 116 pelotazos entonces y murió en 155. El saque fue clave, el único fogonazo, la luz de las hogueras: torcida, poca, pero luz al fin y al cabo.