Un ciclón no puede con Sébastien Gonzalez. Atano III: huracán colorado. Amarrado al suelo, el zurdo de Azkaine es un junco: se dobla, no se doblega, no se parte. Una lanza. Y, mientras, Juan Martínez de Irujo se destapa ventarrón. Mudo de errores, no apela a la piedad ni al contrario. Así es el deporte. Saña. Sangre. Y Gonzalez no se cae. No se rompe. No baja el pie del acelerador, aunque sea de un diésel. La fe mueve montañas. El corazón mueve el mundo. El alma no está ni en los números ni en las victorias fáciles ni en un nombre en la Wikipedia. Quizás sí las txapelas y los trofeos, pero no las loas. Ni las canciones. Ni los recuerdos. El viento no arrastra a Sebas, aunque un excepcional Irujo sople como si no hubiese mañana. Volcánico. Enraizado al suelo, un 10-2 empieza a tirar el dinero en su contra. En el retrovisor, el negro sobre blanco le dedica un guiño.
En el brillo del espejo, las letras explican que el lapurtarra, pelotari de intensidad, casta, garra, al que muchas veces se le achacaba problemas de transporte, de colocación y dispersión, había transformado su potencia de hombre manomanista en velocidad y ritmo a base de trabajo. Cerró sus carencias. Cosas de la vida, su preparación para el Cuatro y Medio de 2009 se había forjado con el piloto rojo de una cámara de vídeo. “Si te pones bien a la pelota, tienes mucho ganado”, revelaba entonces. Él, su preparador y el led rojo: tres patas. Después, rebobinar y observar para interiorizar errores y corregirlos. Desvelaba que “quieras o no, a base de insistir, de ver los puntos débiles, vas bajando el número de fallos que cometes”. En definitiva, trabajo, trabajo y trabajo. Y nunca recibió mejores réditos que entonces. Entró en la final de la jaula tras empezar en la primera fase y derrotar a Díaz (22-19), a Leiza (22-12), a Berasaluze (que se retiró lesionado con el 10-17 en contra), a Martínez de Irujo (19-22) y a Retegi Bi (22-12). Cayó ante Titín en la liguilla (22-17), pero se remendó.
Atano III: Gonzalez comienza a carburar. Juan pierde pie. Afina Sébastien y sube un peldaño. Aguanta. Nunca roto. Aguarda su oportunidad y no se cae. Frutos del día a día. Concentración.
Y explosión. 12-11, 16-16, 18-18 y 18-22. Txapela para Azkaine y... ¡Milagro! O no.
las paradas de Aimar y el tiempo Un año antes, Aimar Olaizola y Juan Martínez de Irujo, siempre Juan, se las vieron en el mismo escenario y el mismo día -9 de diciembre-. 5-0 fue el inicio del pelotari de Goizueta, más entero toda la final. Pero una tacada de siete tantos de su contrincante le pusieron la contienda muy cuesta arriba. El mejor Irujo.
Con el 5-7, un golpe en el dedo meñique de Olaizola II le llevó a los vestuarios. Irujo se destempló y no levantó cabeza. Aun así, estuvo a punto de llevarse el gato al agua. 22-17 para el de Goizueta, quien supo manejar mejor los tiempos del partido y leer las circunstancias de juego. Los parones fueron su aliado.