vitoria

EL Sunderland tendió su abrigo al díscolo Paolo di Canio en marzo de 2013. El tipo conocido por delirios como "yo soy fascista, no racista", tótem de los resquicios de una Lazio setentera de pistolas en el vestuario, era una especie de fórmula para alcanzar la exigencia, el esfuerzo, la entrega. Significaba una especie de búsqueda de una nueva versión italiana del Cholo Simeone, personaje bravo y sin medias tintas, un obrero del fútbol reconvertido en mariscal, de los que saben el precio de cada euro. Los gatos negros eludieron el descenso por 3 puntos, fijando el listón de la salvación. Sin embargo, para la campaña 2013-14 se encarnaron en una especie de extensión de la obra de Edgar Allan Poe y su oscuro felino: tras cinco encuentros sin conocer el triunfo, Di Canio fue destituido para sucederse a primeros de octubre el posterior reclutamiento de Gustavo Poyet.

Con el uruguayo a las riendas del caballo desbocado, la hemorragia prosiguió hasta que en la novena jornada de la Premier League visitaron a la victoria. Con la conquista, 4 puntos se aislaban entonces en su casillero, restando 29 jornadas ligueras para sumar unos 40 puntos que aproximan la salvación. La empresa es la ascensión al Tourmalet futbolísticamente o quizás una odisea espacial. Actualmente, con 22 jornadas celebradas, su posición es 19º en la clasificación, empatado a 18 unidades con el colista Cardiff City. Crudo porvenir, cuanto menos, aderezado por el sufrimiento, una alfombra de martirio.

Pero en el seno de este club fundado en 1879 se viven días de gloria, gracias al acotado que caza que son las competiciones menores para los clubes modestos, porque el Sunderland es modesto, a pesar de las seis coronas de Liga que lucen en sus vitrinas. Y es que su último título amasado data de 1973, cuando se convirtió en el segundo equipo de Segunda División en conquistar la FA Cup (Copa de la Asociación de Fútbol) inglesa; otrora, en 1931, el West Bromwich Albion firmó el antecedente. La leyenda del Sunderland la propició el nombre que ningún hincha podrá olvidar incluso haciendo arduo esfuerzo, el del guardameta Jimmy Montgomery, quien con una doble parada épica salvaguardó el 1-0 frente al mayúsculo Leeds, que se fajó por aquel entonces como vigente campeón. El hecho figura en los anales como una de las grandes gestas del fútbol inglés, la ascensión de los gatos negros a los altares.

Ahora el Sunderland se mece en la cúspide que es la Premier, tras navegar sin rumbo entra la Tercera y la Primera durante décadas, pero su alarmante presente hace que el hecho de verse compareciendo en una final sea algo inesperado, sorprendente, histórico. El motivo para aparcar las penas es ese, que la tropa de Gus Poyet disputará el 2 de marzo el desenlace de la Capital One Cup (Copa de la Liga) en el campo que todo futbolista quiere pisar, el escenario de Wembley.

En Londres presentará batalla el acorazado del chileno Manuel Pellegrini, el rey del gol Manchester City, con más dianas a sus espaldas que ningún otro club europeo esta campaña. "Uno de los mejores equipos del mundo actualmente". Poyet dixit. Una contienda con tremenda disparidad de peso en las apuestas, pero donde la ilusión no se alquilará con dinero. "Muy difícil", confirma el exzaragocista, de corte crédulo, soñador, cuyo currículo en los banquillos se resume con un ciclo anterior, 2007-2013, en el Brighton de Tercera.

un recorrido más 'negro' El Sunderland, no obstante, ha dejado cadáveres de enjundia por el camino. Entró en la segunda eliminatoria y apeó al Milton Keynes (4-2), en la tercera eliminó al Peterborough (2-0), en octavos doblegó al Southampton (2-1), en cuartos expulsó al Chelsea (2-1) y en semifinales, a partido doble, empató 2-1 en sendos encuentros frente al Manchester United, pero venció en los penaltis, tras cuatro penales marrados por los red debils.

La senda de los citizens en la Capital One ha sido más asequible, accediendo directamente a la tercera ronda, en la que batió al Wigan (5-0), superando en octavos al Newcastle (0-2), derrotando en cuartos al Leicester (1-3), para en la antesala de la final arrollar al West Ham (6-0 y 0-3).

Sin Di Canio, con Poyet, el caso es que los gatos negros tienen magia. Es algo palpable, visible. Lo saben los seguidores del Estadio de Luz, donde hay un brillo especial que para nada es la oscuridad de la que era amante descriptor Allan Poe. Eso sí, como en su literatura, hay magia.