AUGUSTO César Lendoiro presidió el domingo por última vez el palco del estadio de Riazor. Hoy, en la Junta General Extraordinaria de Accionistas, Lendoiro cesará oficialmente de su cargo, poniendo el punto y final a 25 años manejando los designios del club gallego, al que llevó a la gloria y del que se va camino del infierno, por la puerta de atrás, con el equipo en Segunda, en concurso de acreedores desde el 11 de enero de 2013 y con una deuda superior a los 160 millones de euros. El panorama que deja atrás Lendoiro es tan sombrío que si el Deportivo no consigue este año el ascenso a Primera podría estar abocado a la disolución.
Fue una despedida cargada de melancolía, pues el Deportivo perdía con la Unión Deportiva Las Palmas (1-2) del añorado Juan Carlos Valerón, que le restó protagonismo a Lendoiro, y con ello el equipo gallego decía adiós a su condición de líder de la Liga Adelante.
El aún presidente pudo leer varias pancartas de apoyo, la más imponente, de cerca de treinta metros y situada en uno de los fondos del estadio que decía en galego: Gracias presi por la valentía de impulsar nuestros sueños. En el descanso recibió el homenaje de los Riazor Blues, y entonces los aplausos vencieron a los silbidos a modo de sentencia de una afición que no puede olvidar los buenos tiempos y reconocer al personaje que los hizo posible.
Con la marcha del veterano directivo y político, vinculado al PP, también desaparece el último dinosaurio de la dirigencia del fútbol que administró las vacas gordas en los años noventa y comienzos del milenio a costa de dejar en los clubes profesionales unos pufos descomunales.
Lendoiro, al menos, supo sacarle sabor, triunfos y títulos al despilfarro, y puso al Deportivo, un modesto de toda la vida, entre los grandes de la Liga española, y también convertirlo en un clásico de la Champions, publicitando de paso por el mundo los encantos de una ciudad azotada por las tormentas del Atlántico, esquinada en el mapa, el Finisterre de los romanos, gracias a los encantos que propaga el balompié.
Sin embargo Augusto César Lendoiro, natural de la localidad coruñesa de Corcubión, de 68 años de edad, intentó agarrarse a un cargo al que accedió en 1988 hasta encontrar el momento de retirarse con la cabeza bien alta, y no por la gatera.
la derrota social Pero a Lendoiro le salió oposición en plena debacle y sufrió la primera derrota en una asamblea de accionistas, los cuales optaron por la jubilación del legendario gestor del deportivismo. Entonces Augusto César asumió que los socios querían un cambio y aceptó apartarse del camino el pasado 24 de diciembre, el día de Nochebuena, prometiendo que al menos sacaría adelante su propuesta de convenio de acreedores, como así fue, pero sin el apoyo de su principal acreedor, Hacienda, que tiene poder para reactivar los embargos.
También intentó maquillar las cuentas del club presentando el pasado mes de diciembre a los accionistas un beneficio de 38.699 euros, cuando las cifras elaboradas por los administradores concursales del Deportivo a petición del juez reflejan que el club tuvo pérdidas de 393.218 euros en el último ejercicio contable, correspondiente a la temporada 2012-13.
El camino hacia la gloria Pero seguro que Lendoiro asomará por algún otro rincón de la sociedad coruñesa. Porque lo suyo es mandar y gestionar, aspectos en lo que adquirió merecida fama por su tenacidad, trabajo, buen ojo en los fichajes y dureza en las negociaciones.
Esa vocación la tuvo clara desde los 15 años, cuando se convirtió en fundador y presidente del Ural, un club de fútbol base. Luego fue cofundador del H. C. Liceo, de hockey sobre patines, que bajo su dirección ganó varios campeonatos estatales, de Europa y del Mundo.
Su fama de gestor le catapultó en 1988 hasta la presidencia del Deportivo, maltrecho por aquel entonces en lo futbolístico y en lo económico. Disponía tan solo de 5.000 socios, y si por un lado se estaba jugando el descenso a Segunda B, la deuda ascendía a los 500 millones de pesetas. Una situación realmente angustiosa que cambió radicalmente bajo su presidencia.
irureta y los títulos El Deportivo eludió el descenso a Segunda B en el último partido. Entonces comenzó a crecer deportiva, económica y socialmente, alcanzando los 20.000 socios y fraguando el sobrenombre de Superdepor. A partir de 1992, el equipo coruñés cambió radicalmente su destino y estuvo ya en disposición de discutir los títulos con el Real Madrid y el Barça al amparo de dos fichajes relumbrantes, como fueron los brasileños Mauro Silva y Bebeto, y la dirección de Arsenio Iglesias, O bruxo de Arteixo.
La alianza que selló con el técnico Javier Irureta en 1998, y que duró hasta 2005, marcó la más alta cota futbolística del Deportivo, ganando la Liga 1999-2000, la única en la historia del equipo, y logrando dos subcampeonatos y dos terceros puestos; además de protagonizar un golpe de efecto de los que dejan huella, el título de Copa de la campaña 2001-02, conocida como el centenariazo. Con el Real Madrid como rival, en el mismísimo Santiago Bernabéu y en el día exacto en que dicho club blanco cumplía los 100 años de existencia. Por aquellos años, el Deportivo se convirtió en habitual de la Liga de Campeones, y en la temporada 2003-04 alcanzó las semifinales del torneo.
Augusto César Lendoiro, además, compatibilizó la presidencia del club gallego cobrando el 1% del presupuesto de la entidad, con la carrera política y, bajo las siglas del PP, fue concejal en el Ayuntamiento de A Coruña, presidente de la Diputación, y diputado y senador en Madrid.
Su ex asesor jurídico, Germán Rodríguez Conchado; el empresario Tino Fernández; y Manuel López Cascallar aspiran a sustituir mañana a Lendoiro y su herencia, cargada de deudas e incertidumbre.