vielha. Alberto Iñurrategi lleva tres años largos sin embarcarse en una expedición a un ochomil, desde que en 2010 encadenó las tres cimas del Broad Peak. Todo alpinista que se precie es un mar de planes y de cimas a la vista, así que, aunque el guipuzcoano se expresa con prudencia y también sufre los rigores de la crisis en forma de patrocinios, no renuncia a volver a los colosos del Himalaya y el Karakorum. Incluido el Everest, por supuesto. Pese a su masificación y su comercialización, el Chomolungma sigue teniendo sus atractivos, también para Iñurrategi, que en 1992 se convirtió en el alpinista más joven que coronaba su cumbre sin recurrir a botellas de oxígeno. "Sigo con ganas de ir a montañas altas y sigo enamorado del Everest. Todavía me tienta, pero hay un abanico de montañas tan alto que de vez en cuando es conveniente salir de las altas", comenta.
Puestos a elegir, recuerda que solo tres alpinistas han ascendido el techo del mundo en otoño por la ruta normal y en estilo alpino, es decir, sin porteadores, sin campos de altura y sin oxígeno: el gran Reinhold Messner en 1980 y Loretan y Troillet en 1986. Iñurrategi, que en 2009 ya intentó el ascenso por el corredor Hornbein, cree que es "un objetivo alpinístico de primer orden". "Todo el mundo considera que el Everest es una autopista, turismo de altura, una cuesta de vacas, pero eso será en primavera. Vete en otoño, sube al collado norte abriendo tú la huella, y luego me lo cuentas. Si mandas un ejército de sherpas a que te abran huella y te pongan cuerda fija, igual hasta te olvidas el piolet en el campo base. Pero no creo que el Everest haya caído tan bajo como se dice", afirma.
Entiende el influjo que ejerce la montaña más alta del planeta (acumula más de 6.000 ascensiones) en el alpinismo: "Es normal que vaya tanta gente. Pasa lo mismo con el Aneto, el Montblanc, el Aconcagua o el Mckinley. Atraen a mucha gente y también me atrajeron a mí. Con 22 años tenía una ilusión terrible por saber qué era superar los 8.000 metros. Lo que no puedo entender es que exista gente que llegue al campo base del Everest y tenga que hacer un cursillo de iniciación para ponerse unos crampones por primera vez e intentar el Everest. Y que encima puedan contar la experiencia vivida como si fuera lo más de lo más. Ahí se pierde la medida".
En cambio, no le seducen las ascensiones invernales, un campo en el que polacos y rusos se han convertido en especialistas. "Son ascensiones que no me dicen gran cosa. Empleas muchos recursos y mucha logística para una ascensión que alpinísticamente no aporta nada, es muy sufrida y usas cuerda fija. El invierno no está hecho para los europeos", asegura.
De lo que no cabe duda es de que Iñurrategi es aventurero de expediciones verticales u horizontales (hace dos años completó con Vallejo y Zabalza sendas travesías kilométricas en Groenlandia y la Antártida), pero poco amigo de adentrarse en desiertos o en mares desconocidos ("No me atraen"). Recién traspasada la barrera de los 45 años (el 3 de noviembre), asegura que "nunca se jubilará" de una afición que le "encanta", y que espera disfrutar con sus dos hijos: "Me gustaría ir al monte con ellos. Que disfruten del monte y se dejen de mayores aspiraciones".