Vitoria

si tengo necesidad de hacer esto? Pues no", reflexiona Miguel Madariaga en medio del frenesí que le acompaña estos días, a un paso de diciembre, en la búsqueda de un milagro que alumbre un equipo ciclista para el próximo curso. De serlo, lo será con fórceps. El reto aparece en su agenda como una misión después de la deforestación que ha causado la implosión de Euskaltel-Euskadi, la nave nodriza del ciclismo vasco, consumida en la pira de la crisis económica y las luchas intestinas. "Sinceramente, no merece la pena seguir, pero el ciclismo de Euskadi se queda huérfano del todo si no conseguimos sacar un equipo", concede Madariaga, un personaje excesivo, absorbente, capaz de abrazar a su interlocutor y hacerle una carantoña sin conocerlo. Tal vez ahí, en ese gesto, resida el secreto para permanecer, para parecer eterno. Alrededor de Miguel Madariaga, un animal negociador, perviven dos almas: los que le defienden como el gran benefactor del ciclismo y los que le señalan como su peor noticia.

Hombre de extremos en la reacción, eufórico o dramático, un punto afectado en ocasiones, el hombre que ha pilotado las dos últimas décadas de Euskaltel en sus distintos formatos, pretende dejar un legado, una herencia a su tajo que defiende por encima de todo como su principal logro. "Han sido 20 años de trabajo duro, que creo que hay que valorar. Para mí es duro que eso no se valore suficientemente, no me parece justo", explica con el poso de las arrugas bordeándole la mirada de una vida en la carretera. Relata Madariaga, enfrascado en gestiones con los que ofrecer "un futuro al ciclismo vasco", que en el camino se le ha cuarteado la salud "por los disgustos". Los acumula en la piel, la caja registradora de la memoria, baqueteada por años de contrastes, despierta, lúcida por la asfixia que producen las situaciones abismales y los críticos. "Se me ha criticado mucho, pero no veo que los salvadores del ciclismo hayan hecho mucho", analiza Madariaga, que más allá de las simpatías o rechazo que pueda generar, mantuvo encendida la llama de Euskaltel durante 20 años, algo que no se debe obviar.

En ese extenso periplo, no son pocos los paseos de Miguel Madariaga por la cuerda floja, por el alambre de la incertidumbre. Unos esperaban su caída para aplaudir. Otros rezaban para que no resbalara. Rememora Miguel que "no sabíamos mucho de esto, de cómo se hacían las cosas". Él y sus colaboradores cometieron errores gruesos en 1997, subsanados después tras negociar con las autoridades que detectaron el desfase. "Lo pasamos mal entonces, pero nunca tuvimos voluntad de hacer las cosas mal, aunque reconozco que las hicimos. Pero no nos llevamos ni un duro, que quede claro", describe Miguel, que cruzó el Rubicón a pesar del fuerte oleaje. El equipo inicial tenía el armazón de una cáscara de nuez, insuficiente para lo que dibujaba la mente de Miguel, que siempre peleó por un transatlántico con el que navegar por el proceloso océano del ciclismo, un deporte cainita, que devora a sus hijos sin masticar.

Se sitúa Madariaga en julio de 2001, bajo la canícula del Tour, la mayor aspiración posible para una escuadra humilde, orgullosa en su singularidad, que crecía palmo a palmo entre el entusiasmo de la cuneta vasca. Pero el julio francés, su fiesta, tornó en luto. El eclipse del dopaje, Chema del Olmo dio positivo en el prólogo, tapó el sol. Madariaga se quedó a oscuras. "Siempre he pensado que hubo una mano negra en toda aquella historia. Ha habido gente que nunca aceptó que hubiera un equipo vasco en lo más alto del ciclismo mundial. Un equipo con una filosofía muy definida. Resultaba incómodo". Madariaga no da nombres, no identifica a los enemigos que percibe, pero determina que "a los que dicen ser los salvadores del ciclismo", el ideario que alimentaba Euskaltel-Euskadi les producía indigestión.

Su peor momento Acostumbrado a los vaivenes económicos, a anudillar puertas para cuadrar el presupuesto de un equipo en expansión, la crisis monetaria de 2007 (el equipo necesitaba ampliar su capacidad para acceder al UCI Pro Tour), no asoma en el cuaderno de bitácora entre los días de tormenta, los que su retrovisor rotula en rojo y clava acompañado por una señal lumínica que anuncia peligro. A Madariaga, un Ave Fénix, el corazón se le volteó años después, recientemente, cuando cuenta, "que me mintieron y me traicionaron". La herida aún visible en su parte de guerra, supura en su memoria y sangra en su discurso. Miguel calcula el tiempo de la afrenta como lo hacen los condenados, los reos que dibujan palitos en las redes en la celda para sumar los años y meses. "Lo peor, sin duda, lo he vivido hace un año y tres meses. Nunca pensé que me pudiera pasar algo así". En ese punto de la carretera de la vida, fija una "crisis emocional y económica".

Madariaga se refiera al cambio de filosofía de Euskaltel y a todos los acontecimientos de distinta índole que se sucedieron en la refundación del equipo, que a efectos prácticos supuso la desaparición de Madariaga del organigrama y su extrarradio. "Ellos sabían a qué se metían cuando dieron el paso, me apartaron del equipo y bueno... ya sabemos de qué forma ha acabado la historia". Euskaltel alteró la estructura y su carta fundacional (se ficharon corredores extranjeros con la intención de obtener los puntos necesarios para competir en la elite). Era la única posibilidad para mantenerse en el World Tour, la recolecta de puntos, la vendimia a contra natura. La apuesta, sin embargo, resultó perdedora y el equipo cerró la persiana de manera ordenada dos décadas después. Creamos un equipo de la nada y lo llevamos a lo más alto del ciclismo mundial", muestra con orgullo Madariaga, que no deja indiferente a nadie. Su persona y su obra son escrutadas, habitualmente, desde posturas muy divergentes.

Madariaga, irreductible, inasequible al desaliento, lo sabe. "Hay mucha gente que me anima a seguir adelante, que me agradece el trabajo que he hecho durante todos estos años, pero también soy consciente de que tengo muchos detractores que son económicamente y políticamente poderosos". De alguna manera, en la figura de Miguel se condensa el relato de veinte años de ciclismo vasco, una familia difícil de encolar incluso cuando apremia la unión y la urgencia más en los tiempos que corren, donde sopla viento frío de cara, no para de llover y espera un puerto especial. "Somos cuatro y el del tambor, pero existen demasiados intereses, aunque yo estoy dispuesto a sentarme con gente seria y competente para hablar", dice lacónico Madariaga para explicar las reglas que rigen en un territorio, el del ciclismo vasco, más propicio a las trincheras que a los tratados de paz. Innegable su perseverancia, incuestionable su capacidad para reinventarse y su determinación cuando se trata de atraer dinero para una causa, Miguel Madariaga enfatiza que "es el mismo de siempre" y que tiene los brazos abiertos para "propuestas serias".

El reto final Personaje imprescindible, se quiera o no, en la foto fija que preside el ciclismo vasco en las dos últimas décadas, apunta Madariaga que su lucha para sacar una nueva formación adelante se fundamente en que "esta historia no puede acabar así, de esta manera. El ciclismo vasco tiene que tener un equipo. Estoy luchando por eso". En ese reto homérico persevera después de que la opción de NER Group saltara por los aires en medio de un ambiente demasiado viciado. "Querían apartarme sin más. La Diputación de Gipuzkoa me adeuda una cantidad y querían que el equipo contara con el amparo de la Fundación, pero a su vez dejar el equipo en otras manos. A mí me echarán los socios de la Fundación, pero no otros porque quieran o no les guste, así sin más". A Madariaga, que negocia a contrarreloj para poner en pie una estructura que soporte un equipo Continental, no solo le escuece en sus adentros lo ocurrido durante su etapa final en Euskaltel, algo con lo que no contaba, sino también el desenlace con NER, que le obligó a virar en busca de otro proyecto. "Yo estaba encantado con la posibilidad de que saliera aquel equipo. Se me abrió el mundo cuando vi a gente dispuesta a sacar el equipo, pero la realidad no era esa".

Ambos capítulos, sin duda desasosegantes o cuando menos frustrantes para la mayoría, han dado fuerza a Madariaga, un maratoniano con una enorme capacidad para salir adelante y encontrar rendijas para respirar incluso en un sótano. "Todo lo que ha pasado me ha dado rabia y a la vez coraje para tirar hacia delante. Además el ciclismo es mi pasión", reconoce Miguel, volcado en una cuestión de honor según relatan los que le conocen. Madariaga dice estar dispuesto a hacerse a un lado, a alejarse de los focos, para dejar el testigo del nuevo equipo "en manos de personas leales a la Fundación" para que el ciclismo vasco continúe pedaleando sin injerencias hacia el porvenir. El de Miguel Madariaga pertenece a la base del ciclismo, a los pedales que disfrutan de la bici, y tal vez, algún día, sueñen con el profesionalismo. "Visto lo visto prefiero dormir con tranquilidad. Quiero vivir tranquilo". Héroe para algunos, villano para otros, será la séptima vida de Miguel Madariaga.