VITORIA
SER elegido en la segunda ronda de un draft no es el mejor de los pasaportes para ganarse el jornal con continuidad en la NBA. Las cosas se complican todavía más cuando el nombre del jugador entra en la espiral de traspasos que acostumbra a coronar todo sorteo universitario. Y si, además, el rendimiento ofrecido en las Ligas de Verano posteriores no pasa de ramplón -por utilizar un apelativo generoso- el novato acostumbra a estar sentenciado y obligado a buscarse las habichuelas en otras competiciones de menor alcurnia. Este ha sido el recorrido deportivo del escolta Orlando Johnson (11-III-1989, California). Escuchó su nombre en el puesto 36 de la segunda ronda del draft de 2012. El equipo que le seleccionó, Sacramento, le traspasó acto seguido a Indiana a cambio de una compensación económica y su puesta en escena en las Summer Leagues dejó muchísimo que desear. Pero en su caso hubo una salvedad. Los Pacers, en la persona del mítico Larry Bird, decidieron confiar en sus posibilidades y le firmaron un contrato garantizado de dos temporadas, algo en absoluto habitual. Tras un curso de aprendizaje con un par de pasos por la Liga de Desarrollo incluidos, Johnson (5,6 puntos y 2,4 rebotes en 15 minutos de media por partido) se ha asentado como jugador de rotación en la franquicia que ha protagonizado el mejor arranque (9-1) en esta nueva temporada.
No es la primera vez en la que Johnson se ve obligado a derrotar a los elementos en su lucha por alcanzar una meta pues su propia vida ha sido una pelea a la contra, con la subsistencia como mero objetivo en el horizonte como consecuencia de una serie de durísimos reveses personales que tumbarían al más rocoso de los seres humanos. Orlando vino al mundo en un suburbio marginal de la península californiana de Monterey. Jamás conoció a su padre y no guarda recuerdos de su madre, que murió estrangulada el 2 de enero de 1991, cuando él contaba solo con un año de edad, en un caso que jamás ha sido resuelto por las autoridades. Así, el ahora jugador de la NBA quedó al cuidado de su abuela materna, pasando toda su infancia en una humilde casa con barrotes en todas sus ventanas -estaba situada en un barrio infestado de camellos- en la que llegaron a convivir hasta 17 personas al mismo tiempo. Sus hermanastros mayores, Robbie y Jamell, ejercían de figuras paternas. Con seis años fue el propio Orlando el que esquivó por fortuna una muerte segura. La vivienda familiar ardió en llamas, cobrándose la vida de dos primos, una tía y su bisabuela, una tarde en la que él no estaba allí simplemente porque en el coche que debía llevarle a casa no había sitio y tuvo que volver andando del colegio. De hecho, al enterarse del incendio, sus hermanastros estaban seguros de que estaba entre las víctimas.
Cinco años después, la tragedia volvió a cebarse con su entorno al fallecer su abuela materna, el pilar de toda la estructura familiar, como consecuencia de un fallo cardiaco. Johnson tenía 11 años y había perdido ya a ocho familiares. "Durante un tiempo me aislé del mundo porque estaba muy dolido. No entendía por qué todas esas desgracias me pasaban a mí, es algo que todavía me pregunto. Pero me aferré a la fe y a las creencias que me inculcaron mis hermanos y mi abuela", aseguraba el jugador en un magnífico reportaje publicado en la web de los Indiana Pacers. Robbie y Jamell, veinteañeros y cada uno con sus respectivas familias, se hicieron cargo de la educación de Orlando y fueron muy severos con él. Sus dos primeros años de instituto los pasó en un centro público repleto de bandas callejeras y en el que los tiroteos en el patio no eran extraños, por lo que en su año junior, pese a que el dinero no sobraba en casa, decidieron inscribirle en un instituto católico privado. Allí, Johnson comenzó a sobresalir como jugador de fútbol americano -llegó a tener una oferta de Southern California- aunque finalmente se decantó por el baloncesto pese a que por aquel entonces no era más que un jugador del montón que jugaba de pívot con 1,95 de altura. Tocaba reciclarse para actuar en el perímetro si quería llegar a algo.
EL DESPEGUE Una vez más, sus hermanastros volvieron a ser claves. Antes de su último año en el instituto, le inscribieron en todos los torneos estivales del norte de California y Orlando pasó de ser un desconocido a ser considerado el tercer mejor senior del norte del Estado y recibir 13 ofertas de universidades. Se decantó por Loyola-Marymount y, de entrada, batió el récord anotador de un jugador de primer año. Pero los malos resultados del equipo le costaron el puesto al entrenador que le había reclutado, Rodney Tention, y no congenió con su sustituto, Bill Bayno. Decidió cambiar de universidad y se marchó a UC Santa Barbara. Tuvo que permanecer un año sin jugar, pero tal era su ardor competitivo, sus ansias de triunfar, que su entrenador llegó incluso a pedirle que bajara el ritmo en los entrenamientos para no dejar en mal lugar a sus compañeros y finalmente fue elegido en el mejor quinteto de la Big West Conference en sus tres años en los Gauchos . Sin embargo, semanas antes del draft todo apuntaba a que no iba a ser seleccionado en ninguna de las dos rondas, pero sus entrenamientos privados con varias franquicias elevaron su caché. El propio Larry Bird, presidente de operaciones de los Pacers y su gran ídolo de la infancia, ya le había echado el ojo en uno de ellos y le abrió de par en par las puertas de la NBA.