La etapa más larga de la Vuelta tuvo 600 kilómetros o más. Empezó en Avilés, subió hasta el Angliru, todo eso en bicicleta, y acabó en Madrid o los alrededores tras un viaje nocturno en autocar. Fue el último castigo de una Vuelta que ha traspasado el límite en varios sentidos. El de los traslados, la evacuación de los puertos, la peligrosidad de las llegadas o la exigencia de las etapas, con once finales en alto, pero ni un día de relajación para los favoritos -para nadie en realidad-. Hay corredores que llevan toda su vida corriendo la Vuelta encantados y no recuerdan un desbarajuste igual. "La peor de todas las que he conocido", dicen. Esas palabras están cargadas de indignación después de la maratoniana jornada del sábado, última etapa de la Vuelta, que empezó en Avilés al mediodía, hizo escala en el Angliru y no acabó hasta, en el mejor de los casos, la medianoche. A esa hora comenzaron a llegar los equipos a sus hoteles. Otros, como el Movistar, no lo hicieron hasta pasadas la 1:30 horas. Y otros que llegaron antes como el Belkin se encontraron con la puerta del comedor cerrada. Así se fueron a la cama, sin cenar.