alain laiseka
Andorra. El túnel. La etapa empezaba después de un túnel -el del Cadí, unos cuantos kilómetros por las tripas de la montaña para adentrarse en el corazón de los Pirineos tras partir de Gavá- y fue salir y meterse en otro más oscuro y profundo. De repente, era mediodía y de noche. Así pasaron el día los ciclistas, metidos en el estómago de una nube negra. Mojados y congelados. No todos salieron de ese iglú.
Iban metidos en una nevera. En Envalira -2.400 metros de altitud-, la lluvia incesante y fuerte, el termómetro apenas marcaba cinco grados, 30 menos que el viernes en Castelldefels, junto al Mediterráneo, con lo que el frío se les había metido a los ciclistas, delgados como palos, hasta las entrañas, de donde ya no sale. Les tiritaban los huesos, los músculos se le habían quedado de piedra, los labios morados, el rostro arrugado como de viejo y la mirada, sin vida. Iban muertos. "Ha sido inhumano", acertó a decir Valverde, que subió Envalira sin poder escupir el frío de dentro. "No conseguía entrar en calor ni subiendo". Y eso que el Katusha, Purito, había encendido la etapa.
El pelotón se había trizado como un bloque de hielo arrojado con fuerza contra el suelo. Como pedacitos de cristal congelado empezaron los ciclistas a bajar hacia Andorra, un descenso eterno y dramático. "La gente piensa que los profesionales tenemos ropas milagrosas que te las pones y ni te mojas ni pasas frío", explicó luego Juanma Garate; "pero no es verdad, no hay ropa que evite que te mojes". Ni que quite el frío que había anidado en las entrañas.
El frío extremo, cuentan los corredores que lo han sufrido, desconecta de alguna manera una parte del cerebro. Las manos, por ejemplo, no obedecen. A Luis León Sánchez, que iba en la escapada junto a Steve Chainel, Daniele Ratto, Grame Brown y Philippe Gilbert, no le respondieron en una curva del descenso, no pudo frenar y se fue al suelo sin que le diese tiempo a saber lo que estaba pasando. Cuando se levantó no sentía el dolor de los golpes, sino solo frío, un frío doloroso e insufrible. El murciano no lo soportó más. Cuando Garate llegó a ese lugar, Luisle estaba para irse en la ambulancia en busca de algo que le sacase el frío del cuerpo e, igual de atenazado y encogido, el irundarra se metió en el coche del equipo, buscó, abrigo, ropa nueva y seca y volvió al de un rato a por su bicicleta, que se había quedado ahí fuera, donde la lluvia y el frío. Zubeldia, tan delgadito y desprotegido, tan fino siempre, sucumbió a la misma tentación, se cobijó en el coche del equipo, pero ya no volvió a salir.
Basso se retira El descenso de Envalira acaba en un túnel que vio entrar a Ivan Basso descolgado del grupo de los favoritos pero determinado a volver a conectar con ellos y cuando salió no quedaba nada de esa intención. Se derrumbó en esos 500 metros de oscuridad de la que el italiano no recuerda nada. Ese tramo está en blanco en su memoria. Recordaba haber entrado en el túnel, pero no haber salido. Y, de repente, ya no estaba sobre la bicicleta, sino en el coche, arrugado. Abandonó con hipotermia, pero se marchó al hotel y por la tarde estaba bien, recuperado. Solo necesitaba algo de calor.
Como el que buscaba Valverde sobre la bicicleta. Iba bajando y temblando el murciano. Tieso. "Era imposible ir en bici. Me pasaba la gente y yo no podía". Perdió de vista al grupo de los favoritos bajando Ordino, otro descenso gélido tras el que se encontró con medio minuto de retraso. "Ha sido inhumano. El día más duro que recuerdo sobre la bici. Y he seguido por los compañeros, que han estado impresionantes". Bajaron a abrigarle José Herrada, que es un patanegra, Smyzd y Capecchi, que le llevaron hasta los pies de La Gallina y allí, mojado y tembloroso como un pollo, encontró lo que llevaba todo el día buscando. La chispa. Se le encendió la caldera a Valverde en la subida. "He sabido recuperarme". Entrar el calor.
Valverde subía esquivando ciclistas que caían del grupo de Nibali, Horner, Purito y Samuel. Se tropezó con Antón, con Nieve, Roche y bastantes más a los que había sacado de punto, quemado después de tanto frío, el ritmo infernal de Robert Kiserlovski. Era una hoguera donde iban echando humo todos. Purito y Samuel ardieron cuando Chris Horner roció con gasolina el grupo y lo hizo estallar.
El americano quería quitar el frío con el jersey que más abriga, el rojo de Nibali. Se puso de pie, atacó y así fue, colgado del desarrollo, con los pies hacia dentro, vestido con manguitos, perneras y un solo botín cubriendo la zapatilla derecha porque el de la izquierda no le había dado tiempo a ponérselo. Así de peculiar. Su Vuelta es así, singular. Lucha por ella, es el más fuerte en la montaña, cuando está a punto de cumplir los 42 años. Su pulso no es contra la edad, que a él eso le da igual porque se siente joven y lo demuestra cada día con una sonrisa de estar pasándoselo como un niño, sino contra Nibali, bastante más joven, pero italiano, con lo que eso implica de astucia. Se quedó a rueda de Horner, sentado y tranquilo, y dejó hacer hasta que olió la meta, se levantó, aceleró, y le soltó para quitarle la bonificación y meterle dos segundos más (cuatro en total) que alejan al americano a 50 segundos. La Vuelta es un mano a mano entre ellos.
Más lejos están ya Valverde, que revivió en La Gallina, casi atrapa a Joaquim Rodríguez y sigue tercero a 1:42 de Nibali. "No me rindo pero está difícil, aunque el podio también es bonito", dijo el murciano, que tiene cuarto y a 2:57 del líder a su amigo Purito, tieso ayer en la montaña que quiso encender en Envalira.
Antes que todos ellos llegó a la cima de La Gallina Daniele Ratto, un esprinter, que fue el único que no sintió frío. "Estoy acostumbrado", dijo tras ganar la etapa sin saber que su compañero Basso se había retirado; "vivo en la montaña y, por ejemplo, me encanta correr en el País Vasco, con la lluvia y el frío de abril". Ayer, en un día gélido en el que temblaron todos, él ardía de felicidad.