cuenta la leyenda que Prometeo robó el fuego a los dioses y se lo entregó a la humanidad para alumbrarla. Esa llama, eterna, que se perpetúa a relevos, de antorcha en antorcha, de mano en mano, de ciudad en ciudad, es la que da ilumina los Juegos Olímpicos. Una luz a la que aspiran Madrid, Tokio y Estambul, que pugnan por encender el pebetero olímpico del futuro esta noche en Buenos Aires, donde se resuelve el jeroglífico de la ciudad que acogerá los Juegos Olímpicos de 2020, una elección extremadamente compleja por sus diversas ramificaciones, en ocasiones indescifrables, y en las que un centenar de representantes del Comité Olímpico Internacional (COI) otorgará el voto por una u otra candidatura en dos votaciones. La primera, eliminará a una candidatura. La segunda, elevará una de las ciudades aspirantes al Olimpo.

Alcanzar esa cota, es, empero, un ejercicio que se resuelve lejos de parámetros puramente objetivos y que tal vez sirvan para lograr una medalla sobre el tartán, (el entrenamiento, el talento, la perseverancia), pero no un victoria entre el selecto club que agrupa a la aristocracia del COI, un lobby que preside Jacques Rogge. La lógica tampoco puntúa. La carrera es muy compleja. Un maratón que se disputa sobre mullidas alfombras en el que los contactos, la diplomacia, los equilibrios geopolíticos, los intereses económicos, los favores, las voluntades, las relaciones interpersonales, las promesas cumplidas o no y la capacidad de persuasión pueden resultar desequilibrantes entre las candidaturas. El ecosistema olímpico es tremendamente delicado y cambiante. Un planeta legislado por infinidad de variables que no caben en una hoja de cálculo. Imposible fijar un ganador de antemano.

De eso sabe de sobra la candidatura de Madrid, -se vio con el laurel en la votación que premió a Río de Janeiro-, que cruza los dedos en su tercer intento consecutivo para hacerse con unos Juegos Olímpicos. Aunque poseedor de la mejor nota (8,08) después de la visita de los emisarios del COI, en Madrid, tras los severos reveses de experiencias anteriores son conscientes de que eso no les hace favoritos. Por eso ficharon a Terrence Burns, el gurú de la candidatura madrileña. Un profesional que conoce cada palmo de los vericuetos en los que se posan los cinco aros. Su exitoso currículo, donde asoma el logro de Pekín y otras citas deportivas internacionales, le sitúa en el puente de mando de Madrid. Desde su atalaya dirige al detalle todo lo concerniente al pretendiente español a los Juegos Olímpicos de 2020. Su conocimiento del terreno y la rigurosidad de su estrategia, donde no existe espacio para la improvisación, tampoco garantiza, no obstante, una votación favorable para Madrid, que aventajó en décimas a Tokio (8,02) y en más de un punto a Estambul (6,98) en la primera evaluación de los inspectores del COI.

A Madrid, escarmentada tras dos fracasos consecutivos le respalda la posibilidad de ofrecer unos Juegos Olímpicos low cost, puesto que el 80% de las infraestructuras necesarias para acoger el festín olímpico están terminadas, aunque las administraciones (Ayuntamiento, Comunidad y Gobierno español) deberán aportar a fondo perdido 1.594 millones de euros entre infraestructuras y gastos de organización. La factura por organizar la gran cita del deporte se eleva a 2.419 millones de euros, según la memoria presentada al COI. Ese gasto se recuperaría según las estimaciones mediante la venta de entradas, patrocinios y los derechos de televisión. En caso de que no cuadren las cuentas serían las Administraciones las que deberían hacerse cargo de las pérdidas. Las inversiones en sedes deportivas son, sin embargo, reducidas, salvo la villa olímpica que se estima costaría 1.000 millones. Madrid ha optado por la adaptación de centros deportivos para rebajar la minuta y evitar los Elefantes Blancos, costosas construcciones que quedan empantanadas a la conclusión de grandes eventos. La Caja Mágica, que costó 300 millones, es un exponente de ello. En el escaparate madrileño también se muestra como un pieza brillante la red de transporte de la ciudad y la centralización de los eventos, salvo la vela, cuya sede quedaría localizada en Valencia, así como una gran infraestructura hotelera.

Ocurre que no todas las voces vibran con el optimismo de la candidatura, que busca un trampolín que genere un gran impacto económico en una ciudad con un tasa de paro del 20%. La idea de unos Juegos Olímpicos como tractor económico tampoco parece una bicoca después de asistir a petardazos como la Fórmula 1 y la Copa del América en Valencia o la Expo de Zaragoza, todas resueltas con déficits despampanantes. Las estimaciones de creación de empleo han sido rebajadas continuamente. Las críticas señalan a Madrid, el Ayuntamiento más endeudado del Estado (7.000 millones) después del faraonismo con el que impregnó Alberto Ruiz-Gallardón su mandato en la urbe. En Europa, donde la imagen de España ha sido vapuleada en diversos foros -desde centros de poder a medios de comunicación-, no entienden cómo un país rescatado, en una profunda crisis económica en la que imperan los recortes, se postule para albergar unos Juegos Olímpicos cuya rentabilidad es discutible según diversos estudios económicos realizados.

Si bien experiencias como las de Barcelona (1992) o Tokio (1964) resultaron exitosas, tal vez excepcionales, ciudades como Atlanta (1996) o Atenas (2004) todavía pagan por el sobrecoste de las citas olímpicas. Atenas, en la ruina, debe hacer frente a una minuta de 6.000 millones proveniente de aquellos fastos. El problema, indican los expertos, proviene de que los presupuestos se desvían demasiado. El desfase alcanza un 179% de media según el estudio realizado por la Escuela de Negocios Said de Oxford, que puso el foco en los Juegos organizados entre 1960 y 2012. De hecho, el Reino Unido, con un déficit del 52% de su PIB en 2008, pasó al 85% en 2011, un años antes de la celebración de la cita olímpica. Los Juegos de Londres se habían presupuestado en 4.000 millones, nada que ver con los 14.000 millones que se habían gastado antes de encender el pebetero. Otros cálculos sitúan el coste real en 24.000 millones.

el peso de la economía La raquítica economía española, un lastre para la designación Madrid, es un caramelo para fortalecer el esqueleto de Tokio y Estambul, las otras dos aspirantes. La capital nipona, olímpica en 1964, cuando evidenció su potencial tecnológico al mundo y el resurgimiento del país tras las Segunda Guerra Mundial, trata de reinventarse al amparo de la tercera economía más poderosa, que comienza a enderezar el rumbo gracias a la devaluación del yen. A su proyecto, -obtuvo una nota (8,02) similar a la de Madrid- cifrado en 4.380 millones de euros, le cobijan unos altos ingresos de patrocinadores privados, que se elevan hasta los 714 millones de euros por el momento. La venta de entradas aportarían otros 598 millones según el Comité Japonés. Además, el 60% de los tiques se venderían por debajo de los 50 dólares, unos precios muy atractivos que asegurarían un masivo seguimiento desde las gradas. En las últimas encuestas realizadas entre los habitantes de Tokio, el respaldo a los Juegos es masivo y se cifra en el 92%. La megaurbe japonesa, donde viven 12 millones de personas, también ofrece una red de transporte muy eficiente, tecnológicamente muy avanzada, además de una gran capacidad de alojamiento y la posibilidad de concentrar las distintas competiciones en un radio de acción próximo. Las 32 sedes que cosen la candidatura se encuentran en su área metropolitana, a una distancia máxima de cuarenta minutos.

El principal punto oscuro de Japón es el accidente nuclear que se produjo en Fukushima en 2011 y cuyos efectos no acaban de atajarse. La central continúa acaparando portadas debido a los escapes radioactivos que se siguen produciendo y para los que las autoridades niponas tratan de encontrar soluciones: la última de ellas un muro helado que logre frenar el filtrado de los tanques. Frente a esta realidad que golpea al país, el Gobierno japonés insiste en que la candidatura de Tokio es absolutamente segura y subraya que los niveles de radiactividad son equiparables a los de "París o Londres". Los contratiempos en Estambul, la otra candidata, son de otra naturaleza y pasan por su situación geográfica en una zona, Oriente Medio, proclive a la desestabilización. La principal ciudad de Turquía, el puente entre Asia y Europa, es la que más riesgos presenta, la aspirante más volátil, pero a su vez la más atractiva para una apuesta atrevida. Los Juegos se disputarían en dos continentes, las sedes se encontrarían en ambos márgenes del Bósforo, una idea seductora para el COI y para los valores olímpicos. Estambul se presenta por quinta vez, aunque se estrena en la votación final. Su proyecto fue el peor valorado por los inspectores olímpicos, obtuvo un 6,8, pero aún así recibió parabienes porque había demostrado un progreso evidente respecto a anteriores intentonas. Las infraestructuras y la red de transportes le restan opciones, pero los planes del Gobierno turco para mejorar la ciudad, quieren recuperar la costa, se llevarán a cabo con o sin Juegos.

La economía en Turquía crece con fuerza, está en proceso expansivo y ese factor puede resultar determinante para la celebración de los Juegos Olímpicos, en los que se precisan inversiones homéricas. Las Autoridades turcas han tasado el proyecto en 16.800 millones de euros. Todo por el fuego.