alain laiseka

lago de sanabria. A más velocidad, más calma. Fue dejar atrás Galicia, tanta cuesta y tanta curva, y escucharse el suspiro liberador de los favoritos que se han pasado los cuatro primeros días de la Vuelta con las orejas tiesas, alerta, gastando esa energía que dice Samuel que le desapareció repentinamente, en un click, en el Monte da Grobe no ya para ganar, pues ninguno de ellos se ha estrenado en los tres finales en alto que ha vivido la carrera y parecían oportunidades excelentes para ellos, Valverde, Purito o incluso Nibali, tipos explosivos y rematadores, sino para no perder. A sobrevivir, que no es poco aunque algunos deseen que se maten por ganar cada día, se dedicaron hasta ayer los favoritos que suspiraron al encontrar la calma, al fin, en un día veloz.

Era para esprinters, aunque no los haya en esta Vuelta a la que los mejores, Cavendish, Greipel, Kittel, Degenkolb y los demás dijeron que no venían. Ni locos. Claro. ¿Cuántas oportunidades tienen? La de ayer, la de hoy, mañana y? Alguna más. Qué poco les quieren. Tan pocas oportunidades como los aventureros. Su pulso empezó ayer. Eran Jurgen Van de Walle, Antonio Piedra, Nicolas Edet, Arnaud Courteille y Winner Anacona contra, sobre todo, el Orica, pero también el Omega Pharma y el Garmin. Unos pocos contra muchos. Desigual. Pese a que Courteille, francés de 24 años de edad, joven y valiente, se empeñara en desmentirlo con un ataque a siete kilómetros cuando el pelotón ya les olisqueaba el trasero. Cayó maduro el chaval poco después. Atrás venían demasiado rápido. "¡A 60 por hora durante mucho tiempo!", resopló Samuel, que está tranquilo y, repite una y otra vez, bien.

Tan veloz corría el pelotón como para hacer imposible el intento de Pablo Urtasun, uno que es rápido pero no tanto, y uno que sabe sorprender pero no ayer. Se lo ventiló el tren del Argos en un acelerón cuando la carretera se acercó al Lago de Sanabria, precioso, azul y tranquilo, se estrechó y se llenó de baches. Así que no había que ser solo rápido y fuerte para ganar, sino hábil y valiente para no frenar.

La terapia de pinot De todo eso, el que más tuvo fue Matthews, campeón del mundo sub'23 en Australia, tan joven que aún no sabe lo que es, si un esprinter puro que llegará a ser como Degenkolb, al que derrotó en aquel Mundial, o un tipo rápido para llegadas algo más duras -fue tercero, tras Dani Moreno y Cancellara, en la meta del Fin del Mundo-. "No estoy clasificado y no me preocupa. Me veo fuerte en distintos tipos de llegadas". Todas veloces. Como la de ayer.

Ya tendrá tiempo Matthews, que derrotó junto al lago a Richeze y Meersman en el primer sprint de la Vuelta, de encontrar su sitio como lo encontró en 2012 otro joven pero francés y escalador como Thibout Pinot, 23 años de edad, que corre la Vuelta a España después de perderse en el Tour no como un castigo, sino como una terapia. Pinot no es la enésima evidencia, al menos de momento, del prometedor ciclista gabacho que se empacha de gloria antes de alcanzarla porque sigue siendo serio y disciplinado, mantiene la ambición y no le fallan las piernas. Lo que pasa es que le tiemblan. Tiene miedo a lo que les excita a los esprinters jóvenes como Matthews: la velocidad y su hermano el riesgo.

En el pasado Tour, Pinot salió de Córcega pensando a lo grande, el podio y esas cosas, y el sueño le aguantó hasta la primera etapa de los Pirineos, la de Ax 3 Domaines. Se quedó en Pailheres, pero no en la subida, que resistió bien, sin problemas pese al ataque de Quintana y el ritmo sacrificado del Sky, sino en el descenso. Le entró el pánico y bajó agarrado al freno. Perdió seis minutos. Entonces descubrieron que tenía fobia a los descensos. E indagando en su biografía encontraron un episodio dramático de cuando tenía 12 años. Iba en bicicleta y chocó contra una isleta en un descenso. Se golpeó la cabeza y se partió los dos brazos. De ahí, dicen, le viene el miedo a Pinot. De un día que comprobó lo mucho que puede doler la velocidad.

En la velocidad piensa Marc Madiot, su director, encontrar la solución al problema. Madiot es amigo de Max Mamers, uno que fue piloto de coches y ahora organiza eventos deportivos. Compartía con Fignon la organización de la París-Correze cuando Pinot ganó la montaña con 20 años. De ahí le conoce. Desde entonces le gusta y le sigue. Son amigos. Por eso quiere ayudarle y le ha propuesto a Madiot subir al chico a uno de sus coches eléctricos en dos pruebas que se celebran en Magny Cours a principios de octubre, al finalizar la temporada, y en el circuito de Pau para que corra a 190 kilómetros por hora. La terapia propone familiarizar a Pinot con la velocidad, viene a decir Madiot en el diario L'Equipe, donde también anunció que mandará al chaval a la nieve en invierno, a hacer descensos de esquí para que se olvide del miedo.

Nadie sabe si funcionará ni si Pinot pasó miedo ayer corriendo a 60 por hora en el tramo final de la etapa -al menos no se descolgó, entró bien abrigado en mitad del pelotón y sigue esperando en la retaguardia a que llegue su terreno, la montaña-, con todo ese peligro de los días veloces que excitan a los esprinters y alivian, qué calma ir así de rápido, a los favoritos.

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