Semnoz. Nada más cruzar la línea de meta de Semnoz, victorioso, con los brazos en alto en modo de celebración y tremendamente orgulloso y emocionado por lo realizado, Nairo Quintana fue incapaz de reprimir las lagrimas. Lloró como lloran aquellos que alcanzan un sueño, que convierten en realidad lo que hace solo unos meses atrás parecía pertenecer al terreno de lo quimérico. El colombiano del Movistar ha sido la salsa del Tour de Francia, el contrapunto a esa máquina llamada Chris Froome que ha convertido el maillot amarillo en inalcanzable para sus rivales. Pero Quintana es el futuro -así lo reconoció el propio corredor del Sky tras la jornada de ayer- aunque también el presente, porque en su puesta de largo en la ronda gala ha sido capaz de ganar una etapa, la de ayer, llevarse los maillots de la montaña y de los jóvenes y hoy se subirá al segundo peldaño más elevado de los Campos Elíseos.
"No me creo lo que está pasando, no tengo palabras. Toda mi vida había soñado con esto, pero no creí que fuese a llegar tan rápido. Sólo tengo 23 años, pero el tiempo pasa volando y hoy lloro de felicidad. Pensábamos que ganar la etapa era posible, pero yo no estaba tan convencido como mi director o como todo mi equipo. Ellos son grandes: me ayudan muchísimo, sobre todo psicológicamente, para poder afrontar tan grandes retos. Todos: los masajistas, los directores, los propios corredores... todos me llevaron hasta aquí y sin ellos no hubiese podido conseguir nada. Son un grupo espectacular, el más fuerte de todo el Tour. Cuando Arrieta me dijo tienes que coger el mando del equipo, le dije por supuesto. Estaba dispuesto para hacerlo sin ningún problema, pero les pedí que, si algún día mis piernas fallaban, porque el Tour es muy rápido y las etapas, muy largas, me disculpasen, pero ellos me decían que hiciera lo que pudiera, que estuviera tranquilo y que llegara hasta donde las piernas me dejasen", reconoció emocionado.
Quintana tuvo también un recuerdo para su compatriota Mauricio Soler, que tuvo que abandonar el ciclismo después de sufrir una fortísima caída en la Vuelta a Suiza de 2011. "Está en su casa, en Colombia, y me dijo que me cuidaría desde allí y este triunfo también va para él; que se recupere, él es para mí una inspiración para seguir adelante", destacó mostrando una medalla que en su día le regaló el propio Soler como amuleto protector. "Lo que he conseguido hoy es fruto de mucho trabajo y de la clase que Dios y mis padres me dieron", dijo con los ojos inundados aún en lágrimas.