un refrán provenzal dice que no está loco el que sube el Ventoux, la montaña que se levanta como una pirámide rocosa en medio del paisaje de la Provenza, sino el que vuelve. Juanma Garate, entonces, está loco. Garate, el único vasco que ha ganado en el Ventoux en el Tour (2009, mientras Unai Etxebarria lo coronó en una Dauphiné para vencer luego en Carpentrás y Mayo marcó un récord imbatido aún en la cronoescalada de la Dauphiné de 2004), volvió no hace mucho. Lo subió codo con codo con Merckx hasta el último kilómetro y allí el belga acabó soltándole. Antes que ellos habían llegado Jean Françoise Bernard y Pantani; unos tres minutos después, Virenque.

No es que todos ellos, ganadores alguna vez en el Ventoux (Bernard en la cronoescalada del 87, el malogrado Pantani en 2000 con el beneplácito de Armstrong, Merckx en el 70 y Virenque en 2002), se pusieran el culotte y volvieran a escalar el coloso. No, eso sería una locura. Regresaron en un montaje virtual que una productora holandesa preparó para comparar los ritmos de subida de cada uno. Les colocaron en el mismo punto de partida y les lanzaron cuesta arriba. Bernard, en una cronoescalada, eso sí, fue el más rápido; le siguió Pantani; Merckx y Garate calcaron los tiempos hasta que en el último kilómetro el belga soltó al irundarra, y Virenque llegó unos cuantos minutos después.

La escalada virtual forma parte de un cuidado documental de la productora holandesa sobre el mito del Ventoux, una idea que quedó varada en 2010, poco después de la victoria de Garate en el Tour, por falta de financiación y que revivió el pasado año. Este mes de enero, el irundarra viajó a Holanda para una entrevista en la que mientras recreaba la subida que le entronizó iba repasando su carrera deportiva, los momentos duros, claro, pero también los hitos como la victoria de etapa en la Vuelta, la del Giro en San Pellegrino y la general de la montaña de la carrera rosa. Ninguna es comparable a la victoria en el Tour.

un sueño El relato de Garate de aquel día comienza entre sábanas. Recuerda que dormido aún pero en el límite ya de un nuevo amanecer, soñó que ganaba en el Ventoux, que venía Contador como un bólido por detrás pero que no le cogía. Luego, se despertó. Aquella mañana en el bus del equipo estaba Flecha como una moto. "Vaya tunda que nos dio con el Ventoux", rescata Garate; "que si era una montaña histórica, que si era como una Roubaix y así todo el rato. Le dijimos que sí, que vale, pero que estábamos reventados y como para pensar en ganar, que lo dejara, que se callara. Y como no quería y seguía, al final acabé diciéndole: "Venga, ya voy yo a por el Ventoux".

Juan Manuel Garate. Fue el nombre que figuraba entre los fugados y leyó en el rotulito de la tele una pareja holandesa. Se miraron y pensaron que si ganaba ese corredor sería un milagro. Antes de que naciera su segundo hijo prometieron que al niño le pondrían el nombre del ganador en el Ventoux. Como el pequeño nació diez días antes de aquella etapa, tuvieron que elegir y escogieron este: Manuel.

"Después del Tour contactaron conmigo y me contaron la historia. La verdad es que es increíble que algo así pueda ocurrir. Era una pareja encantadora y les mandé dos maillots con el nombre de cada uno de los hijos, Manuel y una niña mayor", dice Garate, que alucina también con la memoria de la gente que aún hoy recuerda y le cuenta qué estaba haciendo aquel día mientras él ganaba en el Ventoux. Como aquel que paró en una gasolinera, le vio y ya no se marchó hasta que acabó la etapa. O su amigo Patxi Vila, que andaba por Las Bardenas buscando desesperado un bar donde dieran el Tour y cuando lo encontró pudo ver los últimos metros de la subida de Garate a la luna. "Todo el mundo recuerda lo que estaba haciendo aquel día", se sorprende el irundarra, que guarda en la memoria una subida seria, concentrado en no fallar, el mano a mano en el filo con Tony Martin y la estocada final en la última curva. Luego, la liberación, el pie a tierra al bajarse de la bici y su huella impresa en la luna.

Así se conoce al Ventoux por su aspecto desolador, el paisaje desértico de piedras que moldean el viento y la maldición de miseria ciclista, los desplomes, las pájaras, la tragedia. Garate era consciente de la leyenda del Ventoux. El mito que se inició con la cronoescalada del 68 que Gaul le ganó a Bahamontes; que siguió con la muerte de Simpson en el 67 el año que Julio Jiménez pasó primero, la reverencia sentida de Merckx al pasar por el monolito en recuerdo al inglés en el 70 antes de que el belga llegara a meta y se desvaneciera al quedarse sin aire, agotado; la cronoescalada que ganó Bernard en el 87; el homenaje de Armstrong a Pantani en 2000 y la victoria de Virenque en 2002. "Y yo, que era consciente de todo eso, llegué arriba y no me sentí tan grande. Lo valoré de otra manera, como si ganar allí fuese algo tan importante e histórico que no estaba a mí alcance y, al lograrlo yo, que no me consideraba tan bueno como para ganar ahí, perdiese todo su valor", dice Garate, que es consciente de que su carrera se identifica con ese momento y él mismo lo reconoce como un hito personal. "Es, más que una culminación porque sigo siendo profesional -prepara la Vuelta concentrado en Alemania con su equipo, el Belkin-, la guinda a una vida deportiva en la que ya había ganado en la Vuelta y en el Giro y hacerlo en el Tour me completaba". Le situaba en la luna. Al lado de Merckx.