vitoria. cLUB Deportivo de Bilbao. 26 de junio de 2013. Entre lloros, Virginia Berasategui confiesa el dopaje, positivo por EPO en el Triatlón de Bilbao, y renuncia al contraanálisis en un acto de contrición en el que lee un comunicado para desvelar que, al final, le ha podido la "debilidad" y que por ese motivo había recurrido a la trampa para competir. Además de reconocer su error y pedir perdón, la triatleta, anímicamente astillada, construyó un relato en el que describió las penurias físicas y mentales que soportaba en los últimos años como causa principal de su equivocación. "Desde hace más de un año, no estoy bien. Mi cuerpo está destrozado por numerosas lesiones y mi mente, rota por los sacrificios y exigencias de este deporte". Unas líneas después el anuncio de su error desembocó en un clásico del deporte de élite: "La primera víctima de esto soy yo". Con todo, no deja de ser un triste y oscuro relato que ha devastado por completo su carrera deportiva y pisoteado su reputación en el año de su despedida.

Flashback. La hemeroteca sitúa a la triatleta el 27 de enero de 2011. Eran tiempos más felices. No se conocía la trampa y, risueña, la pizpireta deportista mostraba una sonrisa perenne. En una entrevista concedida a DNA a propósito del premio Sabino Arana Fundazioa que recibió, se cuestionó a Virginia Berasategui sobre la lacra del deporte, sobre cuáles eran los motivos por los que los deportistas se dopaban. Esta fue su extensa respuesta. "Al final es una decisión propia y hay que ser lo suficientemente consecuente con uno mismo para saber decir que no, pero sí que es cierto que a veces es todo. No son solo las competiciones, es la sociedad, la cultura, la presión que se pone, el hecho de que aquí si no eres un ganador parece que no eres nadie y luego el mismo público, que ni tan si quiera sabe qué es lo que quiere. Si no ganas eres un paquete, pero si ganas, también te ponen en duda porque ya no se puede ganar si no es con el doping y eso no es así. También habrá mucha gente que se verá en la tesitura de se me acaba esto, si no tomo esto ya no voy a cobrar y habrá decidido tomar el camino fácil. Aun así, al final tú tienes la última palabra".

La última palabra de un buen puñado es tomar el camino fácil, como los ratones. Acceder al premio atajando, recortando el itinerario, haciendo trampa. Esa forma de comportamiento vincula irremediablemente a los seres humanos con los roedores de laboratorio. Lo explica un médico antidopaje con larga trayectoria que prefiere mantenerse en el anonimato mediante un ejemplo. "Piensa en el ratón al que se premia con un trozo de queso. Tiene dos caminos a elegir. El primero es el más largo, el más sinuoso y con más obstáculos pero no tiene ningún peligro. El segundo trayecto que se propone es recto, corto, más fácil, pero posee un peligro añadido: soportar una pequeña descarga eléctrica alguna vez. El riesgo de sufrir un calambrazo ¿Sabes cuál elige el ratón? El segundo". El motivo por el que el roedor prefiere el itinerario a priori más peligroso, en el que puede recibir el chispazo, "tiene su lógica", apunta el galeno. "El premio, se mire por dónde se mire, tiene más peso que la posibilidad de ser cazado. Es verdad que el ratón puede recibir una descarga, sí, ¿pero cuántas veces se come el queso sin sufrir ningún daño? Al ratón el riesgo le sale a cuenta, y a los deportistas, a la larga, también".

Aunque no cabe reducir las causas del dopaje a una "simple cuestión de probabilidades porque cada persona es un mundo", estima el especialista que el mecanismo para el dopaje parte desde una alteración de las reglas de juego que comienzan en las profundidades, en la moral y los valores. "Curiosamente, el deportista que tiene ante sí la posibilidad de doparse o no, no suele arrepentirse por tomar las sustancias que mejoren el rendimiento artificialmente sino que tienden a lamentarse de no haber aprovechado esa ventaja. Porque desde su punto de vista piensan: ¿Y si no gano por no haberme dopado? Es el mundo al revés".

dependencia de la victoria Ese mundo al revés, un lugar en el que se pesan hasta los calcetines para conseguir una ventaja, es el cosmos donde órbita el deporte de élite, un paisaje de aspecto lunar donde al segundo, erróneamente, se le supone el primer perdedor, y en el que la "filosofía ultrapositiva" del todo es posible y mantras similares como no limits etc... se imponen de forma peligrosa. "El negativismo nos devasta pero el positivismo también nos puede llegar a destruir, haciéndonos olvidarnos de nuestros límites, nuestra integridad y las consecuencias de nuestros actos", expone el psicólogo deportivo Carlos Ramírez, que en su consulta ha llegado a escuchar a un joven deportista: "Si no me dopo, no llegaré a ser profesional... porque todos los profesionales han dado positivo alguna vez".

Ese tipo de pensamiento recorre el alcantarillado del deporte profesional -"en el que existe una dependencia de la victoria", incide el médico- donde el dopaje emerge como un elemento para obtener la ventaja "en una lucha entre iguales" y en la que una vez "hecha la trampa, luego cuesta menos seguir haciéndola". Eso sitúa al deportista, presionado por múltiples frentes para la consecución de resultados, ante un escenario en el que prevalece un sólido sentimiento de grupo, próximo a la tribu y en el que el dopaje no se cuestiona porque es norma, un factor más para alcanzar metas imposibles. Cuenta Tyler Hamilton, en su libro Ganar a cualquier precio, que en el pelotón ciclista que le tocó transitar, la de los dopados "era la hermandad" y se rechazaba y menospreciaba al que competía a "paniagua". Hamilton dio dos veces positivo. "Se trata de un delirio colectivo. La práctica imperante, en este caso la del dopaje, se hace tan sólida en ciertos deportes que genera un delirio que nos impide ver qué es correcto y qué no lo es", atribuye Carlos Ramírez, que prosigue: "Muchos de los deportistas al ser sorprendidos en los controles antidopaje dicen no tener conciencia de estar haciendo nada malo".

Es más, los ejemplos de deportistas negando la evidencia con excusas, coartadas e historietas de lo más absurdas e inverosímiles da para una enciclopedia de tomos gruesos. "Negar el positivo, mantener la mentira, es rentable en el sentido de que siempre hay un público dispuesto a creerles, que piensa en confabulaciones y esa clase de cosas. Por eso, la mentira, incluso ante pruebas irrefutables, continúa funcionando en el deporte", expone el doctor, que incide en esa dirección: "Los que confiesan lo hacen cuando les han pillado, lo cual dice bastante de qué tipo de conciencia existe. Me gustaría saber si en su soledad, los que obtienen logros dopándose se alegran o no sabiendo cómo lo han conseguido". David Millar, que escribió su experiencia con el dopaje en el libro Pedaleando en la oscuridad, aseguraba en una entrevista en el diario El País que "si no me hubiera detenido la policía, nunca habría dicho nada".

El silencio y el engaño son el principal sostén del dopaje, la clave de bóveda de una cultura deportiva excesiva, contraria incluso al deporte como sinónimo de salud, arengada por la sociedad, los medios de comunicación, los patrocinadores, los entrenadores, la familia, el entorno... que pregona la superación de los límites y aplaude la ultracompetitividad. El espectador busca héroes en los seres humanos. "Quiero que la gente entienda que los deportistas que se dopan son seres humanos. Así que porque hayan cometido un error no se les puede encasillar en dicho error de por vida", indica David Millar, que habla de la gama de grises, de los matices, de las personas, que "en muchas ocasiones nada es blanco o negro: hay gente buena que toma malas decisiones porque no están en el entorno adecuado. Hay que mostrar cierta empatía hacia ellos, no juzgarles a la ligera".

la misma piedra Advierte Carlos Ramírez que "la situación de caos y contradicción en la que vive el deporte profesional viene determinada por la creencia de que solo es doparse el hecho de dar positivo en un control. Dicho de otra forma, todo lo que no sea dar positivo en un control es aceptable". Para el médico deportivo, pensar que los deportistas que se dopan únicamente lo hicieron el día en el que dieron positivo es un planteamiento inocente porque el dopaje tiene más de hábito que de impulso. "¿Alguien se cree que se da positivo el único día en el que se ha tomado algo? Es como para jugar a la lotería", analiza con cierta ironía, sobre todo en el caso de los reincidentes. "El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra", dice el doctor. Recuerda el especialista el primer caso positivo en el que trabajó en sus inicios, donde perdió la ingenuidad, estampado contra el muro de la realidad. "El deportista nos juró que no había tomado nada, que era un error. Le creímos y desarrollamos una estrategia de defensa para intentar demostrar que no había incurrido en nada ilegal. Antes de conocer el resultado final, positivo, nos agradeció el esfuerzo de luchar por él a sabiendas de que se había dopado".

Convertidos en máquinas infalibles, en modelos de lo imposible por un público al que le encanta consumir un menú de gloria, gestas y leyendas, los deportistas pueden caer en una identificación muy perjudicial para su personalidad y llegar a la conclusión de que "soy mis resultados", subraya Carlos Ramírez. Los atletas profesionales, obsesos del entrenamiento, estajanovistas de la preparación, viven cercados por rutinas espartanas y su hoja de servicios, su principal distintivo, lo que puede despegarles de la vida fuera del deporte. "Ha sido un sin vivir pensado en la retirada y en empezar a construir una vida distinta. La realidad es que no sé si estoy preparada para lo que me espera fuera", reflejaba Berasategui en su descenso a los infiernos. En esa dirección razona el psicólogo. "La identificación con el resultado conlleva problemas, puede alejar de la realidad, despersonalizar y perder el criterio entre lo que es y no es bueno para uno. Una persona es mucho más que un deportista y aunque el deporte nos aporta mucho, la fantasía de identidad triunfadora, laureada, puede hacernos perder el rumbo y la identidad". Es entonces cuando los ratones y los hombres se emparentan.

De ratones

y hombres

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