Vitoria. El Barcelona de Xavi Pascual, guste más o menos, sigue añadiendo muescas a su cinturón. El equipo catalán se proclamó ayer campeón de la Copa del Rey con total merecimiento tras superar en la final al último escollo que le deparó un torneo en apariencia de dificultad decreciente. Ya son diez títulos en cuatro años. Con un estilo tosco, árido, que no enamora a todo el mundo, el conjunto culé se está confirmando como el gran dominador del baloncesto español en estos últimos años. Y lo peor de todo para sus rivales es que da la impresión de que abandona al Buesa Arena por la puerta grande y muy reforzado de cara a la pelea por el resto de títulos que aún están en juego.
El fichaje de Brad Oleson ha compensado aún más el desorbitado elenco de estrellas con las que cuenta Pascual. El escolta llegado hace sólo unos días desde el Baskonia ha permitido al equipo catalán dosificar a su gran estrella y democratizar las responsabilidades. Y eso ha permitido que Navarro brillara, a pesar de que al final el trofeo de MVP del torneo recayó en un Pete Mickeal que salvo el sábado, cuando se topó con Nocioni, ha dado muestras de su carácter ganador.
El duelo fue en esencia similar al de las semifinales ante el Caja Laboral. Hay que hacerlo todo muy bien, casi perfecto, para poder tener opciones de competir ante este Barça. No es sencillo mantener el nivel los cuarenta minutos. El Baskonia no pudo el sábado y el Valencia, ayer, tampoco. Dio la cara y demostró que el crecimiento que parece haber experimentado a lo largo de una cita a la que había llegado con muchas dudas no ha sido una casualidad. Pero no bastó para alcanzar los minutos de la verdad con esperanzas de éxito.
El conjunto azulgrana no parecía siquiera tener muchas ganas de conceder espacio a la sorpresa. Al contrario de lo que sucedió en la semifinal ante el Caja Laboral, el combinado que dirige Xavi Pascual pisó a fondo el acelerador desde el arranque para tratar de saldar la final por la vía rápida, pero el Valencia Basket sacó a relucir su orgullo y la calidad de algunos jugadores que han crecido durante la Copa y parecían dispuestos a vender cara su piel.
San Miguel, Markovic y Faverani asumieron el peso de las maniobras ofensivas y el Valencia equilibró el marcador en una primera mitad del choque en la que Marcelinho aún no había tomado el mando de las operaciones. El timonel brasileño volvió a ofrecer una gran exhibición de dominio del ritmo y se erigió en el canalizador idóneo para romper un duelo en el que el Barça dio la impresión otra vez de jugar sin corsés.
Hasta siete jugadores del equipo culé superaron la decena de puntos en lo que supuso otra demostración de que con estos jugadores se puede jugar otro baloncesto más alegre, más ofensivo y menos constreñido. Los tres puntos de renta con los que el Barcelona alcanzó al descanso (36-33) parecían en principio escaso botín para afrontar con confianzas el tramo final del partido, pero el campeón apenas pasó apuros.
El Valencia fue perdiendo fuelle conforme el Barça ajustaba la defensa y comenzaba a anotar con excesiva comodidad. La ventaja se disparó a los ocho (61-53) con diez minutos por jugarse. Daba la impresión de que podía haber aún partido. Sin embargo no lo había.
Al equipo de Xavi Pascual le bastó con templar los ánimos, sacar a relucir la frescura de piernas de sus numerosas piezas y maniatar con una defensa muy trabajada a un rival que, pese a todo, salió de la cancha con la cabeza alta. Pese a todo, el equipo taronja fue incapaz de hacer el trabajo que se le atragantó tanto a Madrid como a Caja Laboral. El Barça volvió a pasar el rodillo y a demostrar que, hasta que otro lo desmienta, es el equipo más sólido de la ACB hoy en día.