Saben lo que se siente al pisar donde nadie ha pisado antes y conocen a la perfección la sensación que provoca mirar el mundo hacia abajo, y solo ver niebla. Se agobian en la ciudad, se aburren al nivel del mar y solo son felices por encima de las nubes. Así son Eneko e Iker, lo hermanos Pou, que se ganan la vida juntando viaje y escalada, y son tan buenos, que les pagan por ello. Ambos han recogido el testigo que comenzó en las manos de Marco Polo para erigirse como los auténticos exploradores del siglo XXI. Al igual que el mercader veneciano, la vida de los alpinistas gasteiztarras es aventura, centran todos sus esfuerzos en abrir nuevas vías de ascenso y lo consiguen a la vieja usanza: a ciegas, sin antecedentes, valiéndose solo de sus pies y manos para trepar por las paredes más verticales el mundo. “Estar en un lugar por el que nadie ha pasado todavía es lo que más llena a un escalador. Porque, si puedes hacer cosas nuevas, ¿para qué vas a repetir lo que han hecho otros?, explica Eneko. Para el mayor de los hermanos, este es el futuro de la montaña, encontrar nuevos retos, “tener la visión de abrir vías que otros no han podido ver e imaginar las líneas que todavía quedan”.

Y eso que los Pou comenzaron en la escalada siendo repetidores. Como la mayoría de los alpinistas, mejoraban su rendimiento accediendo a vías ya marcadas y exploradas hasta el aburrimiento, hasta que, tal y como explica Iker, se lanzaron “a la arena con los gladiadores”. Entonces, los gasteiztarras decidieron dedicar el tiempo a fijar sus huellas en los recovecos más escondidos del planeta porque, tal y como cuenta el pequeño de los hermanos, “realmente no hay tantas vías abiertas, ni en casa ni en el Himalaya”. Han dormido colgados de una pared, cara a cara con el abismo, a kilómetros del suelo; han sufrido congelaciones en las extremidades e incluso han visto tan de cerca a la muerte, que en algunas ocasiones por poco llegaron a tocarla. Pero, a pesar de ello, los Pou no cambiarían la montaña por nada. La sensación de libertad que experimentan en las cumbres más elevadas compensa cualquier susto, por lo que no dudan en reivindicar que la escalada es algo más que ascender paredes: “Es la aventura de descubrir el mundo y una forma de buscar los límites propios”, cuentan.

Ya son dos décadas con las falanges encallecidas por la roca y los hermanos Pou, con más experiencia y menos pelo, se han tomado un descanso para recuperar el aliento y, de paso, reunir toda su vida en imágenes. Así, en 20 años de montañas verticales -la película que se pudo ver en el Planetario de Pamplona con motivo de la Semana de la montaña de Anaitasuna- Iker y Eneko hacen un recorrido desde su niñez, que la pasaron en contacto con la montaña, hasta su última expedición en la Isla de Baffin (Canadá). 75 minutos en los que los alpinistas repasan toda su trayectoria. Son muchas las expediciones protagonizadas por ambos hermanos, muchas más las aventuras vividas, y demasiadas las disciplinas probadas: la ascensión deportiva, psicobloc, Himalaya... pero es la escalada la que ocupa un lugar destacado. Asimismo, los dos mantienen en la memoria un recuerdo, un instante especial, que les saca una sonrisa. Iker lo tiene claro, “el final del reto Siete Paredes, siete continentes en la Antártida fue un momento cumbre en nuestra carrera. Igual no fue la vertical más difícil, pero abrimos una pared técnica y prescindimos de la cuerda fija. Fue una apuesta muy arriesgada y se convirtió en un momento muy emotivo. El final de un ciclo”, expone.

Expedición infravalorada Para Eneko, sin embargo, prima más la búsqueda de nuevos paraísos, por lo que prefiere destacar la última expedición del dúo, aquella que les llevó a abrir cuatro nuevas rutas en la Isla de Baffin. “Fue muy dura. Somos alpinistas, pero en esa aventura rompíamos un poco con todo ya que íbamos más allá de la escalada. En ese lugar nos sentimos exploradores, aperturistas de nuevas rutas; y eso al final es subir un peldaño en tu carrera”, explica el mayor de los Pou. Quizá por ello, el gasteiztarra siente que esta expedición no tuvo la repercusión merecida porque “fue muy complicada acabarla con éxito”.