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JORGE Rico se acuna en un banco tras la cortina naranja de plástico que da el acceso a los pelotaris a la cancha velocísima del Ogueta, caracterizada por el colchón superior, que baja medio metro más y hace impracticable el frontón para los zagueros. El de Cenicero, sentado frente a un hornillo blanco, mira a Aimar. "Se me ha hecho tarde", analiza el delantero, quien apostilla que "ayer me lié a hacer los tacos y...". Asiente el riojano y Aimar le mira y se pone a hacer la tarea, a preparar el neceser, la cinta adhesiva, los tacos, el esparadrapo... "Esto es lo peor de jugar a pelota", manifiesta. Jorge, su sparring de cara a la final del Cuatro y Medio, vuelve a asentir y añade que "¡ya podríamos venir con un guante y a jugar directos!". "No sé si es lo peor o lo que más cuesta, por lo menos para mí. Pasas mucho tiempo preparando las manos, menos mal que en el vestuario coincidimos con los compañeros", desgrana con pose sincera.
Corta las tiras de adhesivo verde de una en una y exige silencio. "Espera un poco, hasta que me lave las manos", dice el delantero de Goizueta. Centra la mirada en la mesilla. Jorge sigue a lo suyo, también concentrado. Y Aimar empieza la labor ardua de llenar uno de los extremos de la mesa, de aproximadamente medio metro, de tiritas de esparadrapo. Después, se levanta y se dirige al servicio, lacónico, concentrado. La liturgia de las manos, aunque incómoda, es necesaria. Mientras regresa al banco sobre el que se nota el frío en el cogote de la cancha porque aunque sale el sol en la capital alavesa el frío cala hasta los huesos fuera y antes de arrullarse sobre las tablas desvela que "yo no soy de los que usan mucho el hornillo, sí que todo se pega mejor, pero nunca he sido de usarlo. A Jorge le viene bien porque lleva taco viejo". "Este siempre va conmigo", agrega Rico. Se ríe Aimar. "Por lo menos es de los que lo usa y lo trae", relata divertido. Y como si de un click se tratara, después de que todo está dispuesto sobre la mesa, Olaizola II se mira las manos, se abalanza sobre las tiras verdes e inicia el trabajo, empieza un pequeño Himalaya de tijera, esparadrapo y demás. Contempla la izquierda y la derecha. "He tenido bastante suerte en las manos, no he tenido muchos problemas de importancia. He tenido dolor, pero desde hace un par de años estoy bastante bien. En algún partido que otro, en verano, que hay mucho volumen, sí que siento alguna molestia, pero se corrige con los tacos y ya está", explica el de Goizueta. Son su instrumento de trabajo, sus manos de trueno, rifles de precisión dentro del Cuatro y Medio. "Me cuido las manos menos de lo que me las tenía que cuidar. Los pelotaris tenemos costumbre de que hasta que no te lesionas no las haces mucho caso", relata mientras se pone la cinta en la derecha. "Normalmente suelo traer para después de los partidos un vibrador, me doy masaje y si está Bixente Artola me da masaje. Pero más que nada para prevenir", concreta.
Fue hace "unos cuatro años". Hace memoria el delantero de Goizueta. "Fue hace unos cuatro años cuando lo pasé verdaderamente mal", relata. "Hace unos cuatro años o así, en verano tenía muchos partidos y no podía parar, había compromisos y tocó jugar; pero tuve que parar un par de meses", afirma Aimar, mientras continúa cortando la cinta en cada dedo, para luego forrarse la palma con unos tacos hechos el día anterior. Dice que serán los de la final. Que ahora le gustan así, usados un par de veces en entrenamientos y que sea el partido la tercera utilización. "Soy maniático. He tenido manías de todo tipo. Antes siempre jugaba con tacos nuevos también; ahora llevo un tiempo en el que uso tacos usados dos veces. Ayer hice en casa los tacos nuevos para entrenar y ya me duran hasta la final", esgrime el de Goizueta. Mientras habla, la concentración es máxima y apostilla que "cada uno tiene su manera de poner, todos los pelotaris los ponemos distintos. Yo soy de los que más ancho pone el taco, fíjese -señala Aimar la palma de la mano-. Unos lo ponen más fino o más estrecho. Yo pongo tres tacos, otros igual ponen cuatro". Relata que es un mundo, que cada uno pone a su estilo y que él lo hace al suyo, que lo hace a su modo, y más después de tantos años. Método Olaizola.
Sigue escrutando sus manos, ya mientras se pone el esparadrapo y selecciona cada uno de los tacos que se adaptan a sus dedos. "Espera que estoy hablando y...". El dedo anular está desnudo y Olaizola palpa la mesa, donde habitan despiezados pequeños trozos de taco. No encuentra el que toca. Busca de nuevo. "Es que me perdía". Ríe. Lo encuentra y se lo anuda con destreza y un poco de cinta. "De ponerme tantas veces ya me los puedo poner con los ojos cerrados, jejeje. Hay días que haces tacos nuevos porque suelo tener la manía de que si no gozo bien, cambio el taco. Casi siempre lo pongo igual o parecido; otra historia es que te duela la mano. Tienes que dejar huecos o reforzar", desgrana. Y desgrana también sus palmas ya vestidas cuando muestra con el dedo. Son puntos conflictivos, tres pequeñas zonas cero en las que si entra una pelota duele. Y el partido cae inconsciente. "Yo por ejemplo tengo tres agujeros, que son puntos donde se me pone dolor de mano. Igual tengo algún bultico que me molesta o me puede doler. Lo hago para que no se me meta la pelota y prevenir el mal de manos", afirma Olaizola.
Dos intrusos que coronarán su dedo corazón de la zurda y su meñique de la diestra después, habitan a un lado. Son dos dedil termoplásticos, ideados para su mano específicamente. El de la izquierda lleva un año ya con él. "Lo llevo desde que me rompí la punta del dedo en la semifinal del Cuatro y Medio contra Abel Barriola. Desde entonces no me lo he quitado, me da más confianza y seguridad. Aparte de eso me está dando buena suerte", manifiesta el delantero goizuetarra, quien agrega que "siguen siendo los mismos que tuve en la final. Empecé con otro más duro, que también anda por ahí, pero me quedé con este, algo más blando". Jorge Rico se añade a la conversación. "A mí me pasa lo mismo. Al final los tienes porque te dan confianza", declara también.
Aquel dedo roto hizo que Olaizola tuviera que suspender la final del curso pasado en el Bizkaia de Bilbao. La acabó ganando. "¿Suerte? Algo sí que me da", concreta riendo. "Pero la verdad es que si toco una esquina con el dedo, me molesta. Imagínese si toco la pelota; es mucho peor. Me da confianza y seguridad", agrega y mantiene que "el día que me rompí contra Abel ni sentía la mano". Explica gráficamente como fue: "Me echó un saque como un tiro y pegué a la pelota y al suelo, después ni notaba la mano". Admite Aimar que "porque Barriola falló dos o tres, que si no...". La realidad es que el delantero goizuetarra ni notaba la mano, mucho menos los dedos. Unos calambres le comenzaron a atenazar desde la muñeca hasta la punta del dedo corazón y, después, "no llegaba con la pelota ni hasta ahí". Con el mismo dedo señala la pared que está detrás de Rico, a apenas un metro de distancia. Se lo pone, también el del meñique. Un poco más de esparadrapo y leva anclas. "Estos serán", finiquita mientras sale por la cortina naranja de plástico y vuelve la cabeza: "Estos serán los tacos con los que juegue la final contra Bengoetxea".