Valdezcaray. La vida da muchas vueltas. Muchísimas. Cuando hace un año la Vuelta que regresaba a Euskadi cruzó la muga rumbo a Madrid, Juanjo Cobo era una sonrisa roja y reluciente en la que se mecía un equipo, el Geox, que llevaba toda la temporada a trompicones, gris, casi negro. En la Vuelta, respiraron. De todas maneras, fue una tregua efímera. Después de las flores y el champán de Madrid, el conjunto de la marca de calzado italiana saltó por los aires y todas las piezas que celebraron eufóricas la victoria en la carrera española se desperdigaron por el mundo. Cada una cayó en un sitio. Donde pudieron. Supervivencia.

Ayer en la salida de Barakaldo, antes de que la Vuelta se despidiese de Euskadi tras subir el puerto de Orduña, Cobo, De la Fuente, Rafa Valls y Josean Fernández Matxín posaron en una foto que simboliza mejor que ninguna otra aquella dispersión. Los tres ciclistas siguen ejerciendo su oficio. Cobo, en el Movistar, donde dicen que ha encontrado la serenidad y el equilibrio, aunque los resultados no le sonríen y en Arrate perdió 50 segundos que no son su tumba, ni mucho menos, pero sí significativos de que el último campeón de la Vuelta no llega, por un problema bucal después del Tour, como en 2011, aunque puede alcanzar su pico de forma en las etapas decisivas de Asturias. De la Fuente, báculo de Cobo hace un año, corre en el Caja Rural. Sueña con pelear por una etapa en la Vuelta. Valls, por su parte, viste del Vacansoleil.

Matxín, al contrario, no aterrizó en el ciclismo después de la detonación del Geox. Está fuera. Aunque durante el Tour y, ahora en la Vuelta, colabora con la Cadena Cope. Lejos del oficio que ha ejercido ni sabe desde cuando, el basauritarra se ha desenvuelto como ha podido en la vida. No le va tan mal. Se ha metido en el mundo de la moda. Tiene una tienda en Santander, Amaya Lavid, y ha creado una sociedad de distribución de artículos de moda que cuenta con 22 agentes en toda España. "Pero me falta el ciclismo", dice el vizcaino. "Cada vez que voy a una salida, veo cómo se van los coches y yo me quedo ahí, de pie, en tierra, siento algo extraño". Puede que sea tristeza.

Matxín quiere volver. "Hace dos semanas estaba convencido de que lo haría. Tenía un proyecto, pero ahora no lo veo tan bien. El problema son algunos detalles importantes como los económicos. He vivido experiencias duras en ese sentido y si no hay una garantía económica al 100% la iniciativa no puede salir", explica Matxín, quien también piensa en otra salida. "Algún equipo se ha interesado por mí, nada concreto todavía, para volver como director".

Angoitia, su hijo Como Matxín, el deseo por regresar al ciclismo es intenso para Sabino Angoitia, que no estuvo en la Vuelta de 2011, al menos físicamente, pero su aportación como sostén de la fragilidad mental de Cobo fue esencial. Angoitia también cayó fuera del ciclismo tras la extinción del Geox. "Soy un parado más", dice con resignación. "Pero también soy una persona nueva. Al menos, tengo salud". En diciembre, la vida le dio un aviso al director vizcaino. "Me dio un patatús". Estuvo tres días ingresado en el hospital. "Pero no me encontraron nada. Eso sí, me dijeron que tenía que ver con la presión". Su final de año fue agobiante por el desencuentro con Matxín y Giannetti. "Con Matxín tuve mis diferencias", explica Angoitia. "Pensábamos de manera diferente, opuesta. Éramos la cara y la cruz. Pero es un asunto profesional. La gente malintencionada lo ha querido llevar al plano personal. Se han dicho barbaridades sobre nosotros, pero yo a Matxín le sigo debiendo que me sacara del hoyo más hondo en el que he estado en toda mi vida y las puertas de mi casa estarán siempre abierta para él".

En casa, en Markina, pasa el tiempo Angoitia mientras espera una propuesta "digna" para dirigir. "Me da igual que sea profesional o no. Tengo ganas de volver. Creo que sigo teniendo cosas que ofrecer. Los resultados me avalan y no creo que el ciclismo haya cambiado tanto como dicen. Ahora se creen que los corredores son máquinas. La gente se confunde. También son humanos a los que hay que hablar, querer y abrazar", explica el vizcaino, cuyo mayor triunfo, dice, es el abrazo sincero de los corredores y auxiliares con los que ha convivido durante años ahora que está sin ciclismo. Aunque no del todo. Durante este tiempo, Sabino ha aprovechado para volver a andar en bicicleta, se encuentra pleno de salud, fuerza y ganas de vivir y, además, guía a su hijo, Iosu, un junior con talento. Es padre y director. "Le ayudo en lo que puedo. Solo le pido que disfrute de la bicicleta. Me llena mucho seguirle y ayudarle. Es una sensación especial. No lo había sentido nunca antes", zanja.