ESPAÑA: P. Gasol (16), Rudy (11), Navarro (4), Calderón (14) y M. Gasol (11) -cinco inicial-, Rodríguez (0), Reyes (2), San Emeterio (0), Llull (7) e Ibaka (2).
RUSIA: Shved (2), Kaun (14), Khryapa (2), Ponkrashov (10) y Kirilenko (10) -equipo inicial-, Mozgov (4), Fridzon (8), Antonov (0) y Monya (9).
Parciales: 12-9, 20-31 (descanso), 46-46 y 67-59.
Árbitros: Lamonica, Belosevic y Benito. Eliminaron a Rudy Fernández.
Incidencias: 13.215 espectadores en el O2 Arena.
El baloncesto no deja de reservar sorpresas, sucesos y partidos que recuerdan que quizás es uno de los deportes más imprevisibles y que se guardan para siempre en la memoria. La semifinal olímpica de ayer entre España y Rusia es uno de ellos, no por su brillantez, sino porque fueron dos encuentros en uno de los que la subcampeona olímpica salió rumbo hacia la lucha por el oro por segundos Juegos consecutivos y terceros en toda su historia. Será la séptima final en diez años de un grupo de jugadores que ha movido algunas de sus piezas y que ahora dirige Sergio Scariolo.
La competición ha colocado a cada cual en su sitio y España esperaba rival por el oro -al cierre de esta edición jugaban Estados Unidos y Argentina-. No ha dado su mejor nivel ni de lejos, pero sí ha vuelto a demostrar su extraordinaria fiabilidad. A la hora de la verdad, cuando las cosas se vuelven oscuras y los cuchillos se afilan, aparece el carácter ganador para encender las luces y avanzar pese a las adversidades.
Todas se juntaron en una primera parte en la que España pareció un equipo de principiantes sin ningún bagaje ni talento. Tras un primer cuarto de porcentajes inasumibles en este nivel competitivo (5 de 18 tiros para Rusia, 3 de 15 para España), los rusos tomaron el mando con precisión de cirujano, llevando el duelo al terreno de lo físico, del ritmo lento y de la falta de espacios.
Los de Scariolo no anotaban ni de cerca ni de lejos, pero pecaban de lentitud, de renunciar al juego de transición en busca de alimentar a sus pívots. Era su cara C o D. Pero Rusia jugaba con un quinteto muy alto que negaba todas las líneas de pase a un ataque muy parado. Además, Monya era esta vez el ejecutor desde la posición de ala-pívot y dos triples consecutivos del jugador del Khimki pusieron el marcador en un 14-27 cuando habían transcurrido más de quince minutos de partido. Las alarmas saltaron porque la situación no invitaba al optimismo. España estaba de nuevo bloqueada por su rival y por ella misma, por las dudas generadas por el estado físico que obliga a dosificar los esfuerzos y a utilizar quintetos en los que todos no van en la misma marcha.
un partido nuevo El descanso tuvo efectos balsámicos. La selección española necesitaba muchas cosas: acierto que llevara a la confianza, pero sobre todo actividad, movilidad, piernas para tratar de encontrar los resquicios de un rival como Rusia que puede resultar demoledora, pero también caerse como un castillo de naipes. El parcial de 8-2 con que se abrió el tercer cuarto fue sintomático porque llevó dos triples de Rudy y Calderón que abrieron el abanico de opciones y forzaron a la defensa planteada por David Blatt a tener que cubrir más campo.
Rusia aún volvió a marcharse por nueve puntos, pero sus piezas claves seguían sin aparecer, sobre todo un negado Kirilenko, y a los secundarios les empezó a pesar el partido. Calderón igualó con otro triple para acabar el tercer cuarto y, precisamente, fue en su banquillo donde Scariolo encontró la manera de encauzar a su equipo hacia la victoria. El italiano fue valiente, aparcó las jerarquías y metió en el campo a Llull, San Emeterio y Reyes. Ellos tres, acompañados por un atinado Calderón y un Marc Gasol que se vistió ese rato de All Star, dieron una vuelta de tuerca y en apenas cinco minutos de intensidad y ritmo empaquetaron el partido con un parcial de 14-1.
Rusia se vino abajo, la exigencia mental del partido le había superado, como le ocurrió al CSKA Moscú en la final de la Euroliga. Ni siquiera logró aprovechar una falta antideportiva a un minuto del final de la que, con ocho puntos abajo, solo sacaron uno. Andrei Kirilenko estampó su impotencia en tres tiros libres errados y con su estrella se hundió toda Rusia, técnico incluido. España, en cambio, dio sus mejores minutos sin Pau y sin Navarro, sus dos líderes, para alcanzar la final soñada y que casi nadie esperaba una hora antes. Con más o menos argumentos, este equipo es infalible.