Cuando la madre de Michael Phelps, aquella que se desgañita desde las gradas en todas sus pruebas, animó a su hijo de siete años a acudir regularmente a la piscina, no alcanzó a imaginar que estaría ante el inicio de la carrera olímpica más laureada de todos los tiempos. Y ahora, veinte primaveras después, presenció sonriente como su pequeño se despedía de la natación profesional de la forma soñada: con un oro al cuello, el decimoctavo de su vida, que culmina su medallero con 22 preseas. Porque al tiburón de Baltimore no le pusieron el apodo al azar, sino que se lo forjó a base de victorias. Y qué mejor manera de despedirse que como empezó: ganando. Lejano, demasiado, queda ya su primer oro conquistado en los Juegos de Atenas, pero el paso del tiempo no cesó su hambre de títulos. Porque no se llega a ser el mejor nadador de la historia por casualidad y así lo demostró con el triunfo cosechado ayer en los 4x100, donde su actuación fue crucial para la victoria estadounidense.

Fijar el récord de medallas olímpicas nunca fue su obsesión y con su vigésimo segunda presea en su propiedad, Phelps ha dicho basta. El estadounidense colgó el bañador, las gafas y el gorro, y echó la persiana. Al menos hasta que cambie de opinión. Príncipe en Atenas y rey en Pekín, el nadador de Baltimore repitió trono en Londres (cuatro oros y dos platas le permitieron continuar en el trono) y todo parece indicar que, aunque nunca decida regresar al deporte de alto rendimiento, Phelps se perpetuará como monarca olímpico al menos hasta que surja otro capricho de la naturaleza que se atreva a superar sus 22 medallas (18 oros, dos platas y dos bronces) y batir todos los récords que ha marcado. Y eso que su debut olímpico, en el 2000, pasó con más pena que gloria y ni siquiera llegó a rozar alguna medalla. Por aquel entonces fue el nadador más joven de la competición, con tan solo quince años, y una temporada después se colgó su primera medalla, la del Mundial de Fukuoka (Japón) en el que es su mejor recuerdo reconocido. Unos Juegos después, en la capital griega, pudo desquitarse. Seis oros y dos bronces en Atenas hicieron presagiar la tormenta de éxitos a la que el norteamericano se aproximaba. Y así llegó Pekín y su dictadura.

Phelps convirtió en oro todo lo que tocaba y, como un auténtico déspota, pasó por encima de sus rivales hasta rozar el ridículo. Ocho medallas doradas fueron su carta de presentación para el mundo, que por aquel entonces ya comenzó a profesar admiración por el estadounidense. Cien metros mariposa, 200 estilos, 4x100 libres.... indiferente era la modalidad y la distancia. Una bestia de la naturaleza no hace ascos a nada y en Londres, a pesar de tener un comienzo dubitativo, se prolongó en el reinado olímpico con cuatro nuevos oros y dos platas. La hegemonía que Phelps ejerce desde que decidió meterse en el mundo de la natación cuando apenas tenía siete años puede verse en el medallero olímpico. Si el nadador estadounidense quisiera erigirse como país independiente aún figuraría en los primeros puestos de la clasificación general. Es más, el tiburón de Baltimore atesora más preseas doradas que 199 de los 204 comités olímpicos reconocidos. Tan solo Australia, Japón, Holanda y Hungría, además de los propios Estados Unidos, pueden presumir de tener mejor historial olímpico que Phelps. De hecho, ni siquiera los 112 años de participaciones olímpicas de Argentina pueden superar los 18 oros del norteamericano.

Pero las exhibiciones a las que acostumbraba, el himno estadounidense sonando en su honor y las grandes ovaciones que le recibían en su entrada a la piscina se terminaron. Se acabó. Ya no hay más Phelps.

triunfo en los 4x100 Michael Phelps nadó ayer en la tercera posta de los relevos con Estados Unidos y su actuación fue clave para superar a Japón, segundo clasificado. El tiburón de Baltimore, tras una mala salida, encomendó todo al segundo largo, su gran baza, y acertó. Porque cuando Phelps saca los dientes no hay quien lo pare. Aunque ya no ocurra nunca más porque, de nuevo, ya no hay más Phelps.