Londres. En la actualidad pasa gran parte de su tiempo cuidando el jardín de su casa en las afueras de Moscú y disfrutando de sus nietos. Larisa Latynina (27-XII-1934, Kherson, Ucrania) se acuerda de todo, de Melbourne'56, Roma'60 y Tokio'64, del Mundial de 1958 donde compitió embarazada de cuatro meses -ocultándoselo a su entrenador Alexander Mishakov-, de su instinto asesino dentro del tapiz, de las diez medallas de oro que ganó dirigiendo al equipo soviético de gimnasia femenina entre 1967 y 1977... Pero sobre todo de las 18 preseas que se colgó ella como gimnasta en activo, nueve de ellas de oro, un sueño desde que de niña se aficionara al ballet y la danza. Con 30 años a cuestas le llegó el relevo, derrotada por la checa Vera Caslavska, pero para entonces Latynina ya era leyenda, la deportista con más metales en la historia de los Juegos Olímpicos. Hasta ayer.
Michael Phelps (30-VI-1985, Baltimore, Maryland) llegó a Londres con un solo objetivo con el que adornar su palmarés, por mucho empeño que pusiera en recalcar que él nunca ha echado cuentas al respecto, pero tras su extraordinario botín en Pekín y, a escasos días de colgar para siempre el mundo de las chanclas y el bañador, las 16 medallas que atesoraba en su zurrón necesitaban solo un empujoncito para proclamarse emperador eterno, monarca absolutista, sin discusión, del evento donde cada cuatro años el fuego de Zeus venera a sus héroes. No pudo ser en la jornada del debut, cuando Ryan Lochte le tiró del pedestal en los 400 estilos, y amplió la cuenta, pero con amargor, gracias al 4x100 libres, consolándose con una plata -la primera en su palmarés personal olímpico- por culpa del K.O. de su alter ego ante Yannick Agnel.
Por eso necesitaba Phelps dar un puñetazo sobre la mesa, algo que sin embargo no logró a imagen y semejanza de su impresionante carrera. Y es que, en su prueba favorita, los 200 mariposa, en la que buscaba erigirse para más inri en el primer deportista en conquistar la misma prueba en tres Juegos diferentes, volvió a arrodillarse, esta vez ante el sudafricano Chad Le Clos, desperdiciando una notable ventaja en los últimos metros, prácticamente cuando solo le quedaba tocar la pared. La procesión iría por dentro una hora más tarde cuando se embolsó el oro en el 4x200 libres, con el que fijaba en 19 el número de metales que resplandece ya en su vitrina de trofeos.
Latynina, apodada la reina madre, ágil a sus 77 años fruto de sus genes y culto al deporte, ya lo había vaticinado, y con orgullo, porque recientemente había conocido al nadador estadounidense en un evento en Nueva York, quedando encantada de su forma de ser. "No me amargaría en absoluto que me llegara a sobrepasar. Como se suele decir, los récords están hechos para quebrarse. Él es un gran campeón y un hombre muy agradable. Soy una admiradora de su talento. Disfruto viéndolo nadar", expresaba semanas antes de arrancar los Juegos, iluminados sus ojos mientras recordaba sus añejos triunfos. Admiradora de Bolt y Federer, no tiene duda en señalar al mejor de todos los tiempos: "Si uno quiere saber cuál es, lo primero que hay que mirar es cuántas medallas ganaron". Y ese ya es Phelps.
como frente a cavic, pero al revés Pero Tiburón no pudo festejar su gloria como había planeado. Parecía que iba a plasmar un estilo conservador durante la primera parte de la prueba de los 200 para concluir con más fuerza, pero prefirió arriesgar y le falló la resistencia, arrodillándose por cinco centésimas, en un final de infarto, ante Le Clos, con quien no contaba nadie, porque el teórico rival era el bronce nipón Matsuda. Phelps, que solo había perdido en esta modalidad en una gran competición en los Juegos de Sydney'2000, con 15 años, tomó la iniciativa y cerró el primer largo con nueve centésimas respecto al sudafricano, ventaja que amplió hasta las 36 en el ecuador, mientras que en el tercer toque batía en 38 al japonés, pero fue cediendo ritmo hasta ver reflejado, por el retrovisor, en su cogote al de Durban, autor del tercer mejor registró de todos los tiempos. Lo acontecido recordó, aunque a la inversa, a los 100 mariposa en Pekín. Entonces Michael noqueó al serbio Milorad Cavic por una centésima de segundo (50.58 por 50.59) tras ganar en la última brazada. Frente a Le Clos, en lugar de tocar la placa se estiró en el agua inútilmente, como si cayera al vacío.
En los relevos, el equipo estadounidense se tomó cumplida revancha ante Francia tras un tras un inicio demoledor de Lochte. La última posta de Phelps resultó un paseo imperial frente a la misión imposible de Agnel, que le recortó de 3.88 segundos a 2.47 en 200 metros. El premio recayó también en China, merced a Sun. A buen seguro que el de Baltimore se encogerá de hombros y dirá que nunca piensa en batir marcas sino en disfrutar, y más a un tris de su despedida, pero le costaría conciliar el sueño con la almohada pensando en el trasiés. Con todo, su estela es imperecedera tras bajar del trono a Latynina 48 años después. Aún tiene Phelps por delante pruebas con las que ampliar semejante poderío -entre mañana y pasado los 100 mariposa y 200 estilos; y el sábado, el 4x100 estilos- en los altares del Olimpismo, donde se sentó a la altura de Zeus. Y es que ayer perdió su cetro pero le ganó el pulso a la historia.