Pau. Bradley Wiggins ha cambiado. Solo hay que verlo. Ha bajado peso, ha aprendido a domar las grandes montañas del Tour y todo eso que cuentan que le han aportado el trabajo científico inglés y su propia cabeza. Es dura como una piedra, que es lo que dice su amigo David Millar, uno que también fue héroe británico antes de precipitarse al vacío, lo más admirable del tío, su tozudez, que es una mula y no para hasta que consigue lo que quiere. Hace años anunció que iba a ganar el Tour, nadie le tomó en serio y ahí está, líder cuando quedan cinco días para llegar a París y solo le falta saltar por encima de los Pirineos, el círculo de la muerte, hoy, y Port de Balés y Peyragudes, mañana. Wiggins no es el tipo que las pasó canutas hace seis años para subir el Marie Blanque y llegar a Pau en su primer Tour, pero le sientan igual de mal que entonces los días de descanso. Detesta perder el tiempo deambulando por el hotel, echar la tarde en la cafetería, recibir a la prensa. Si pudiese elegir, no habría días de descanso del Tour, days-off, que dice él, porque le sacan de su rutina acogedora, del refugio del pelotón donde solo tiene que mover los dos pistones que tiene como piernas y no necesita pasarse el día pensando ni respondiendo a las cuestiones estúpidas que les interesa saber a los periodistas. "¿Y el Tourmalet, Bradley? ¿Y el Tourmalet?", le preguntan. "El Tourmalet es una subida, hay alquitrán. Cualquiera que sea el nombre que tenga el puerto y el lugar en el que se encuentre hay que subirlo en bicicleta", responde con desgana, casi grosero. Y si la cuestión tiene que ver con los rivales, pues que está preparado para el fuego, que se entrenó en Tenerife para ello y que no dejó nada al azar. "Entonces, ¿qué teme usted?", le insisten, y lo del miedo parece que le da risa. "Esto es una carrera de bicicletas. No tengo miedo a nada. Solo tengo que hacer lo que he hecho hasta ahora y lo que tenga que suceder sucederá". Así va siguiendo su camino Wiggins en el cuestionario del día de descanso, sin salirse de su discurso, sin torcerse, sin abandonar lo que él llama la rutina y tiene que ver con mirar dónde pisa uno en cada momento y asegurarse que el pie está bien fijado al suelo antes de dar el siguiente paso, que es la máxima que no olvidan los montañeros prudentes. "Si un día me descuido y pienso que esto está acabado, entonces perderé el Tour", dice.
Lo puede perder de otras maneras, aunque no hay muchas. Las voces de los sabios, ahí está Virenque de comentarista de Eurosport, hablan de que es necesario un ataque lejano, lo que hace tiempo está emparentado con el suicidio, algo para lo que no hay demasiados voluntarios. Quizás Evans, que no anda fino, pero su desesperación, más que un golpe directo contra Wiggins, puede ser el detonante para que otros más entonados como Nibali o Van den Broeck se lancen a la yugular del líder inglés al que protege desde que salieron de Lieja una armada de fieles cuyo soldado más abnegado es Chris Froome, segundo del Tour, y el más poderoso en la montaña.
¿Seguirá guardándole las espaldas al líder? Cuando se lo preguntan al keniano, dice que por supuesto, que su fidelidad está por encima de todo. Que acepta el orden jerárquico del Sky y que está al servicio de Wiggins, su majestad. Pero luego matiza que lo seguirá estando salvo desplome del líder porque lo importante es que gane un inglés, uno del Sky, por la reina, y reconoce que seguir a su lado, sacrificarse sabiendo que tiene la oportunidad de ganar el Tour, que la tiene, se le hace muy cuesta arriba. Zandio, el único vasco en el mejor equipo del mundo, asegura estar convencido de que Froome, "un tipo formidable", jamás traicionaría a su líder. Eso parece. Pero se verá hoy o mañana.
Zubeldia, en casa A la expectativa está también Zubeldia, que es sexto en la general, sufrió en la etapa reina de los Alpes y ahora que está en los Pirineos, en casa, espera sujetar esa plaza o, si se presenta la oportunidad, avanzar lo que pueda, algo que ve complicado porque ninguno de los de adelante, salvo Evans, ha dado síntomas de debilidad. De todas maneras, Haimar, tan sigiloso siempre, es de los que conocen el terreno que pisa. "Sé de lo que va la tercera semana". Ha pasado antes por ella una decena de veces. En un día detestable de descanso, nada parecía hacer sonreír a Wiggins, sentado aburrido sobre su trono del Tour. Hasta que llegó Indurain, que ni le va ni le viene, y le mandó un mensaje a través de TVE. "Sé que disfrutaste mucho cuando eras joven y seguías mis carreras. Sé que fuiste un seguidor mío durante muchos años y ahora eres el líder del Tour. Eres uno de los míos, un corredor grande de estatura y con una forma de correr parecida a la mía, fuerte en la contrarreloj y capaz de mantener un ritmo sostenido en montaña. Estás ante una oportunidad única de ganar el Tour". A Wiggins le alegró el día.