ST. PAUL CHATEAUX-CAP D'ADGE

. Andre Greipel (Lotto)4h57:59

. Peter Sagan (Liquigas)m.t.

. Edvald Boasson Hagen (Sky)m.t.

General

. Bradley Wiggins (Sky) 59h32:32

. Christopher Froome (Sky)a 2:05

. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 2:23

Cap d'Agde. En las terrazas de Sete, de espaldas a la luz cálida del Mediterráneo y su susurro azul, empezó a cantar y siguió cantando durante toda su vida hasta que se le apagó la voz George Brassens, que no hablaba para nadie, salvo para su guitarra y su pipa, y decía no tener ideas ni deseaba tenerlas y, sin embargo, era la aspirina universal de los desesperados. Sete se acuesta junto al mar pero se recuesta en los brazos de una montaña, Mont Saint Clair, un volcán hace tantos años y un balcón privilegiado ahora en los atardeceres rojos del Mediterráneo. Hay más de una decena de carreteras para subir desde el puerto de Sete a la montaña. Una de ellas, corta y dura como un palo, la utilizó ayer el Tour para incordiar, como hace el Giro, y quisieron aprovecharla los desesperados. Quién sabe, quizás Evans confundió el susurro del mar con la voz de Brassens cantando a la libertad y la dignidad cuando el pelotón del Tour que tiene atenazado el Sky corría hacia Sete y, alcanzada la costa, a 30 kilómetros para el final, mandó el campeón herido a sus soldados apretar los dientes y, con ello, los de todos los rivales. La maniobra y el viento cortaron el grupo en rodajas, pero ninguno de los notables se vio sorprendido. Lo que sí hizo fue acelerar la muerte de la escapada del día, que estaba sentenciada ya porque nunca les dejaron volar demasiado alto. En ella iba incrustado Pablo Urtasun, el soñador despertado a 150 metros de la meta de Saint Quintin durante la primera semana, que tras habitar en el tormento junto a todo su equipo -los abandonos de Txurruka, Astarloza, Verdugo y, sobre todo, Samuel-, vive ahora de la esperanza. "No tenemos un líder, ni un escalador, ni un esprinter, así que algo tendremos que hacer. No nos queda otra que probar de esta manera", dijo el navarro de Euskaltel. Aunque probar suponga tener que hacerlo un 14 de julio, fiesta nacional francesa, y se metieran junto a él, en una escapada de ocho, cinco franceses que habrían vendido a su madre por ganar ayer sabiendo que de eso podrían vivir en Francia, fama y dinero, el resto de su vida.

A todos ellos se les acabó la esperanza en Sete, donde Brassens. En Mont Saint Clair llegó el turno de Evans. Primero fue Menchov, maltratado por los Alpes, el que trató de reflotar con un ataque seco y duro en las primeras rampas de la montaña. Y a la estela del cometa ruso se subió el australiano con otro acelerón brusco que motivó también a Van den Broeck, que tiene las piernas siempre acariciando el gatillo. Wiggins no se movió. Esperó paciente, las clases prácticas de Indurain, a rueda de sus gregarios, del maravilloso Michael Rogers, que aguantó el tirón, sujetó la diferencia en unos pocos metros y cuando se apartó ahogado por los porcentajes, dejó hacer al líder. El inglés solucionó el asunto en un instante. Sin levantarse del sillín, sin menear una pestaña, las manos sobre las manetas, batió las alas, los dos pistones que tiene como piernas, y se colocó a la sombra de Evans, de nuevo desesperado. Nadie más se movió. Ni siquiera Nibali en una bajada vertiginosa hacia, de nuevo, encontrarse con el mar.

El ataque de Luisle Quedaban 20 kilómetros que se corrían por una lengua de asfalto echada entre el Mediterráneo y las marismas y su flora alta y ligera que inclinaba el viento musculado de la costa. Un terreno que ya lo habrían querido para sí los estrategas de los 80 y los 90, los anteriores al pinganillo, para montar una escabechina sangrienta que salpicase al líder. Pero no ocurrió nada. Principalmente, porque nadie lo intentó. Y, después, porque el Sky puso de nuevo a Michael Rogers al frente, y con él a Froome y a Boasson Hagen, y sembró la desesperanza. Luego, además, tomó el relevo el Lotto, en bloque, con Greipel a rueda. Así que, de nada sirvió el bravo intento de Vinokourov y Albasini, demasiado solos frente al viento, el mar y el pelotón.

Sí pudo servir el ataque de Luisle en la cuesta final que llevaba a meta. Antes de llegar, Zubeldia, que no pasó apuros ni subiendo ni bajando ni en el llano, se acercó al murciano y le animó a intentarlo. "Ahora es el momento", le dijo, "lo conozco y el repecho te viene bien". Eso hizo a dos kilómetros. Y con él, Sprick. Su ataque, la subida y las fuerzas que escasean desmontaron al Lotto. Estos sí tenían esperanzas.

Y, seguramente, se habrían jugado la victoria entre ellos si por detrás Rogers no hubiese apretado y, después, en un alarde, Wiggins no hubiese tomado el mando vestido con su jersey amarillo, lo nunca visto, lanzando al pelotón a toda velocidad y, con ello, enterrando las esperanzas de Luisle y su amigo, que cayeron a 200 metros. El murciano, indignado, se levantó sobre la bici y cuando el líder inglés pasó a su lado le dijo que no con el dedo, la cabeza y los labios, que así no se hace, que hay que saber vivir y dejar vivir, que es lo que hacía Indurain en el Tour y por eso le iba todo tan bien. Luego, Wiggins explicó que lo único que estaba haciendo era lanzar a un buen amigo que le ha ayudado todo el año, también en el Tour, Boasson Hagen, que, no solo desesperanza siembra el Sky, acabó cediendo ante Sagan y Greipel. Un golpe de riñón, la última pedalada de los desesperados, le dio la tercera victoria de etapa al alemán.