PORRENTRUY. Haimar Zubeldia (Usurbil, 1977) descubrió el Tour hace 20 años con un banderín y un peto amarillo en el cruce de un caserío de Aguinaga cuando la carrera francesa salió de Donostia, y aunque guarda aquel recuerdo envuelto en el suave cariño de los niños, no fue hasta años después, ya ciclista, joven maduro y promesa del ciclismo vasco, cuando encontró el amor. El flechazo fue un 22 de julio de 2001, día de Madalenas en Euskadi y fiesta nacional vasca en los Pirineos. Aquella tarde Roberto Laiseka ganaba en Luz Ardiden con el maillot del Euskaltel-Euskadi, el equipo de los vascos. Zubeldia estaba allí. Recuerda que subió hasta meta abriéndose paso entre la marea humana y naranja y que se le erizaba la piel. El amor. Desde entonces no concibe Zubeldia una vida sin julio y un julio sin Tour. Hasta una de sus hijas, la pequeña, se llama así: Jule. Julio en euskera.

La carrera ciclista de Zubeldia va cosida inexorablemente al Tour como su cabeza al tronco. Son indivisibles. Debutó aquel año con el primer Euskaltel que desembarcó en Francia y desde entonces solo ha pasado un julio sin Tour, el verano melancólico de 2010 en el que una lesión en la muñeca le dejó en casa. Ha corrido la carrera francesa en once ocasiones, solo una menos que un tal Miguel Indurain, plusmarquista vasco, aunque si acaba esta edición habrá alcanzado los Campos Elíseos de París tantas veces, diez, como el campeón navarro. Del equipo que se estrenó en el Tour en 2001, es el único superviviente. Su mejor Tour fue el de 2003, el que acabó quinto tras sostener un pulso maravilloso, junto a Mayo, contra Armstrong, Ullrich y Vinokourov. Volvió a ser quinto en 2007. Y octavo, antes, en 2006. Solo lamenta no haber ganado aún una etapa, que, dice, es lo que queda para siempre. "Ganar en el Tour te hace inmortal".

Quizás pueda ser este año. Zubeldia, quinto en la general tras la etapa de ayer, soberbio en La Planche des Belles Filles y en su sitio en la dura etapa de ayer, fino (pesa 67 kilos) y motivado, habla de todas maneras de que Kloden es el capitán del RadioShack-Nissan. Y después, Frank Schleck. "¿Yo? Lo que me manden, pero voy día a día", responde cuando le preguntan. Obediente y reservado. "Hasta el momento estoy con los mejores y antes de empezar la carrera habría firmado llegar así a la primera contrarreloj. Estoy contento, pero en el Tour siempre hay que ir día a día porque en cualquier momento te puede ocurrir algo que arruine tus objetivos", añade con los pies bien fijados sobre la tierra.

Zubeldia, la mirada clara y azul, la sonrisa perenne y la voz de terciopelo, es, en el fondo, un gran cabezota. Cuando era niño consiguió que sus padres le compraran una bicicleta por agotamiento. Enfermó de hepatitis y no dejó de patalear hasta que le prometieron que tendría la bici que quería si estaba formal hasta que se curase. En unos días, no movió un dedo. Obediente. Zubeldia es de los que comprendieron más pronto que tarde que las cosas no caían del cielo. Que si algo quería, tenía que sacrificarse. Y que el sacrificio pasaba por la disciplina y, también, por la renuncia. Por el Tour, dejó de lado todo lo demás. "Pero no me arrepiento de ello. El Tour me ha dado muchas cosas. Si volviese atrás en el tiempo no cambiaría nada. Volvería a sacrificarlo todo por el Tour", suele decir. "Lo que soy como corredor me lo ha dado el Tour".

2003, la cima Zubeldia corrió el primer Tour en 2001 y lo que más recuerda, antes de Luz Ardiden, es la agonía en el llano durante la primera semana. "Pecamos de novatos". Les dieron palos por todos lados. Hasta que abrieron los ojos y decidieron fijarse en los demás equipos. Tuvieron que aprender a sobrevivir en el Tour y, mientras lo hacían, llegó el éxtasis de Laiseka en los Pirineos. "Subí Luz Ardiden con la piel de gallina". Aquel año Zubeldia volvió a casa con un carro de lecciones. En el Tour siempre hay algo que aprender. En 2002, una edición gris, entendió otro puñado de cosas: "Que las expectativas no tienen nada que ver con la realidad".

El mejor Tour de Zubeldia fue, y es, el de 2003. El de la pelea con Ullrich y Armstrong. Ningún momento simboliza mejor lo que supuso aquella edición para Euskaltel-Euskadi que el de la cima del Tourmalet. Coronaron el tejano, el alemán y los dos líderes del equipo, Mayo y Zubeldia. "Es la imagen de todos mis Tours". Jamás Haimar estuvo tan arriba como sobre el Tourmalet y aquel Tour. Acabó quinto. De ahí, al abandono, el único en once ediciones, en 2004, "quizás el año anterior nos llegaron las cosas demasiado fácil y nosotros mismos alimentamos la euforia que nos rodeaba", y la vuelta a la realidad en 2005, donde suele recordar que inició una segunda relación con la carrera francesa, más tranquilo y consciente de sus posibilidades.

Consciente, también, de haber asistido en butaca de primera fila a una era legendaria en la historia del ciclismo, la de Armstrong y todos sus Tours de tiranía, el quiero y no puedo de Ullrich, los podios de Beloki, aquel amarillo efímero de Galdeano… Haimar sobrevive de aquella época. Es de los pocos. En el pelotón del Tour están Kloden, Voigt, Vinokourov, Hincapie…

Armstrong es uno de los nombres importantes de la biografía del guipuzcoano. Corrió contra él y, en 2009, tras dejar Euskaltel-Euskadi en busca de otras motivaciones, junto a él en el Astana de la guerra fría entre Contador y el tejano, dos personalidades tan fuertes y similares que su relación acabó estallando. El Astana de aquel Tour era más inestable que la nitroglicerina. En el mismo hotel dormían pared con pared dos egos incompatibles. Zubeldia, un temperamento delicioso, sano, pacificador, estaba en medio. Con Contador y con Armstrong a la vez. Lo que le mandaban. Al finalizar aquel año, Bruyneel le propuso seguir a su lado, con el americano en el nuevo RadioShack que se había montado en torno al deseo del heptacampeón del Tour de volver a ganarlo en 2010. Fue el julio que Haimar pasó, melancólico, sin Tour, en casa por culpa de una caída en la Dauphiné. Volvió en 2011. Acabó 16º.

En un diario que redactó para este periódico contando su última semana de concentración en Jaca antes de viajar a Lieja, Zubeldia, 35 años y dos niñas preciosas, Ane y Jule, hablaba de los sacrificios que exige el Tour, de la alimentación, el entrenamiento, las noches lejos de casa, y de que, con los años, había dejado de sentir el cosquilleo en la tripa que antes le surgía semanas antes de viajar a Francia. "Ahora no lo siento hasta que llego a la primera habitación del primer hotel. Entonces es cuando siento que empieza el Tour", dice. Y se le eriza la piel, como en 2001 en Luz Ardiden. Aún siente la misma pasión por el Tour.