Vitoria. Históricamente la Azzura fue tradicionalmente la bestia, irreductible incluso en el desaliento, al tiempo que la bella se identificaba con selecciones aspirantes que acostumbraban a morir en la orilla, caso de Holanda. Hoy en día Italia sigue siendo la bestia, capaz de alcanzar el día cumbre contra todo pronóstico, pero ahora también bella porque ha tratado de mimetizarse con España, considerada actualmente la más bella de todas y, por descontado, en puertas de conquistar la triple corona, la más bestia. O lo que es igual, la España más italianizada -nunca antes un equipo se había plantado en la gran final habiendo encajado un solo gol-, frente a la Italia más españolizada, tratando de hurtar a la vigente campeona el balón, herramienta que ha catapultado a una y otra, una historia de cuento.

Tiene la tropa de Vicente del Bosque la ocasión de inmortalizarse, de convertirse en la primera selección en haber encadenado dos Eurocopas y un Mundial en el palmarés en un duelo con acento mediterráneo, dos territorios que apelan al orgullo de su fútbol para paliar la depresión continental que arrastran en el aspecto económico, a la par que político y social. Escuadras que se han movido en el filo de la navaja desde que abrieron, en un reto equilibrado, el torneo. Pudo España dejar en la cuneta a los de Cesare Prandelli de haber pasteleado su partido ante Croacia, pero el juego limpio, que no excelso, tuvo premio, y desde esa noche zigzagueó con triunfos justos pero cortos, añorando la pegada de Villa, apelando a la suerte del campeón y sorteando el míster salmantino cuchillos voladores entre micrófonos, lápices y papeles.

un del bosque cartesiano La presión de ser el enemigo a batir y al que, como al Barça, espejo español, los rivales han cogido la medida no ha desestabilizado tampoco a un grupo donde su entrenador siempre ha tenido claro su bosquejo: diez titulares indiscutibles y la figura del falso nueve, rotatoria, en función de la identidad del oponente. Es decir, o juega Cesc, o lo hace un delantero de los de toda la vida. No parece que el panorama vaya a resultar diferente esta noche, con la incógnita de si Del Bosque relegará a Silva, en evidente bajón físico, en beneficio de Navas o Pedro, que han respondido con brillantez bajo el disfraz de revulsivos. Lo del barcelonista es digno de estudio porque ha pasado de ni siquiera entrar en los planes allá por mayo a proclamar todos su nombre voz en grito. El once no puede ser más excelso. Suma Casillas 420 minutos sin recoger la pelota de su red y agota los registros: desde que Zidane le marcó en el Mundial 2006, nadie le ha superado en un encuentro a todo o nada; Sergio Ramos ha liderado el eje sin que nadie se acuerde del ausente Puyol gracias a su porte, carácter y personalidad, como demostró en la tanda de penaltis ante Portugal; Alba se ha erigido en la revelación desde su lateral izquierdo, siendo el futbolista del equipo que más kilómetros acumula -60 recorridos en los cinco choques- y eufórico tras su regreso a Can Barça; Iniesta marca el tempo y tira de varita mágica para enloquecer a su adversarios, que se agolpan a su alrededor; Busquets se mueve siempre pendiente de hacer una cobertura, tapar espacios, robar balones y construir con rapidez; Cesc fue de nuevo el visionario que irrumpe en el momento clave... Y Xavi, solo falta por explotar Hernández, más vigilado que nunca y cuyas molestias en el sóleo han incidido en que se le aprecie a bajas revoluciones. Si bien, quién sabe si escoge el día de hoy para reventar el escenario. De Javi Martínez se supo poco; de Fernando Llorente, nada.

Enfrente tendrá España a la Italia del Renacimiento, alejada del conservadurismo y del catenaccio que es marca registrada en el adn del fútbol transalpino, al menos en el Calcio. Pero llegó Prandelli y se remangó las mangas para dar un giro a las costumbres arraigadas: sin descuidar la retaguardia pero mimando el esférico y poniendo el ojo en el ataque. "O hacemos un juego que proponga, o los próximos Mundiales y Eurocopas las veremos por el televisor", ha zanjado el técnico, ahora en la dicha, a modo de advertencia. Sin conseguir el éxito europeo desde 1968, la extrañeza llegó porque el prólogo de la competición no pudo ser más fatídico, puesto que la expedición viajó a Polonia salpicada por el escándalo de las apuestas deportivas que obligó a Criscito a hacer las maletas. Ya en 1982 y en 2006 la Nazionale atravesó por situaciones semejantes y salió del pozo, vio la luz al final del túnel y acabó subiendo las escalinatas del estadio para alzar el trofeo.

la mano de prandelli El excelso partido frente a Alemania descubrió las posibilidades de Balotelli, centrado desde la reprimenda de su técnico y con un apetito voraz, pero el faro italiano lo enciende Pirlo con su cerebro y ritmo. El veterano cancerbero Buffon, que sacó una manopla vital ante el germano Reus, pasaría por un adolescente ansioso por demostrar sus cualidades; Chiellini ha aparcado sus dolencias musculares para comportarse como el jefe de la zaga; Marchisio, con mucho recorrido, hace gala de un buen disparo y visión de juego; Diamanti se entroniza como el hombre de las segundas partes; y Cassano, nadie sabe cómo, ha encajado como un guante en su dupla con SuperMario después de recuperarse de una grave operación de corazón que casi le condena esta temporada a colgar las botas. Prandelli, siempre con su traje oscuro y gel en el pelo, parece un modelo de Armani. De 54 años, amable y de voz pausada, destaca por su corrección y su fe católica. Pidió paciencia, se mantuvo fiel a sus principios, arriesgó y ganó. Hábil en la pizarra, su fuerte es la relación de igual a igual que mantiene con sus jugadores y su convicción de que el fútbol no es lo más importante en la vida. Cuando su esposa Manuela estuvo gravemente enferma del cáncer por el que finalmente murió, dejó su trabajo en la Roma a las pocas semanas de asumirlo en 2005. Rehecha su vida, su nueva compañera lo acompaña en la Eurocopa, así como su hijo, Niccolò, que forma parte del staff técnico de la Azzurra como preparador físico. Ni Lippi ha rechistado.

italia, el 'coco' español Aunque las estadísticas son las mejores aliadas de España en la Eurocopa, hay una que sonríe a los azzurri, y es que en las siete ocasiones en que se han cruzado en un torneo grande, jamás la escuadra roja selló la victoria, al margen de la tanda de penaltis de la edición de 2008, que sirvió para romper la maldición de los cuartos, tras el empate sin goles. Lo cierto es que esta final pone a prueba la seguridad de ambas selecciones en la parte trasera, después de que hayan encajado solo uno (Di Natale) y tres goles, (Cesc, Mandzukic y Özil), respectivamente. El juego italiano ha ido de más a menos en gran parte por el protagonismo adquirido por Pirlo, que ha completado 354 pases, siendo el tercero de la Eurocopa que más balones ha dado a sus compañeros, justo por detrás de Xavi (455) y Xabi Alonso (416). El esquema de ambos gira en torno a la posesión, apartado que España domina con un 60 por ciento de media por partido, por el 52 por ciento de su rival.

"Me comen los nervios por dentro", confesó ayer un Del Bosque que ha manejado como nadie el enrarecido ambiente generado en el entorno del equipo, sobre todo desde su país, por aquellos que siguen sin comprender que el estilo que más y mejor se adapta a los jugadores de su selección germinó en La Masía, por quienes han tratado de pasarle la factura de no recoger la medalla de oro que le concedió el Real Madrid y por intereses varios. Buscará España entrar en los libros de historia: en 1972 Alemania Federal goleó a la URSS en la final de Europeo donde sobresalió la figura de Müller; en el Mundial de 1974, en su casa, otra vez solventó este una frenética final ante la naranja mecánica de Cruyff; pero en la Eurocopa de 1976, en Yugoslavia, hincó la rodilla contra Checoslovaquia, campeona en la tanda de penaltis con Panenka como héroe. Intentará impedirlo Italia, la del Da Vinci y Miguel Ángel futbolístico. Solo al final de esta fábula sabremos quien será, simultáneamente, bella y bestia.