Bilbao. Estribó en sus manos de trueno la final y la txapela, radicó en su mirada tranquila, relajada, en un físico potente, el de Aimar Olaizola, esculpido dentro de un frontón. Y fue su derecha, la tocada en anteriores eliminatorias, la que superó de principio a fin a un Juan Martínez de Irujo desquiciado en la batalla por el cetro del Manomanista. Porque el de Goizueta fue superior al de Ibero y le devolvió aquel guante del 22-1 en el 2004; pero en una final, con 3.000 personas bullendo en el frontón Bizkaia, y todo lo que implica. No necesitó Aimar tirar de entrañas para explotar su juego, porque su camino en todo el envite fue recto y directo; si bien su juego ha evolucionado hacia el ataque, gran parte de su trabajo vino cruzando con la derecha. Su cabeza, privilegiada, se mantuvo fría aún cuando pintaban bastos, porque fue una final dura a pesar del resultado. Y los primeros tantos una oda al mano a mano, peloteados y con garra. Con Aimar dominando por momentos y Juan lanzado a controlar su fiera interna. Lo consiguió, pero Olaizola estuvo tan perfecto que le reventó con las cruzadas.
Los primeros tantos suponían meterse en la trinchera y ponerse el mono de trabajo, sin dejar resquicio alguno al saque-remate, un arma de destrucción masiva en manos de Juan y Aimar. Sin dejar que encontraran la puerta al triunfo por ahí, el ritmo subió y las pulsaciones encontraron cotas himalayescas. La sangre de Juan y Aimar se revolucionó anticipando que el duelo podría ser una batalla campal, dura como el invierno. Sin embargo, el huracán Olaizola inició pegando. Anclado en su capacidad de volver locos a sus rivales, metió un gancho para iniciar las hostilidades. Irujo, sin aparecer desdibujado, asomaba la cabeza al partido frío. Helado ante el poder de su contrincante. Aimar estaba pletórico con la derecha y con el sotamano pasaba a dominar sin problemas: fresco, no; fresquísimo. Después siguió con un saque, preludiando el daño que iba a hacer con el servicio. Porque si Aimar tiene una virtud es la de el saque bombeado, que cae con mucho peso para que Martínez de Irujo no pueda restar de aire y cambiar el curso del partido. Así actuó siempre Olaizola, taimado y poderoso. Paró al txoko Aimar y volvió a cruzar el saque, pegado a pared, para poner el 4-0 en el luminoso. Aimar abría las puertas del cielo, del imperio, y derribaba atalayas a golpe de martillo.
Constante, no pudo resguardarse de la tormenta después. Si hasta ese punto el dominador era Olaizola, después amaneció Juan, como una hoguera, devorando todo lo que se encontraba a su alrededor. Transformó el Bizkaia en una pira su primer tanto, el 4-1, con un racimo de golpes duros y peloteados, que terminó en un gancho de Aimar fuera. Se levantó entonces Juan, porque los clavos de su ataúd no era demasiados. Efervescente, con ganas y fuerza, trató de encontrar su juego. Fue valiente el de Ibero y se tiró hacia adelante. Buscó el aire y el golpe a bote y los tantos se eternizaban. Irujo parecía aimarizarse mostrando potencia y pausa. Se sacó una cortada, muy al estilo de su contrincante, de la manga y empezó su ritual de gestos y genialidades. Sacó el poder del besagain y evitó encontrarse atrapado en pared, porque la hoja de ruta de Aimar residía en forzarle allí. Y entonces desplegó su mejor juego y su mejor versión. Rebañó las diferencias y cosió sus heridas con golpes certeros: la primera fue una dejada desde el cuatro y medio inapelable; después llegaron una cortada, dos dos paredes, un saque y un buruz gain. Todo con la sangre atenazando y el corazón bombeando a toda velocidad. 5-7 para Irujo y el público enfervorecido.
El duelo, tan precioso, tan brillante, estaba dominado por un juego de tú a tú. Igualadísimo. Juan dominaba y Aimar pegaba y viceversa. No obstante, la retroalimentación del de Ibero fortalecía su carácter, indomable y genial. Chillaba y se jaleaba. Y fue en el buruz gain cuando se acabó la espumosa vitalidad de Martínez de Irujo. Acababa de arrollar a Aimar con su poderío, se acercó a la silla y el juez le concedió un descanso que no había pedido. Y se encendió la mecha.
Aimar, un rodillo Irujo empezó a descoordinar con un tanto durísimo que tuvo de todo. Con el 5-7 en el luminoso, se enzarzaron en una lucha cara a cara que terminó por favorecer a Aimar, que se llevó el gato al agua con una dejada imprevisible, desde el ancho, que dejó a Martínez de Irujo seco.
Ahí se acabó todo. Ensordeciendo el Bizkaia, las manos de trueno de Olaizola II empezaron a tocar su canción, una tonada amparada en el saque. Cimentando cada golpe en una derecha espectacular, Olaizola arrolló a Irujo, le maniató en la pared y se hizo con la txapela en una tacada de 17 tantos consecutivos. Sin dejar un atisbo a las dudas. Señalaba el de Ibero que “nunca” se había visto superado así cuando “yo me estoy bien, sin problemas”. Y ese fue el resumen, superado en todas las facetas, Juan se desesperó y explotó su corazón de dinamita, desembocando todo en una silla rota, una tarjeta negra y una pitada, que nublaron su despliegue físico y la gran primera parte que realizó, porque el Manomanista es muy duro y el duelo de fue exigente. Aimar ayer atronó, mandó, gritó, se exprimió y brilló como nunca, coronándose justamente tras un año espectacular.